jueves, 24 de marzo de 2011

Elizabeth Taylor, la última diva

José Luis Vivar

En el cine, hay una regla no escrita pero que es básica para entender por qué ciertas personas sobresalen con su imagen, dejando de lado si tienen o no talento: fotogenia y carisma. Esto es, al momento de pararse frente a una cámara retratan con perfección y despierten el interés del público. Más allá de una situación estética, hay actores y actrices que llaman poderosamente la atención, y su presencia se vuelven inolvidables; una de esas actrices es sin duda Elizabeth Taylor.

            Ella vino al mundo para ser vista y adorada por todos en la pantalla. Mujer de fuerte temperamento, ferviente creyente del matrimonio, se casó ocho veces –dos con el mismo hombre: Richard Burton-; figura luminaria de Hollywood; premiada por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas; distinguida en España con el Príncipe de Asturias en 1992; en pocas palabras, una leyenda de todos los tiempos.

Nacida el 27 de febrero de 1932, en Londres, poseía, además de sus atributos físicos un talento innegable que le permitió sobresalir lo mismo en cine que en teatro. A temprana edad llegó a Estados Unidos, donde debutó en la cinta Fuego de Juventud (National Velvet, Clarence Brown, 1944) De ahí le seguirían una estela de películas que la volverían famosa en los años siguientes, hasta su última participación en Los Picapiedra (The Flintstones, Brian Levant, 1994)

Conocida detrás de cámaras por sus intensos amoríos, equilibraba esos escándalos con buenas actuaciones que hacían olvidar esa parte de su vida. No por ello puede pasarse por alto los costosísimos regalos que a lo largo de su vida recibió por parte de sus parejas. Entre obras de arte, joyas (el diamante Amarillo Krupp, la Perla Peregrina), y demás propiedades, sobresale el famoso diamante Burton-Taylor de 69 quilates, que el actor galés le obsequiara en el año de 1969, mismo que tuviera entonces un costo de ¡1.2 millones de dólares!

Favorita de infinidad de directores, obtuvo dos premios Oscar por su trabajo en Una Mujer Marcada (Butterfield 8, Daniel Mann, 1960), y Quién Teme a Virginia Woolf (Who’s Afraid of Virginia Woolf. 1966), aunque siempre se le recuerda más por su participación en películas como Gigante (Giant, Elia Kazan, 1956), La Gata Sobre el Tejado de Zinc (Cat on a Hot Tin Roof, Richard Brooks, 1958), y desde luego Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1962), donde el esplendor de su belleza luce espectacular. Fue precisamente durante la filmación de esa cinta que conoció a Richard Burton, de quien quedaría profundamente enamorada, al grado de abandonar a Eddie Fisher, su esposo de ese momento para irse a vivir con él.

Como todo ser mítico, existe una relación estrecha de Liz Taylor con La Noche de la Iguana (The Night of the Iguana, John Huston, 1964), protagonizada por Burton y por Ava Gardner, basada en la obra del dramaturgo Tennessee Williams. Su participación se debe a que cuidaba de su marido de las garras de la Gardner y que sin proponérselo fue parte fundamental para que esa recóndita playa llamada Mismaloya se transformara en el emporio turístico que es actualmente Puerto Vallarta. A partir de entonces, gente de Hollywood y de otras partes del mundo comenzaron a modificar sus recorridos al Pacífico, ya no era nada más Acapulco, sino el lugar donde habían filmado La Noche de la Iguana.

De esos días en que ella recorría las playas mientras se filmaba, surgió una canción grabada por Los Tres Reyes, que es el mejor homenaje que en México se le pudo haber rendido a la belleza de sus ojos: Jacaranda. Con letra de Mario Molina Montes y música de Enrique Fabregat. El primero relataba que después cantársela, la actriz quedó emocionada y amablemente pidió que le fuera entregada la partitura original.

Este 23 de marzo en que Elizabeth Taylor cerró para siempre su mirada violeta, el tema musical vuelve a escucharse como un homenaje: “…Y por tu pelo de oro que brilló aquella noche y la luz de tus ojos de jacaranda en flor”.

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