Salvador Manzano Anaya
Cierto día, decidí llamar a un amigo y ex colega del trabajo, al que tenía un buen tiempo de no verlo desde que nos jubilamos, algo que sucedió más o menos por las mismas fechas. Le envié un mensaje de texto del celular y me respondió de inmediato con una aceptación rebosante de alegría ¡claro mi Capitán, con mucho gusto! saludos. Procuré estar puntual a la cita, elegí un buen lugar para una gran charla; recuerdo mientras aparece… lo bueno que es trabajar con este tipo de personas, con las cualidades idóneas para el trabajo en equipo, una excelente colaboración mutua y además teníamos una gran afinidad, la camiseta bien puesta, es decir: amábamos a nuestro trabajo.
Aproximándose la hora, veo a lo lejos a mi amigo, ya viene, “pobre”, se ve acabadón, ya no camina con el “tumbao” de aquel Pedro Navajas de la canción (Blades), ¡vaya trae bifocales! puedo apreciar que trae un “tonito” en el cabello que le oculta las canas y unas entradotas en su frente como las de la Basílica de Guadalupe, me esta mirando, tal vez piense lo mismo de mi ( -“pobre diablo”- le leí la mente al desgraciado, eso viene pensando de mi), ¿Cómo se llamaba aquella fulana con la que quiso casarse? No recuerdo, seguramente el tampoco se acordará.
Cuando por fin llego, su cara se convirtió en una fiesta, y surgió ese espíritu de camaradería que siempre nos unió, sentí que era el mismo y auténtico de siempre (solo que en un cascaron viejo), tiene un penetrante olor a Iodex o tal vez pomada veterinaria Mamisán, ya se deshizo de sus famosos aromas conquistadores de Dior, o de Guerláin.
A propósito de Guerláin, recuerdo que en mis tiempos de activo, siempre usé Vetiver de la casa Guerláin, era mi favorito, en cierta ocasión me encontraba en un expendio de revistas, hojeando el periódico y detrás de mí escuchaba las voces de un par de chicas que discutían algo, a las vez sentía cosquillas en mi espalda y en los hombros; entonces, cuando mi curiosidad se desbordó, volteé, eran las narices de las chicas que me olisqueaban, al verme muy quitadas de la pena me dice una de ellas: “¿verdad, señor que usted usa Carlo Corinto?” –¡Que no te estoy diciendo que es Vetiver de Guerláin– le interrumpió la otra. A eso, confirmé dándole en gane a la segunda señorita, acto seguido se fueron debatiendo otras cosas, ni adiós, ni ahí nos vemos, ni nada…yo seguí leyendo mi periódico… ¡lo que provocas Vetiver de Guerláin!
Volviendo al café con mi amigo, fielmente a mi paladar y a mi estilo, pedí un café americano doble carga y sin azúcar ; mi amigo, pidió café descafeinado, cortado con crema Light (pregunto si estaba deslactosada) y endulzado con splenda o sacarina o algo que no tuviera azúcar, cuando concluyó con el mesero, me mira y sonríe, a la vez se saca de la bolsa de su camisa una cajetilla de vivos colores, “cigarros sin tabaco” alcancé a leer (creo de lechuga), ¿whats? Me volveré loco, café sin café, azúcar sin azúcar, tabaco sin tabaco... ¿que es eso?, ¿acaso mi amigo será el mismo de siempre o será un autentico LIGHT también?, ¿no le será mas perjudicial estarse metiendo tanta falacia al cuerpo? No, no, eso para mi es un subliminal: “mírame como me hago tarugo yo solo”, un autoengaño, deveras que cosas tan raras nos estamos inventando. Lo bueno es que mi amigo si conserva su autenticidad, sus valores y su carisma sigue al pie del cañón. Nuestra charla fue cordial y divertida, recordando los buenos momentos en el trabajo, las anécdotas, poco a poco fueron cumpliéndose todas las expectativas.
El tiempo voló, nos despedimos, y cada quien tomó su rumbo, a seguir viviendo cada quien a su modo, cuídate amigo mío, pronto nos volveremos a ver, que Dios te bendiga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario