Ricardo
Sigala
Desde pequeño oí hablar del volcán de Colima como de una
entidad casi mitológica. Mi abuela en Guadalajara guardaba recortes de
periódico en los que se hablaba de su actividad y se mostraban fotografías del
mismo y los cúmulos de ceniza en la calles de Ciudad Guzmán y alguna vez de su
alcance hasta la ciudad de Guadalajara. No recuerdo de qué fechas serían dichas
publicaciones, quizás del memorable 1913, o de las décadas posteriores. Lo que
sí tengo bien presente, y recuerdo con claridad, es que se le llamaba Volcán de
Colima. He hablado en Zapotlán con personas nacidas en la primera mitad del
siglo XX y todas concuerdan con que siempre se ha llamado así, Juan José
Arreola también lo nombra Volcán de Colima.
Digo
esto porque en los últimos tiempos, y más en estos días que nos baña de ceniza
en abundancia, el coloso ha estado siendo referido como Volcán El Colima,
especialmente en los medios masivos de comunicación. Desconozco si habrá un
decreto de alguna autoridad civil o lingüística, pero llama mucho la atención
el cambio del uso de un nombre que no sólo es eso, sino que es el nombre con
que se define un patrimonio natural que a la vez proporciona identidad a la
región y a sus habitantes.
La
lengua es arbitraria, lo dijo Ferdinand de Saussure, pero es también un sistema
y tiene su propia lógica. Hablar bien un idioma no sólo implica conocer la
gramática, tener un buen vocabulario y hacer buen uso de ellos según las
circunstancias lo requieran. Hablar bien un idioma es entender su lógica, sus
giros, que casi siempre expresan una identidad cultural enriquecida durante
siglos. Tengo un respeto profundo por el libre uso de la lengua, porque que sé
que la lengua la hacen los hablantes y no las academias ni las reglas, sin
embargo hay usos que no hacen sino despertar mi incomodidad. Por ejemplo,
algunos se empeñan en que es incorrecto decir “vaso de agua” con el argumento
de que el vaso es de vidrio o de plástico no de agua, sin embargo no tienen
ningún problema para referirse a una botella de agua, una copa de vino, una
lata de refresco, o bien una bolsa de papas, si vamos más allá tenemos también
las expresiones estado de derecho, sala de gobierno o la sala de regidores. Me
parece un razonamiento muy sospechoso, especialmente por su falta de
razonamiento. Otro ejemplo es el de la tendencia a hacer del saludo una
expresión en singular, cada vez escuchamos más que nos desean un buen día, una
buena tarde, una buena noche, como si se trataran de traducciones literales de
good morning, good afternoong, o good
naght, cuando la tradición hispánica se caracteriza por su generosidad hasta en
el saludo y deseamos a la gente no un buen día, sino buenos días, buenas tardes
o buenas noches, saludamos a manos llenas, en oposición al pragmatismo inglés.
De hecho la palabra saludos no es otra cosa que el plural del concepto salud,
por eso los viejos todavía usan esa expresión arcaica que consiste en “mandar
saludes”.
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