Cuento ganador del noveno concurso estatal de San
Gabriel
“Que la media luna te lo cuente” 2015.
Ángel Aurelio
del Toro Ortiz
Ya no hay marcha
atrás. Sólo te queda esperar; no tardará mucho. Los pájaros baten sus alas
lentamente. El viento agita tus cabellos, silba en tus oídos. Y piensas;
piensas en tantas cosas a la vez, que tu mente se vuelve un remolino
polvoriento. Piensas en lo ágil que fuiste al burlar la seguridad del edificio.
Siempre te consideraste una persona hábil e ingeniosa, aunque esos atributos no
te sirvieron de mucho al final de cuentas; te basta con que te sirvieran de
algo ahora. Piensas en ella, en sus ojos de ámbar, en su piel de cielo, en su
cuerpo esbelto, en sus cabellos salvajes; en su partida inevitable. A decir
verdad, nunca estuvo satisfecha, ni con tu trabajo, ni con tus ingresos, ni con
tus atenciones, ni con tu desempeño en la cama, ni con el tamaño de tu… En fin,
te hubieras acabado la vida de todas formas, tratando de complacerla. Ahora que
lo piensas, no fueron tan distintos uno del otro, tú tampoco estuviste
satisfecho, ni siquiera lo estás ahora. Fue un alivio que se fuera. Que otro
cargue con ese peso. Piensas en tu trabajo de porquería, en tu jefe huraño, en
tus compañeros apáticos, en tu sueldo miserable. ¿A quién le puede alcanzar un
sueldo así para sobrevivir en esta ciudad tan hambrienta, en este país tan
exprimido? Es verdad que muchos quisieran tener tu puesto en la empresa, por
más mediocre que te parezca, pero no tú; que otro se quede con tu escritorio,
que se joda en tu lugar. ¿Qué dirán en la oficina? Seguramente los tomará por
sorpresa la noticia, o a lo mejor ni se enteran. ¿Qué dirán tus amigos, esos
abusivos gorrones, que sólo están contigo cuando se trata de empedarse o fumar
mota, pero no cuando se les necesita? Nada, hace mucho tiempo que no consideras
a nadie tu amigo. No dejaste una carta, ni una nota. ¿Para qué? Eso es para
pobres diablos que buscan llamar la atención. Tú eres distinto. No imaginaste
que estos segundos tardarían tanto en transcurrir. Todo parece tan lento y
silencioso... Piensas en lo cerca que estás de lograr tu cometido, quizá sea el
más grande de tus logros. No pudiste elegir mejor lugar: la Torre Mayor,
cincuenta y cinco pisos y doscientos veinticinco metros de altura. ¡Qué vista!
Hace mucho tiempo que no disfrutabas un paisaje como éste, es más, hace mucho
tiempo que no disfrutabas nada. Es irónico que en estos momentos disfrutes
algo. Creíste que te acobardarías cuando estuviste al pie del edificio más alto
de México; pero no, subiste sin titubear hasta el último piso y nada te detuvo,
ni siquiera el guardia que intentó alcanzarte, pobre gordo de pacotilla,
debería seguir tu ejemplo. La torre no se ve tan imponente desde aquí, tampoco
el abismo. Alcanzas a ver algunos rostros pasmados que asoman por las ventanas,
aunque la mayoría no se dan cuenta de que vas pasando; tú les sonríes de todas
formas. Es verdad, sonríes, creo que nunca estuviste tan contento, nunca te
sentiste más cerca de la verdadera felicidad; lástima que dure tan poco. La
avenida se va haciendo cada vez más grande. Los pájaros quedaron ya muy arriba,
indiferentes al Ícaro sin alas; el viento sopla con mucha fuerza, no escuchas
nada más que su denso rugir en tus oídos, te aturde; las ventanas pasan ante
tus ojos rápidamente, te das cuenta de que has adquirido gran velocidad; ya
estás muy cerca, la avenida está frente a ti, casi hueles el pavimento: ¡llegaste!
Todo se pone negro.
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