Ricardo Sigala
Papeles
de Ítaca
de Luis Bernardo Pérez, ganador del Concurso Nacional del Cuento Juan José
Arreola en su edición 2013, es un libro que nos lleva de la mano de una
escritura transparente, una clara exposición anecdótica y una diáfana
maquinaria narrativa. Nos encontramos con un libro en apariencia sencillo pero
que a la vez denota una importante carga de trabajo, horas de ejercicio, de
indagación de las formas del género breve; una compleja arquitectura subyace
bajo sus líneas.
El
título alude al héroe griego y su ausencia de su ciudad natal durante veinte
años, La Odisea relata los diez años
que le lleva a Ulises el regreso a Ítaca, una suma de aventuras y desventuras
extraordinarias. No es extraño que es volumen de Luis Bernardo Pérez esté
dividido en dos partes, la primera titulada “Viajes”, con un total de ocho
cuentos y la segunda “Peripecias”, constituida por trece.
En
efecto el libro establece un diálogo con esta tradición, aunque es importante
asentar que de ningún modo se trata de una recreación de La Odisea de Homero. Me gusta pensar en el poema “Arte Poética” de
Jorge Luis Borges en el que dice que quizás el arte no sea sino una Ítaca
personal a la que regresamos como Ulises hartos, cansados de prodigios; quiero
imaginar que aquí Luis Bernardo Pérez está planteando se poética del cuento,
cuya condición dominante es la ya citada clara transparencia (la redundancia es
deliberada y necesaria) en lo que se refiere a la ejecución técnica de sus cuentos,
por una parte, y por otra, la cotidianidad de sus historias que en algunos
momentos incorporan lo fantástico y lo
onírico con suma naturalidad. Estos “papeles” se muestran como un catálogo de
las diversas modalidades del género breve: la minificción, el cuento
fantástico, la evocación nostálgica y amorosa, el texto realista, la parodia,
la ironía, el cuento de insinuación surrealista o kafkiana hacen su labor en el
libro.
Los dos textos iniciales cumplen un
papel fundamental porque dan la pauta para el desarrollo del libro pero sobre
todo porque son guías de lectura. El cuento inicial, que da título al volumen,
nos da cuenta del hombre que “tras largos años de ausencia” regresa a su tierra
sin proezas que le dieran brillo, por lo que se da a la tarea de inventar, de
fabular, de darle canto a las sirenas mudas que encontró en su camino, a la
tarea de vivir de otro modo la vida que la misma vida le quedó a deber. Nos
encontramos ante una declaración de fe y una reivindicación del papel de la
literatura.
El segundo cuento del libro nos
habla de un “oficio arduo e incierto”, el de buscar tesoros. Un oficio que
requiere paciencia y humildad, nuevamente no se aspira a las altas cumbres o
las reyertas en los campos de batallas, ni a olimpiadas eróticas, hay una Ítaca
en el mirar de una muchacha y en sonreírle. Esta miniatura nos ilustra de la
importancia de los detalles, de las revelaciones inesperadas, de la búsqueda de
indicios. Pienso que dos de las modalidades que incluyen al buscador de tesoros
de Pérez es el escritor y el lector, y que ambos construyen la obra en
colaboración que es el libro.
Quien recorre los “Viajes” y las
“Peripecias” de Papeles de Ítaca y
asiste la revelación de personajes e historias entrañables y sorprendentes,
todos marcados por la seña de identidad de Luis Bernardo Pérez: una sutileza y
una discretísima elegancia incluso en los textos en los que se atreve con la
ironía. La galería de personajes se podría ilustrar de la manera siguiente: un
latinoamericano que se libra del frío de París con la ilusión que le dan los
cuadros soleados y luminosos de Renoir, Monet, Gaugin. Un mecánico que hace un
viaje a la entrañas de un automóvil en busca de un ruido vivo que aunque parece
inofensivo, suelen ser letales para las máquinas; hay una buena cantidad de
soñadores: inocentes, trágicos, perturbadores; epidemias de pelirrojos,
botargas de cocodrilo bailando “se va el caimán, se va para Barranquilla”; y
enamorados, muchos enamorados: los nostálgicos, los imposibles, los trágicos,
los soñadores, los que no se reconcilian ni en sueños, los que con su fuego y
pasión destruyen el mundo, los que no están; se encuentran también abundantes
objetos: dedos intercambiables para pianistas, paraguas que se extravían o se
escapan de antiguos cuadros, sombreros, retratos; revoluciones y seducciones frustradas, un perro viejo y
sabio que tiene mucho del Argos de Ulises.
Leí con especial emoción los cuentos
“La última palmera” y “Una confesión”, el primero es un texto entrañable, una
evocación de las vacaciones familiares, de la infancia y la primera juventud,
el descubrimiento de los placeres con una prima lejana, primero por el tiempo y
luego por la muerte:
“Fue una revelación que duró unos cuantos segundos, pero que nos trastornó
a los dos. Salimos a la luz llenos de perplejidad, sin entender muy bien lo que
había sucedido ni por qué.”
Recurre a un tema que podría ser un lugar común de no ser por el buen gusto
en el tratamiento y el simbolismo que emana de la ambigua fragilidad en la
mariposa que alza el vuelo que cierra el cuento. “Una confesión” es el emotivo
relato en torno a los libros antiguos, la encarnan un bibliófilo, un viejo
librero, un joven estudiante de letras desempleado. El cuento es también un
bella postal sobre la soledad, la comprensión y una extraña forma de la
amistad. En el nivel de la trama hay una vuelta de tuerca. El cambio de roles
del final inesperado tiene una elegante y profunda connotación moral.
Quiero
cerrar recordando una conferencia que en abril de 2006 David Grossman dictó en
Nueva York, en alguna parte dice: “A veces, durante mi jornada de trabajo,
después de escribir durante varias horas, levanto la cabeza y pienso: en este
mismo momento, otro escritor a quien ni siquiera conozco, en Damasco, en
Teherán, Ruanda o Dublín, se dedica a este oficio extraño, rebatido y
maravilloso de crear en el seno de una realidad que contiene tanta violencia,
alienación y limitaciones. Tengo un aliado distante que ni siquiera me conoce,
pero juntos tejemos la telaraña
abstracta que, sin embargo, posee un poder increíble, el poder de
cambiar y de recrear el mundo”. Tengo para mí que Luis Bernardo Pérez práctica
este extraño oficio de tejer la telaraña en que buscamos salvarnos del canto de
las sirenas.
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