lunes, 9 de mayo de 2011

La monarquía nos da un evento para distraernos de la realidad

Teresa Díaz L.

La familia real británica, como todas las casas nobles en el mundo, es completamente innecesaria.
Hoy en día, Los Reales no tienen ninguna función en una democracia moderna, de hecho no existe  ninguna razón por la cual alguna persona debería rendir homenaje a una familia que en días festivos se viste con uniformes ridículos y toman atención principalmente por nuevos escándalos.

El mundo no necesita unos flojos  de sangre azul que estén desperdiciando el dinero de las masas trabajadoras sin  jamás haber sufrido pobreza, repartiéndose medallas de honor entre ellos sólo por el hecho de que existe una relación familiar.
En general, se podría decir que los privilegios de la nobleza ya no caben en el mundo moderno, así pues, deberían ser abolidos ya que no existe ningún sentido de rendir honores a “gente” con descendencia real.
Sin embargo, uno no piensa lo que hay más allá de estos eventos y simplemente hacemos lo que la mayoría hace: sentarnos frente al televisor a ver la boda real, como fue el caso del viernes pasado, cuando se celebró la unión del príncipe William y su prometida Kate; no había manera de escaparse de este evento, así ¿porqué no estar al tanto de uno de los eventos más importantes?
La boda real en Londres, un evento sin sorpresas, sin vida, donde todo estuvo planeado y practicado conforme al protocolo: todo sucedió de acuerdo al plan, a cada paso, cada movimiento que se ensaya, a raíz de una producción. Si han visto antes una boda real, ya saben a lo que me refiero, unos sombreros absurdos en las cabezas de las mujeres y los hombres a su lado con un montón de medallas, todos llegando en limosinas caras, la pompa y el lujo sin pudor en la pantalla de nuestros televisores, donde todo se centra en los ricos, mientras que en otros lugares existe una pobreza extrema a la que nadie presta atención.

Así es, de repente sin darnos cuenta, nos vemos atraídos por este evento, justo desde el momento en que la novia llega  al Westminster en un vestido relativamente sencillo, después le entregan el ramo, el padre la lleva a la iglesia, y cualquiera puede admitir que es un momento hermoso; pues se puede ver que no es sólo una hija mimada, sino simplemente una mujer joven en su camino al altar, feliz, pero también confundida, con nerviosismo por lo que vendrá en los próximos años. Del mismo modo, el novio William, a pesar de ser un veterano en el tratamiento de la atención mundial, estando en el altar esperando a su prometida es sólo un hombre joven que esta por casarse.
Luego de la ceremonia, con el sonido de las trompetas, se dirigen hacia al carruaje,  y en ese preciso momento todo parece un cuento de hadas, es un momento en el que se puede olvidar de todas las cosas malas que están ocurriendo en el mundo real, pues se está feliz de que estas personas están festejando su amor. Es en este momento cuando cada persona desea lo mejor a la pareja pues ésta no tiene la culpa de ser lo que es, un príncipe y una mujer de la alta sociedad, que estarán ante los medios durante toda su vida.

Ahora, después de haber disfrutado de la boda de estas realezas, es tiempo de volver a la realidad y a prestar atención a las cosas realmente importantes empezando por la pobreza, el terrorismo, la guerra contra el narcotráfico, Fukushima, etc… y la demanda legítima para abolir los privilegios de la monarquía.

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