Aranzazú Becerra Michel
Poco a poco se va a acercando ya el final de las celebraciones de nuestro origen como nación independiente. Los desfiles están cada vez más vacíos y lentamente las fiestas patrias, que habían sido alguna vez prioridad nacional, no son más que un recuerdo del ayer. Las críticas al presupuesto de 2 mil 838 millones de pesos destinados al reconocimiento nacional e internacional del valor e historia mexicanas quedaron polvorosamente encajonadas ante el alboroto provocado por las disonancias del presupuesto del 2011 para unos, y el inicio de los preparativos de las campañas electorales del siguiente sexenio para otros más.
Un año que anunciaba su llegada con bombo, platillo y más de 1,015 asesinatos en menos de 34 días relacionados con la guerra contra el narcotráfico; las miradas internacionales condenaban la violencia, mientras aconsejaban a sus habitantes alejarse de un México que se vestía de gala para recibir su aniversario. Entre los primeros sacrificios del año están los 16 jóvenes futbolistas de Ciudad Juárez que celebraban un campeonato cuando llegaron 10 vehículos, cerraron las calles y comenzaron a disparar. Días después, el Presidente Felipe Calderón asistió a Cd. Juárez y en medio de una conferencia de prensa, la madre de dos de los jóvenes asesinados hizo historia, se paró frente al Presidente y le dijo "Discúlpeme señor Presidente, yo no le puedo decir bienvenido, porque para mí no lo es". En menos de tres minutos, Luz María Dávila logró expresar el sentir de una nación entera: estamos cansados y queremos justicia.
A lo largo del año, miembros de la sociedad civil aprovechaban la atención generada por las festividades para hacer un llamado de conciencia a una población que entre asesinatos y amenazas se disponía a celebrar el orgullo mexicano. Pasaban los meses, los asesinatos a sangre fría seguían aumentando, las revistas y los periódicos mostraban imágenes cada vez más crueles: cabezas decapitadas, automóviles ensangrentados, cuerpos mutilados e inertes acaparaban las primeras planas locales, regionales y nacionales. También, aparecían en Youtube los videos de las balaceras grabados por civiles que sin aviso alguno se encontraban en medio de batallas que no les correspondían. Sin anunciarse, los enfrentamientos comenzaban a llegar a las puertas de nuestros hogares.
Desde sus inicios en el 2006, la guerra contra el narcotráfico ha evolucionado en una manera desastrosa. Asesinato tras asesinato, los transgresores se van instruyendo, sus estrategias evolucionan, adquieren precisión, cometen crímenes en plena luz del día y hasta se atreven a revelar orgullosamente cual de sus trágicas obras de arte es de su autoría. A medida que pasa el tiempo, las víctimas no son las mismas; cada vez son más los inocentes ciudadanos y ciudadanas que pierden la vida. Los miembros del crimen organizado en México no tienen miedo ¿por qué habrían de temer si las autoridades mexicanas sólo han demostrado su incompetencia para proteger a la población?
Después de de los enfrentamientos deliberados contra jóvenes, adultos y mujeres comenzaron los ataques directos a las autoridades. Los priístas Rodolfo Torre Cantú, candidato a gobernador de Tamaulipas, el ex-gobernador de Colima Silverio Cavazos, y los militantes del PAN Edelmiro Cavazos Leal, presidente municipal de Santiago, Nuevo León y Gregorio Barradas, alcalde electo de un municipio del sur de Veracruz, son sólo algunas de las autoridades mexicanas que sin importar su partido político han sido asesinados y han servido a los criminales para demostrar cuánto poder tienen y la impunidad con la que se protegen. El comunicado de Presidencia siempre es el mismo: El Presidente condena el asesinato, sin lograr que se busquen a los culpables de estos homicidios. Mientras los miembros del crimen organizado pueden jactarse de controlar el país a su antojo, las autoridades sólo se muestran débiles ante la violencia nacional.
Para julio de este año, el Procurador General Arturo Chávez anunciaba 24,286 muertes desde que comenzó el sexenio de Felipe Calderón. Entre ellos 14 periodistas asesinados solamente en el 2010. Llegado el mes más patrio, las autoridades federales se decidieron a reducir los asesinatos de 49 al día, como lo fueron en Junio, Julio y Agosto, a "cifras estables" según Alejandro Poiré, secretario técnico del Consejo de Seguridad Nacional, de 36 muertes diarias, esto es 1,080 asesinatos al mes. Llegó el 15 de Septiembre y las fiestas dieron un ansiado momento de distracción: el Coloso provocó más risas que admiración y Alonso Lujambio, Secretario de Educación, sostenía que el desfile había costado sólo 667 millones de pesos "ya con I.V.A."; al mismo tiempo, los periódicos españoles, chilenos, colombianos y venezolanos se preguntaban cómo era posible que los mexicanos estuviéramos de fiesta en medio de tanta violencia. Terminaron las festividades, y el sueño de estabilidad pacífica con sólo 36 muertos al día se esfumó. Inmediatamente se hicieron notar las muertes de más de 40 jóvenes en Cd. Juárez, Tijuana y Tepic, además de una intervención en la frecuencia policíaca que anunciaba que habría 135 asesinatos, uno por cada tonelada de marihuana que había sido quemada por las autoridades.
El centenario de la Revolución pasó casi desapercibido, las masacres en todo el país continúan y se extienden por todos los estados. Los mexicanos estamos una guerra disparada contra nosotros mismos, una guerra que en el año del bicentenario nos ha llevado a la deconstrucción nacional. A lo largo de estos cuatro años hemos sido testigos de que la estrategia del Presidente Felipe Calderón para erradicar el narcotráfico en México es ineficaz, la destrucción a infraestructura, las muertes y la inseguridad ya han empezado a provocar pérdidas económicas. La Confederación Patronal de la República estima que la inestabilidad social en el país podría estar costando el 15% del PIB. Además, se ha demostrado que el consumo de cocaína se ha triplicado en el último año y el consumo de marihuana ha crecido un 50%. Es tiempo de que el gobierno abra las puertas al diálogo para encontrar estrategias que logren combatir el narcotráfico sin perjudicar el desarrollo pacífico del resto de los ciudadanos. Siempre hay alternativas, sólo es cuestión de escucharlas.
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