viernes, 26 de noviembre de 2010

Monólogo de una mujer desnuda

Ricardo Sigala


Supe de Lizeth Sevilla hace varios años, entonces la percibí como un miembro  incipiente de la comunidad cultural de Ciudad Guzmán, mis recuerdos la evocan entre algunas visitas al taller literario de la casa de la cultura, sus colaboraciones en la naciente Jirafa del Diario de Zapotlán y sus participaciones en los juegos florales de esta ciudad. Tengo presente haber leído sus poemas antes de haberla conocido personalmente, alguien me había hablado de una jovencita entusiasmada con la literatura, especialmente con la poesía.

            El oficio de coordinador de talleres literarios te hace ser testigo de decenas, quizás de centenas, de entusiastas ocasionales que al paso del tiempo, poco o mucho, terminan cediendo a la llamada ¨madurez¨, para dedicarse a ¨tareas más productivas¨, dejando una estela de la memoria literaria como una experiencia de la inestabilidad propia de la juventud; el caso de Lizeth Sevilla no fue así, por el contrario el tiempo y su inquietud, su voluntad de incidir en su medio por a través del pensamiento, del activismo y de los valores intelectuales y culturales han llevado a que ella sea tenida como un referente en los ámbitos en que se desenvuelve:  estudiante de psicología reconocida por sus incursiones en la vida academia, la investigación y la vida estudiantil, y más allá de eso es una persona comprometida con el ejercicio del periodismo y especialmente con la literatura.

Lizeth Sevilla.
            En el año 2006, el Archivo Municipal de Zapotlán el Grande publicó Crónicas pasajeras, el primer poemario de Lizeth Sevilla, en el que se mostraban ya las características de su poesía: un manejo despreocupado y sin complejos de temas cotidianos y amorosos, un ejercicio del verso libre con una clara intuición musical, un sentido del ritmo por demás natural, y recurrentes referencias a poetas populares encabezados por Mario Benedetti y Jaime Sabines, además de la música popular. Sin embargo el texto exhibía también las debilidades propias de una opera prima y que, afortunadamente, no muestra este su segundo libro de poemas, Monólogo de una mujer desnuda.

            Si bien es cierto a Sevilla le hace falta mucho del mundo de la poesía por recorrer, también es verdad que este segundo volumen de su poesía no adolece de las carencias típicas de un poeta principiante. La autora de Crónicas pasajeras muestra un aprendizaje importante en lo que se refiere a la técnica, el lector encontrará en esta nueva entrega un respeto, respeto que no debe eludir ningún artista de la palabra, por la expresión poética, un cuidado en el fraseo que fortalece la natural musicalidad de su enunciación, el oído de Lizeth Sevilla es hoy más educado, armónico y por ende más efectivo en su comunicación con el lector. Lo anterior ha llevado a que sus textos gocen de una transparencia sólida a la vez que de una apariencia sencilla. Y digo apariencia porque está claro que la autora ha entendido que la literatura, pero más especialmente la poesía, no puede limitarse al ámbito de la inspiración, Lizeth ha superado la etapa eminentemente catártica, típica de los que comienzan a escribir versos, para asumir la escritura como un oficio, un trabajo de orfebrería que incluye no sólo el espíritu creativo sino también la voluntad de belleza que sólo se alcanza con disciplina, con el respeto a la palabra que nos ha precedido, es decir conociendo y asumiendo que nuestra obra no es producto de la generación espontánea, si no que por el contrario se inserta en un tradición estética de la que se es heredero y continuador cuando se está a su altura.

            La idea de unidad es un aspecto de la obra literaria que hoy en día se suele echar de menos, la mayoría de los libros de cuento o de poesía que se presentan en nuestra ciudad no son en un sentido estricto libros, considerados como un todo armónico y unitario, son en realidad una suma de cuentos o de poemas presentados de manera más o menos arbitraria. No pasa esto con el libro de Sevilla, quien se ha esmerado en cuidar la unidad de su volumen. Conozco parte de su producción poética y sé que es muy variada, la autora ha hecho un exhaustivo trabajo de selección, y los textos que se incluyen en Monólogo de una mujer desnuda no son necesariamente los mejores sino aquellos emparentados en la temática, en el tono, el ritmo, las estrategias de comunicación poética, los discursos, la construcción de imágenes, etcétera. Las cuatro partes que constituyen el libro le dan un equilibrio que sólo proporciona una obra en su totalidad, parte de su valor radica en la sabiduría que proporciona el deseo de establecer un conjunto perfectamente equilibrado y en armonía.

            En los últimos cuatro años vi crecer este libro, a veces desmesuradamente, a veces de manera contenida, Lizeth Sevilla se esmeró en la escritura y la reescritura, los poemas fueron repensados de manera que no fueran afectados en su efecto de espontaneidad y naturalidad, se trabajaron con la convicción y la humildad de que el poema, el poemario, son soberanos y el poeta es sólo el medio para su materialización.

            No puedo afirmar que Monólogo de una mujer desnuda sea un buen o  un mal libro, lo que sí es posible decir es que éste confirma el talento que Lizeth Sevilla ya había mostrado en  Crónicas pasajeras, pero además nos revela  la evolución que ella ha tenido en la construcción del oficio, el ejercicio y la conciencia literaria, necesarios para la creación poética.

No hay comentarios:

Publicar un comentario