José Luis Vivar
Esa debiera ser la pregunta de todos los habitantes de este país, aunque en primer lugar estarían los que nos dedicamos a la educación. En segundo término quienes están al frente de la educación; y por último aquellas personas del sector público y privado que se dedican a generar empleos. Porque en esta lamentable situación, nos parezca o no, estamos inmiscuidos todos.
De acuerdo a las cifras proporcionadas por el Dr. José Narro Robles, rector de la UNAM, en México son alrededor de 7 millones de jóvenes los que no estudian ni trabajan -de ahí el término de Ninis-, y esta realidad afecta no sólo a la economía del país sino que a los mismos implicados y sus familiares, porque por una parte son una carga al sustento doméstico, y por otra, es fácil que se decidan a participar en actividades delictivas, como estamos viendo.
Vayamos por partes. Pongamos como ejemplo dos jóvenes, que son un testimonio de lo que pasa: el primero es n joven egresado de la preparatoria, hace examen de admisión en una universidad pública y no queda en listas. ¿Qué hace? Si sus condiciones económicas familiares se lo permiten podrá esperarse hasta el próximo semestre para hacer un intento. Pero si no vuelve a quedar, entonces viene la desgracia.
En el caso de un egresado de la carrera o licenciatura que guste, termina con éxito sus estudios. Es más, se titula y se lanza al mercado laboral. En la mayoría de los lugares a que acude se encuentra con que debe tener experiencia mínima de dos a tres años. ¿Eso es justo para él? Si revisamos su certificado de estudios encontraremos que tiene buenas calificaciones. Perfecto. Sin embargo, en el mundo laboral eso no le sirve de nada. Lo mismo que el primer caso, si su familia cuenta con recursos lo estará sosteniendo mientras busca en donde acomodarse. Los constantes rechazos, las puertas que no se abren terminarán por llenarlo de frustración y mandarlo todo al diablo.
Los anteriores ejemplos son una radiografía nacional. Cuántos de nuestros ex alumnos de preparatoria andan de la seca a la meca por buscar un lugar que les permita continuar lo que empezaron desde su formación en preescolar. Cuántos de ellos no terminan por cansarse de hacer exámenes de admisión y prefieren olvidarse de todo porque no encuentran un lugar en lo que ellos quieren.
Y me estoy refiriendo a muchachos que no pueden ingresar a una universidad privada como sucede con otros de sus compañeros que sí tienen posibilidades de hacerlo.
En el caso de los jóvenes profesionistas el tipo de universidad –pública o privada-, es lo que menos importa. La experiencia magisterial nos hace constatar que no importa el perfil profesional, la situación contractual es la misma. Se pide experiencia cuando son personas de 22 años que recientemente han dejado atrás las aulas. Se pide que hablen otro idioma, o que tenga una cartera de clientes; o que tengan un posgrado (especialidad, maestría, doctorado). Todo eso antes de cumplir los 25 años.
Para algunos de estos nuevos profesionistas cambiar de giro es una opción inmediata. Se subemplean en lo que haya, o en lo que se pueda. El chiste es ganar unos pesos para subsistir. Esa es una acción lógica. No obstante, los que pertenecen a la categoría Ninis permanecen en el limbo. Se niegan a avanzar, permanecen ajenos a la realidad, se mantienen en la espera. ¿De qué? Tal vez de que algún día las condiciones cambien para ellos.
Más allá de los discursos políticos y de lanzarse la bolita unos contra otros, la desocupación juvenil está matando una generación, le está impidiendo desarrollarse, y lo más terrible es que nadie está haciendo nada. En México se están formando personas para que vean truncados sus estudios, y más peor, para que engrosen las filas del desempleo.
Ya se sabe, Papá Gobierno no pude ser la solución, aunque sí puede planear, organizar y ejecutar cambios operativos en el sector educativo y en el laboral. No es que se busque cerrar instituciones educativas. Al contrario debería haber más espacios para la enseñanza. Modificar las condiciones para profesionistas sin experiencia sería una cándida propuesta. Quienes tienen negocios no son hermanitas de la caridad, pero sí pueden capacitar a los que vienen de las universidades, desde los mismos salones donde reciben a diario sus clases. En algunas instituciones privadas lo hacen, ¿por qué en las públicas no ha podido realizarse?
Los Ninis no son tema de risa sino de preocupación. A diario vemos cuántos de estos jóvenes caen acribillados, o son apresados por dedicarse a actividades ilícitas. La cifra de 7 millones representa una enorme cantidad de personas que no pueden ignorarse ni desecharse del panorama social de este país que sigue celebrando un bicentenario independentista y un centenario revolucionario donde nos queda claro que la revolución todavía no les ha hecho justicia a todos, como suele pregonarse.
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