Ricardo Sigala
Hay un gremio, permítanme llamarlo así con perdón del
resto de los gremios, en el que la mayoría de sus miembros se empeña en
engañarnos por los más diversos medios, buscan construir las estructuras que
los sostengan en el poder a través de la más alta forma de cobardía, la mentira
y el engaño. Decretar una verdad histórica; elaborar informes falaces; hacer
promesas de campaña vacías; levantar obras de relumbrón; ocupar los espacios
públicos y de la prensa en sustitución
del trabajo y los resultados; proponer iniciativas irracionales e
inconstitucionales y por lo tanto imposibles de llevara cabo, como la pena de
muerte, y que después de su fracaso son presumidos como logros sustituidos por
un sucedáneo ideológico; hacer de la gestión pública un proceso de campaña
permanente; hacer confundir el yo con la investidura; hacernos creer que se
debe trabajar para el futuro ignorando el pasado y el presente; hacer
propuestas sin planeación y sin diagnóstico; colocar varias veces primeras
piedras; dar banderazos hasta para la primera descarga de un baño; saltar de un
puesto a otro sin haber no digamos cumplido sus funciones, sino sin siquiera
haber terminado su periodo; inventar obras que funcionan como pantalla para
beneficiarse de contratos y prebendas; tejer redes de intereses particulares
con poderosos empresarios en prejuicio de los pequeños y medianos; chayotearse
a ciertos medios de comunicación; hacer alianzas con el narco, disfrazadas de
programa de lucha contra las drogas; sembrar el terror de Estado y presentarse
como víctima; ver boicots hasta en la sopa; hacer creer al pueblo que están
obligados a darles aplausos, tomarse selfies con ellos y subirlos a las redes
sociales; simular la creación de nuevas leyes y los cambios a la constitución,
reformas, en lugar de hacer valer las que existen; crear nuevos proyectos
ambiciosísimos al tiempo que no pueden gobernar lo que tienen; cobrar impuestos
para ofrecer servicios y al momento de hacer el servicio volver cobrárselo a
los ciudadanos; hablar de seguridad cuando el país sangra, de prosperidad y justicia social cuando miles
mueren de hambre y unos pocos no se podrán gastar en sus millones en toda una
vida; hacer creer al pueblo, y logarlo, que
su papel incluye el abuso del poder y el enriquecimiento ilícito, y que
eso es normal. Asistimos a todos
los modos imaginables de la corrupción y
la impunidad.
Cuando
las elecciones vienen, éstos y sus secuaces, se ponen de acuerdo para hacer el
juego que le proporcione una catarsis al pueblo, se acusan unos a otros, y en
las mejores ocasiones uno u otro son sometidos a juicios, y alguno va a parar a
la cárcel, cosa que no lo priva de sus redes de poder, de influencias y de la
milagrosa “multiplicación de sus panes”, para usar una metáfora cristiana, que
tanto les gustan y tan buenos resultados les dan, por cierto. Entonces el feo
le dice feo al otro feo, el ladrón acusa de hurto al vecino de curul, el
compañero de bancada súbitamente descubre que su partido es corrupto y se lanza
al otro partido, al que aún goza de prestigio. Abel y Caín se reconcilian, se
dan coaliciones contra natura, uniones capaces de sonrojar a cualquier Marqués
de Sade por lo inesperado y tan poco habitual de las mismas. Ellos entran en
una etapa de redención del mundo y prometen acabar con todas las suciedades que
anegan el panorama político, y prometen castigar a los culpables, y los ciudadanos,
frente a un debate hecho con el mismo guión de la señorita Laura, enternecidos
decidimos darles nuestro voto, porque éste sí es honesto, cómo no, si en su
campaña salen su esposa o esposo y sus hijos, qué hermosa y humana escena, y el
otro, que va a misa y cree en la justicia divina. Entonces les entregamos
nuestro voto y con él nuestro dinero, nuestra seguridad, nuestra estabilidad,
nuestro futuro y nuestro país.
En qué
momento dejamos que ese gremio, los políticos, nuestros empleados, que viven de
nuestros impuestos y están ahí para bien adminístralos y proporcionarnos
bienestar, a nosotros y a la patria, en
qué momento dejamos que se convirtieran en parásitos que nos tiranizan mientras
nosotros condescendemos sin dignidad.
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