miércoles, 19 de septiembre de 2012

Recordar es prevenir: la tragedia de 1985

Fernando G. Castolo

Hacía un amanecer tranquilo, solamente se asomaban en el cielo, entre la bruma tempranera, algunos nubarrones que presagiaban lluvia. En los corrales de las casas, los cantos de los gallos mañaneros, entonaban su himno matutino. En la calle algunos vecinos ya han barrido el frente de sus casas, y varios jóvenes ya se encuentran en las aulas escolares recibiendo las primeras luces de sabiduría del día.
 

Las señoras se encuentran apresuradas para dejar todo listo y marcharse a las actividades que han planificado para el resto de la jornada: algunas preparan los desayunos y otras asean las recámaras y visten a los niños que habrán de incorporarse a sus clases en las instituciones de nivel primaria y preescolar.

El reloj marca las siete y diecinueve minutos. Primero un ruido extraño, ajeno a todo. Enseguida, un movimiento lento de la tierra que, poco a poco, fue adquiriendo una cierta fortaleza, de manera oscilatoria. Los movimientos fueron cada vez más bruscos, hasta alcanzar niveles trepidatorios, lo que hizo que los objetos de las casas cayeran irremediablemente. Después las construcciones fueron las que empezaron a tronar y los muros a presentar una serie de cuarteadoras, al grado de colapsar de forma parcial y hasta total. Los gritos de impotencia de las personas solicitaban, entre rezos, llantos y oraciones, el auxilio de la Providencia Divina. Fueron poco más de dos minutos, lo suficiente como para dejar a Ciudad Guzmán convertida en un campo de polvo, de ruinas, de entre las cuales salían atónitas y desconcertadas las familias.

La experiencia resultó ser una de las más dolorosas de los últimos años para los pobladores de la antigua y señorial Zapotlán El Grande, en el sur de Jalisco. Los medios de comunicación, anunciaban que el sismo tuvo una magnitud de 8.1 grados en escala Richter, resultando graves daños en construcciones de la Ciudad de México, declarándose zona de desastre, y a la nación entera en estado de luto por las muchas muertes que causó la tragedia. La conmoción universal fue impactante, a tal grado que las naciones del hemisferio, en un acto de solidaridad fraternal, envían de manera inmediata recursos que coadyuven a cubrir las necesidades de los afectados.

En Ciudad Guzmán muchos no alcanzan a dimensionar los estragos reales del sismo. Se habla de manera extraoficial de pérdidas cuantiosas, sobre todo en lo material. Era muy difícil trasladarse de un punto a otro. Las arterias están incomunicadas por los muchos escombros acumulados. No hay luz eléctrica, ni manera de comunicarse vía telefónica. Los cuerpos de auxilio acuden como desesperados en todas las direcciones. Todos quieren ayudar, pero no existe una planeación que agilice los auxilios prestados a la comunidad. Cuanta impotencia, cuánto dolor. El patrimonio por años acumulado quedó reducido a nada en un par de minutos.

La devota gente acude presurosa a postrarse a los pies de San José, patrono juramentado de la ciudad contra los temblores y las calamidades de índole natural. Estupefactos quedan al ver que el alcázar que le alberga también ha sufrido daños inimaginables. Ya no tiene sus altivas torres. Éstas han caído en pedazos. Ya no hay nada qué hacer. El símbolo que fortalecía los corazones adoloridos ha perecido igualmente. Para muchos todo ha acabado, y ya no hay esperanzas. Para otros, con una percepción más positiva, es momento de empezar de nuevo…

Ciudad Guzmán se levantó de los escombros, tal y como lo ha hecho en las repetidas ocasiones en las cuales ha sufrido este tipo de estragos a lo largo de la historia.

Recordar este tipo de acontecimientos nos debe de sensibilizar para no perder de vista la abrupta realidad: la geografía del sur de Jalisco se encuentra inmersa en una de las zonas con mayor riesgo sísmico de la República Mexicana. Es necesario concientizar en que la educación con un sentido de prevención fortalecerá las futuras experiencias que se tengan respecto de estos fenómenos de carácter natural.




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