miércoles, 23 de marzo de 2011

México, un país de migrantes

Daniel Alberto Bedolla

México es un país que vive todos los días los efectos de la migración, desde ciudades abandonadas hasta vagones de trenes llenos de centroamericanos.

Basta con decir, que México posee una de las fronteras más transitadas en el mundo con 300 millones de cruces de México a Estados Unidos. Además, de que somos el tercer país que recibe más remesas en el mundo, solo después de China y la India. Cada que se vota o se piensa una política migratoria “anti-mexicana” que atenta contra los derechos de los migrantes hispanos en el país del norte, salta una revolución en la sociedad y en los medios. Sin embargo, lo mismo no ocurre cuando se habla de la migración de países del sur hacia México.
Según un estudio realizado por el Centro de Investigación y Docencia Económica, el 66% de los mexicanos está de acuerdo con deportar a los indocumentados que viven en el país. La reacción del mexicano es muy diferente cuándo se habla de la migración centroamericana en México. Resulta sorprendente, que el 22% de los encuestados está a favor de construir un muro en la frontera sur para impedir el paso a inmigrantes. Justamente la medida tachada de racista implementada por Estados Unidos en la frontera del norte.
Es ilógico pensar que México es un país en contra de la inmigración a su país, pero con más de 6 millones de inmigrantes en Estados Unidos hasta enero 2010. Y peor aún, recibiendo remesas que son el sustento de muchas familias mexicanas y representan un 2.5% de nuestro producto interno bruto. Al parecer la opinión cambia radicalmente, cuándo ya no se es el país que provee migrantes sino el país que los recibe y los ve pasar.
En muchos casos la inmigración ilegal a México de centroamericanos no es para quedarse a vivir en el país, sino lo utilizan como cruce para llegar al sueño americano. Así lo prueban los más de un millón de inmigrantes ilegales, provenientes de El Salvador, Guatemala y Honduras.  Por lo general, los inmigrantes centroamericanos usan las rutas del golfo y occidente de México para poder llegar a las ciudades fronterizas y de ahí cruzar la frontera hacia los Estados Unidos. Pasan por lugares como Chiapas, Veracruz, Ciudad de México, Guadalajara, Cd. Juarez y Tijuana en su trayecto migratorio.
Las rutas de migración centroamericanas no siempre fueron tan vigiladas, ni tan peligrosas. Políticas mexicanas de endurecimiento de la frontera, como el Plan Sur 2001, ha obligado a los migrantes a transitar por zonas menos seguras exponiéndose a ser secuestrados, traficados, asesinados o explotados sexual o laboralmente. En el primer semestre del 2010, la CNDH reportó 10 mil casos de secuestros de indocumentados en nuestro país. Los migrantes son un negocio rentable para las bandas delictivas, que según distintas ONG’s es un negocio que deja más de 50 millones de dólares anuales.
La migración entre países tiene un contexto más profundo que el de la legalidad. Es importante analizar que una persona se ve obligada a migrar por las faltas de oportunidades en su país, por la falta de seguridad social y por la esperanza de encontrar una mejor vida. Sin importar entre qué país sea la migración, estos tres factores son decisivos. Una persona no migra porque quiere, sino porque necesita hacerlo para hacer frente a sus necesidades. En esta situación, somos todos los involucrados. Desde el gobierno que es incapaz de proveer la seguridad social que necesitan las personas hasta las empresas que no ofrecen un salario digno a sus trabajadores. Los efectos sociales que deja la migración en las localidades son alarmantes, ya que muchas familias quedan sin una cabeza de familia. Y se forman los hogares denominados “dona”, donde los padres se han ido y han dejado un hueco en las familias dirigidas por los abuelos.
A pesar de que muchos migrantes cruzan a Estados Unidos con la esperanza de tener un mejor trabajo, y poder enviar dinero a sus familias. La realidad con la que se encuentran es diferente en muchas ocasiones. Los migrantes en Estados Unidos viven bajo el miedo de la deportación, la discriminación y el “bajo salario” (bajo comparado con la media, pero alto comparado con lo que ganarían en sus respectivos países) por ser una mano de obra poco estudiada. Un migrante no puede votar, ni tener una licencia de conducir, ni un crédito bancario o seguro médico. El individuo renuncia a todo eso, a cambio de tener un trabajo recibiendo $10-$15 dólares la hora, educación para sus hijos, posibilidades de vivir con toda su familia, una vida tranquila, entre muchos otros beneficios.
La sociedad mexicana debe estar consciente de que México es un país que vive la migración todos los días, ya sea del sur o hacia el norte. No obstante, se debe evitar tener una posición racista frente a la migración centroamericana, y mejor aún comprender las razones de la misma.


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