lunes, 5 de mayo de 2014

Un voklswagen amarillo y sus distinguidos tripulantes

Ricardo Sigala

Para comenzar demos por sentado que Efraím Blanco, autor de Dios en un volkswagen amarillo, es una especie de mago,  que de su chistera salen a borbotones historias y más historias, que con un desparpajo verdaderamente ejemplar irrumpe en nuestra limitada visión de mundo y la ilumina, la perturba, la obliga a reconstruirse. 



Efraím Blanco es un  exquisito y transparente verbotraficante, un tratante de historias, un imaginero especializado en miniaturas.

            La cascada de historias que se derrama entre las páginas de Dios en un volkswagen amarillo se concentra invariablemente en la indagación del mundo,  desde la  fantasía y la imaginación más desaforadas asistimos a una reivindicación de la realidad, a su crisis de violencia, a la imperturbabilidad en la que nos gozamos irresponsablemente: un niño le destroza el cráneo a su padre para que aprenda a no mentir; un diablo que aparece muerto en el jardín de la casa; un conejo que, en el cierre del número de magia, rabioso y veloz, devora a los niños de un solo bocado; un payaso alcohólico y sin chiste que debe morir; un mimo que en verdad es mudo.

            El mundo de la especulación, de la metafísica, encuentra también sus resquicios en las páginas del libro. Constatamos cómo tras el triunfo de mal, con la cola entre las patas, Dios aborda un volkswagen amarillo, sin saber qué hacer con el mundo, una de esas mierdas que tanto trabajo le costó terminar de hacer. Y en oposición al fracaso de Dios vienen los a su imagen y semejanza, por ejemplo: un hombre comienza por perder la fe y termina convirtiéndose en un Dios infeliz e insatisfecho que no comprende la credulidad de sus seguidores, o el pobre hombre que carga con la irredenta culpa de haber creado el universo.

            Otra beta de Efraim Blanco tiene que ver con el inevitable, el siempre triste tema del amor: vemos al infeliz celópata que no soporta al ya muerto exnovio de su mujer; al que descubre que todos miraban a Diana con morbo;  al portero que, en once segundos ve caer  su mundo: un corazón con iniciales en un poste de su portería le revela infidelidad de su esposa con el masajista del equipo, aunque el marcador permanece 0 a 0, evidentemente le han metido un gol. Y es que, asevera el protagonista de “Un payaso debe morir”: no hay nada peor a que te abandonen por un payaso alcohólico, sin chiste, y quedarte solo en un departamento sin luz.
            
Un catálogo de seres diversos desfilan por las páginas del libro y complementan el mundo imaginario de Blanco: La pareja  a la que inexplicablemente la nace una sirena, extraterrestres, un minotauro liberado de un libro, ángeles, demonios, más ángeles, hombresillos, fantasías sexuales, diminutos y prehistóricos humanoides, lavabos tristes, lectores que desaparecen, un escritor asesinado por su propia obra que no soporta vivir bajo la tutela de tan mal escritor.

            No puedo dejar pasar por alto el tema de la música, y no sólo me refiero a la música verbal que caracteriza a esta prosa, sino a la música como elemento anecdótico. Bastaría citar el cuento  en que  John Lenon se sueña anciano y revisando su cuenta de twitter, su último sueño, pues  al despertar otra vez joven, un hombre le pide un autógrafo y lo manda a dormir.  Sin embargo la música cumple también un papel fundamental como telón de fondo: a lo lejos se escucha desde a Tom Waits, los Doors y  Radiohead, hasta la  balada italiana Sará perché ti amo, y el mismísimo “Loco” Valdés (A un brujo que es doctor mi amor le fui a llorar). Hay frecuentes aciertos verbales como, “el blues de la calle de enfrente”, “la música de tantos malditos herejes rindiéndole pleitesía a un fantoche como yo”, enunciado por un neodios.

            Asisten a la estética de Blanco una maraña de antecedentes, basta ciar las fábulas morales de Monterroso, los experimentos irónicos de Juan José Arreola, los ángeles que recuerdan a García Márquez, los objeto animados de Palinuro de México, ciertas evocaciones de Etgar Keret, así imaginerías de Chimal y Samperio, el Borges de los espejos y la teoría de los ciclos, Cortázar obviamente.

            Tres veces aparece el volkswagen amarillo en el libro: una conducido por un payaso alcohólico, sin chiste y roba esposas, otra cuando atropella a una gatita llamada Ana, finalmente cuando con la cola entre patas lo aborda Dios rumbo al Sur como si presagiara con un ruidoso advenimiento su presencia.


Dios en Volkswagen amarillo de Efraím Blanco ganó el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola en 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario