Julio M. Virrueta
Los temas recurrentes de Jorge Luis Borges son bien conocidos: laberintos, espejos, tigres, la cábala, el infinito. Lo que no está tan a la vista es el tema que le otorga a varios de sus cuentos, en mayor o menor medida, ese toque especial que consigue atrapar al lector en esa filigrana de ficción que construye el argentino en cada párrafo, a su vez es ese tema lo que le da cierto aire de metafísico y confuso, de hipotético, que lleva a la mente del lector a un cercano punto de quiebre. Esa temática subterránea es la ciencia.
Efectivamente es con Borges con quien se rompe el tabú, irracional como todos los tabús, de que el arte y la ciencia se cuecen aparte, de que no son mezclables, cuando tienen un origen común y quizá una misma meta a futuro, comprender el misterio de la existencia, de la realidad.
Pero hay un campo especial del quehacer científico al que el escritor vuelve constantemente, la física moderna. Durante la vida de Borges se descubrieron el átomo y la naturaleza de la luz, se originaron la mecánica cuántica y la relatividad, el tiempo ya no era como lo pensábamos y el sentido común resultó insuficiente para dar una explicación del universo; todos estos descubrimientos, que revolucionaron el siglo XX, dejaron una huella indeleble en la producción del autor de El aleph.
Los avances en la mecánica cuántica aún ahora resultan difíciles de explicar y de entender sin ahondar en complicados teoremas matemáticos, esto se debe a que muchos de los resultados que arroja ese grupo de teorías van en contra de la lógica común, cotidiana, y no por nada esa rama de la física lleva el nombre de “mecánica” pues se contrapone a esa otra de Newton que nos resulta tan familiar, tan de sentido común.
Acontecimientos simultáneos, indeterminación, partículas que se convierten en hondas o que ocupan dos lugares del espacio, realidades paralelas, todos esos tópicos de los que se ha alimentado la ciencia ficción son resultados de las teorías cuánticas, todos ellos están presentes en Borges, sublimados hasta convertirse en literatura, ciencia hecha arte.
Acontecimientos simultáneos, indeterminación, partículas que se convierten en hondas o que ocupan dos lugares del espacio, realidades paralelas, todos esos tópicos de los que se ha alimentado la ciencia ficción son resultados de las teorías cuánticas, todos ellos están presentes en Borges, sublimados hasta convertirse en literatura, ciencia hecha arte.
Como ejemplo podemos tomar tres cuentos del libro Ficciones, en los que esta influencia científica es más patente: Pierre Menard autor del Quijote, La lotería de Babel y El jardín de senderos que se bifurcan. Dejando claro que la ciencia en muchos de ellos no es el tema principal, sino que contribuye con el ambiente del relato.
En el primero, donde un estudioso francés trata de rehacer la obra de Cervantes, no copiar sino recrear, entre otras cosas se ve detenido por un problema: de su realidad no puede quitar la influencia que ya tiene la obra de Cervantes, se ve ante la complicación de un sistema que forma parte de su realidad y que no puede observar objetivamente. El mismo problema se encuentra en la física moderna pues no es posible estudiar un suceso sin modificar el objeto de estudio, no podemos ser un observador neutral, problema aún ineludible para la ciencia, cómo observar sin intervenir.
En el segundo cuento, se toca el tema de las probabilidades, mecanismo que los científicos usas para soslayar el problema anterior, y que ha llevado a complejísimos y muy extraños resultados, como la famosa paradoja del gato de Schrödinger. Dado que en la realidad las posibilidades son infinitas y por si fuera poco se entrecruzan afectándose mutuamente, se llegan a generar hechos en apariencia imposibles, o al menos inesperados, como encontrar una joya o una serpiente en un jarrón, como explica Borges en su cuento.
Pero es en definitiva en El jardín de los senderos que se bifurcan en donde se lleva a la ciencia a un punto máximo de belleza literaria. En el cuento el protagonista descubre la obra de su ancestro, un libro que es también un laberinto, cuya historia no toma uno u otro camino sino todos a la vez, siendo ese precisamente uno de los máximos descubrimientos de la mecánica cuántica, la realidad simultanea y paralela, pues según dicha mecánica, cuando una partícula atómica, un electrón por ejemplo, debe recorrer una distancia no toma un camino sino que los toma todos a la vez, cada uno generando una realidad paralela. Si tomamos en cuenta las probabilidades infinitas que nos presenta el movimiento de una sola partícula, descubrimos que el verdadero jardín de senderos que se bifurcan es el mundo mismo, donde además el tiempo es relativo. Una vez más Borges consigue plasmar en sus páginas uno de los hechos más complicados de la ciencia.
Así los cuentos de Jorge Luis Borges aparentes abstracciones y juegos meramente literarios son un espejo de la realidad, de esa que no vemos pero que sin duda está ahí, una parte la cual nos es revelada por la ciencia. Realidad que a veces resulta confusa y terrible a la vez que maravillosa como la obra de ese gran escritor que hace 25 años ya no está entre nosotros.
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