viernes, 24 de septiembre de 2010

Cuartelazo

José Luis Vivar Ojeda


En las primeras décadas del siglo veinte posteriores al movimiento, el tratamiento que le daban algunos directores a la Revolución Mexicana, era más propenso a exaltar las virtudes de los cuadillos y adelitas participantes. Para los años setenta, la visión a este movimiento toma nuevos giros estelísticos, algunos con resultados aceptables, y otros como sus antecesores, para el olvido. Aun así, las diversidad de planteamientos deja a unos sorprendidos por la frescura de sus propuestas, mientras que en otros decepciona, tal vez porque el discurso fílmico está sobrecargado de entusiasmo, o en el peor de las cosas, por quedar bien con el gobierno del Presidente Luis Echeverría. Como quiera que sea, los espectadores y la crítica agradecen que los nuevos revolucionarios dejen atrás sus escenografías acartonadas y las infaltables acostumbradas canciones que cada quince minutos interrumpían la trama.

            Una de esas buenas películas que en su momento llamó la atención, aunque en las taquillas no obtuviera buenos resultados, es Cuartelazo (1976), del desaparecido director colimota, Alberto Isaac. Filmada en blanco y negro para estar acorde a las imágenes que del pasado nos legaron Casasola, Toscano y Avitia, la cinta muestra una de las etapas más terribles de esos primeros años de democracia posteriores a la dictadura de Porfirio Díaz: la decena trágica.

            A diferencia de La Sombra del Caudillo (Carlos Bracho, 1960), esta película muestra la crudeza del gobierno ursurpador del general Victoriano Huerta -interpretado por un magistral Bruno Rey-, quien realiza el golpe de estado y manda asesinar al Presidente Francisco I. Madero, el Vicepresidente José María Pino Suárez y al senador Belisario Domínguez –caracterizado por Héctor Ortega-, entre tantos otros.

            Más que mostrar los acontecimientos que dieron origen a esa traición orquestada desde la embajada de los Estados Unidos por el embajador Henry Lane Wilson, en contra de la recién nacida democracia mexicana, lo que busca Isaac es presentarnos, además de las distintas reacciones de otros protagonistas revolucionarios, los últimos momentos del médico y político chiapaneco, Belisario Domínguez.

            En alguna entrevista el mismo director decía haberse inclinado por la figura del mencionado político, por la facilidad que le resultaba tratarlo como un hombre de carne y hueso, no por ello materia fresca para hacer lo que se le viniera en gana. Al contrario. En esta película acudimos a presenciar los motivos que tuvo el médico para atreverse a criticar al sanguinario de Huerta.

            Es de una ingenuidad increíble haberlo hecho suponer que, mediante un discurso en la Cámara de Senadores, el chacal reconociera su error y presentara de inmediato su renuncia. A cambio de ello, los apluasos de sus colegas por ese acto de valentía propició que su figura fuera pusta en el ojo del huracán, y que en poco tiempo los sicarios del traidor de Madero, se encargaran de silenciarlo, en sentido literal y en sentido real.

            Aunque Ortega se quejó de que la barba postiza le restó méritos a su actuación, su trabajo en la pantalla es brillante. Su credibilidad como Belisario Domínguez conmueve, no sólo por esos momentos de soledad, en que se le ve pensativo. La forma en que sus compañeros de cámara le dan la espalda y lo dejan a su voluntad. Es catártico el momento en que redacta sus cartas póstumas, porque no es ningún estúpido. Sabe que por osadía va a perder la vida en cualquier momento. Haber leído ese discurso, y lo más grave, haberlo permitido, le arroja un inmimente veredicto: culpable para el régimen.

            La atmósfera recreada para el instante en que es detenido y trasladado para ejecutarlo –previo corte de su lengua-, son secuencias memorables. Consciente o insconsciente Alberto Isaac hace una analogía de los tiempos difíciles y censurables que se viven en ese oscuro sexenio en México: el Halconazo, la Guerra Sucia, el bombazo en Excélsior de Julio Scherer. La violencia disfrazada de populismo.

            Cuartelazo es un crudo testimonio, no es una película de acción ni tampoco de “gente buena y gente mala”. Retrata en la intimidad al dipsómano de Huerta, las ridículas fiestas de pompa y guante blanco. La intolerancia de su régimen y las adulaciones de sus allegados. Como lección histórica sustentada en la ficción es diga de tomarse en cuenta, y por eso debe considerársele para colocarla en un lugar más justo en la historia del cine.

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