martes, 10 de febrero de 2015

El nombre del volcán

Ricardo Sigala



Desde pequeño oí hablar del volcán de Colima como de una entidad casi mitológica. Mi abuela en Guadalajara guardaba recortes de periódico en los que se hablaba de su actividad y se mostraban fotografías del mismo y los cúmulos de ceniza en la calles de Ciudad Guzmán y alguna vez de su alcance hasta la ciudad de Guadalajara. No recuerdo de qué fechas serían dichas publicaciones, quizás del memorable 1913, o de las décadas posteriores. Lo que sí tengo bien presente, y recuerdo con claridad, es que se le llamaba Volcán de Colima. He hablado en Zapotlán con personas nacidas en la primera mitad del siglo XX y todas concuerdan con que siempre se ha llamado así, Juan José Arreola también lo nombra Volcán de Colima.


            Digo esto porque en los últimos tiempos, y más en estos días que nos baña de ceniza en abundancia, el coloso ha estado siendo referido como Volcán El Colima, especialmente en los medios masivos de comunicación. Desconozco si habrá un decreto de alguna autoridad civil o lingüística, pero llama mucho la atención el cambio del uso de un nombre que no sólo es eso, sino que es el nombre con que se define un patrimonio natural que a la vez proporciona identidad a la región  y a sus habitantes.

            La lengua es arbitraria, lo dijo Ferdinand de Saussure, pero es también un sistema y tiene su propia lógica. Hablar bien un idioma no sólo implica conocer la gramática, tener un buen vocabulario y hacer buen uso de ellos según las circunstancias lo requieran. Hablar bien un idioma es entender su lógica, sus giros, que casi siempre expresan una identidad cultural enriquecida durante siglos. Tengo un respeto profundo por el libre uso de la lengua, porque que sé que la lengua la hacen los hablantes y no las academias ni las reglas, sin embargo hay usos que no hacen sino despertar mi incomodidad. Por ejemplo, algunos se empeñan en que es incorrecto decir “vaso de agua” con el argumento de que el vaso es de vidrio o de plástico no de agua, sin embargo no tienen ningún problema para referirse a una botella de agua, una copa de vino, una lata de refresco, o bien una bolsa de papas, si vamos más allá tenemos también las expresiones estado de derecho, sala de gobierno o la sala de regidores. Me parece un razonamiento muy sospechoso, especialmente por su falta de razonamiento. Otro ejemplo es el de la tendencia a hacer del saludo una expresión en singular, cada vez escuchamos más que nos desean un buen día, una buena tarde, una buena noche, como si se trataran de traducciones literales de good morning, good  afternoong, o good naght, cuando la tradición hispánica se caracteriza por su generosidad hasta en el saludo y deseamos a la gente no un buen día, sino buenos días, buenas tardes o buenas noches, saludamos a manos llenas, en oposición al pragmatismo inglés. De hecho la palabra saludos no es otra cosa que el plural del concepto salud, por eso los viejos todavía usan esa expresión arcaica que consiste en “mandar saludes”.

           
Volvamos al volcán de Colima, por qué llamarlo Volcán El Colima si no hablamos nunca del Volcán El Popocateptl o el Volcán El Paricutín, sino del volcán Popocatpetl o el volcán Paricutín. Estoy de acuerdo en que digamos El Colima, como decimos El popocateptl o El Paricutín, pero cuando estamos omitiendo el núcleo del sustantivo, es decir la palabra volcán, no en la presencia de ésta y sería una licencia de la expresión “el de Colima”. Si fuera común en nuestra lengua la expresión el Volcán El Colima, entonces podríamos hablar de el Lago El Chapala, la Laguna El Zapotlán, El camino real El Colima, El Golfo El México o El Golfo El Cortés. Suena aberrante, ¿verdad? Por eso a mí me gusta decirle Volcán de Colima. Porque mi lengua es mi patria, tanto como la tierra en la que escribo.


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