martes, 18 de marzo de 2014

Viajes y peripecias de Luis Bernardo Pérez

Ricardo Sigala

Papeles de Ítaca de Luis Bernardo Pérez, ganador del Concurso Nacional del Cuento Juan José Arreola en su edición 2013, es un libro que nos lleva de la mano de una escritura transparente, una clara exposición anecdótica y una diáfana maquinaria narrativa. Nos encontramos con un libro en apariencia sencillo pero que a la vez denota una importante carga de trabajo, horas de ejercicio, de indagación de las formas del género breve; una compleja arquitectura subyace bajo sus líneas.



El título alude al héroe griego y su ausencia de su ciudad natal durante veinte años, La Odisea relata los diez años que le lleva a Ulises el regreso a Ítaca, una suma de aventuras y desventuras extraordinarias. No es extraño que es volumen de Luis Bernardo Pérez esté dividido en dos partes, la primera titulada “Viajes”, con un total de ocho cuentos y la segunda “Peripecias”, constituida por trece.

En efecto el libro establece un diálogo con esta tradición, aunque es importante asentar que de ningún modo se trata de una recreación de La Odisea de Homero. Me gusta pensar en el poema “Arte Poética” de Jorge Luis Borges en el que dice que quizás el arte no sea sino una Ítaca personal a la que regresamos como Ulises hartos, cansados de prodigios; quiero imaginar que aquí Luis Bernardo Pérez está planteando se poética del cuento, cuya condición dominante es la ya citada clara transparencia (la redundancia es deliberada y necesaria) en lo que se refiere a la ejecución técnica de sus cuentos, por una parte, y por otra, la cotidianidad de sus historias que en algunos momentos incorporan  lo fantástico y lo onírico con suma naturalidad. Estos “papeles” se muestran como un catálogo de las diversas modalidades del género breve: la minificción, el cuento fantástico, la evocación nostálgica y amorosa, el texto realista, la parodia, la ironía, el cuento de insinuación surrealista o kafkiana hacen su labor en el libro.

            Los dos textos iniciales cumplen un papel fundamental porque dan la pauta para el desarrollo del libro pero sobre todo porque son guías de lectura. El cuento inicial, que da título al volumen, nos da cuenta del hombre que “tras largos años de ausencia” regresa a su tierra sin proezas que le dieran brillo, por lo que se da a la tarea de inventar, de fabular, de darle canto a las sirenas mudas que encontró en su camino, a la tarea de vivir de otro modo la vida que la misma vida le quedó a deber. Nos encontramos ante una declaración de fe y una reivindicación del papel de la literatura.

            El segundo cuento del libro nos habla de un “oficio arduo e incierto”, el de buscar tesoros. Un oficio que requiere paciencia y humildad, nuevamente no se aspira a las altas cumbres o las reyertas en los campos de batallas, ni a olimpiadas eróticas, hay una Ítaca en el mirar de una muchacha y en sonreírle. Esta miniatura nos ilustra de la importancia de los detalles, de las revelaciones inesperadas, de la búsqueda de indicios. Pienso que dos de las modalidades que incluyen al buscador de tesoros de Pérez es el escritor y el lector, y que ambos construyen la obra en colaboración que es el libro.

            Quien recorre los “Viajes” y las “Peripecias” de Papeles de Ítaca y asiste la revelación de personajes e historias entrañables y sorprendentes, todos marcados por la seña de identidad de Luis Bernardo Pérez: una sutileza y una discretísima elegancia incluso en los textos en los que se atreve con la ironía. La galería de personajes se podría ilustrar de la manera siguiente: un latinoamericano que se libra del frío de París con la ilusión que le dan los cuadros soleados y luminosos de Renoir, Monet, Gaugin. Un mecánico que hace un viaje a la entrañas de un automóvil en busca de un ruido vivo que aunque parece inofensivo, suelen ser letales para las máquinas; hay una buena cantidad de soñadores: inocentes, trágicos, perturbadores; epidemias de pelirrojos, botargas de cocodrilo bailando “se va el caimán, se va para Barranquilla”; y enamorados, muchos enamorados: los nostálgicos, los imposibles, los trágicos, los soñadores, los que no se reconcilian ni en sueños, los que con su fuego y pasión destruyen el mundo, los que no están; se encuentran también abundantes objetos: dedos intercambiables para pianistas, paraguas que se extravían o se escapan de antiguos cuadros, sombreros, retratos; revoluciones  y seducciones frustradas, un perro viejo y sabio que tiene mucho del Argos de Ulises.
            Leí con especial emoción los cuentos “La última palmera” y “Una confesión”, el primero es  un texto entrañable, una evocación de las vacaciones familiares, de la infancia y la primera juventud, el descubrimiento de los placeres con una prima lejana, primero por el tiempo y luego por la muerte: “Fue una revelación que duró unos cuantos segundos, pero que nos trastornó a los dos. Salimos a la luz llenos de perplejidad, sin entender muy bien lo que había sucedido ni por qué.” Recurre a un tema que podría ser un lugar común de no ser por el buen gusto en el tratamiento y el simbolismo que emana de la ambigua fragilidad en la mariposa que alza el vuelo que cierra el cuento. “Una confesión” es el emotivo relato en torno a los libros antiguos, la encarnan un bibliófilo, un viejo librero, un joven estudiante de letras desempleado. El cuento es también un bella postal sobre la soledad, la comprensión y una extraña forma de la amistad. En el nivel de la trama hay una vuelta de tuerca. El cambio de roles del final inesperado tiene una elegante y profunda connotación moral.
           
Quiero cerrar recordando una conferencia que en abril de 2006 David Grossman dictó en Nueva York, en alguna parte dice: “A veces, durante mi jornada de trabajo, después de escribir durante varias horas, levanto la cabeza y pienso: en este mismo momento, otro escritor a quien ni siquiera conozco, en Damasco, en Teherán, Ruanda o Dublín, se dedica a este oficio extraño, rebatido y maravilloso de crear en el seno de una realidad que contiene tanta violencia, alienación y limitaciones. Tengo un aliado distante que ni siquiera me conoce, pero juntos tejemos la telaraña  abstracta que, sin embargo, posee un poder increíble, el poder de cambiar y de recrear el mundo”. Tengo para mí que Luis Bernardo Pérez práctica este extraño oficio de tejer la telaraña en que buscamos salvarnos del canto de las sirenas.


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