Digamos que no tiene comienzo
el mar;
empieza donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes.
-José Emilio Pacheco
empieza donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes.
-José Emilio Pacheco
La vida y un error de entendimiento del idioma polaco me trajeron a este lugar… mágico. La emoción que sentí al ver el mar Báltico como siempre esperé ver el mar: una isla de agua en el Norte del mundo.
¿Cómo es que llegué a este
lugar? A veces, siempre, me hago esta pregunta sin siquiera darme cuenta de
dónde estoy.
Oro báltico
Por la mañana salí de Gdansk, que lleva acento en la “n”
y se pronuncia “dansk”. Ahí pasé dos noches en un hostel a sólo 20 metros del
río y de los barcos anclados. El costo, 40 Zlotys por noche. El lugar era muy
tranquilo y limpio, céntrico. Además, estuve solo en la habitación. Así que
tuve seis literas y baño entero para mí solito.
(Ahora escucho “Be” de Neil Diamod)
Como decía, salí temprano y me
dirigí a la estación de trenes de Gdansk. Compré un billete para ir a Sopot,
una ciudad cerca de Gdansk que mi amiga Izabela Mecler me recomendó mucho. La
señora que me vendió el billete no hablaba inglés, así que con señas y nombres
nos dimos a entender. Subí al tren. Luego de veinticinco minutos llegué al
lugar; sobra decir que estaba muy emocionado por el viaje, en un tren que
parecía muy viejo.
Cuando llegué a Sopot
inmediatamente busqué el centro y me dirigí a él. Fui a la oficina de
información turística que estaba en un segundo piso. Ahí se sorprendieron al
escuchar mi nacionalidad: “Mexico, so far from here”. Es la cuarta o quinta vez
que me lo dicen en Polonia. Y es que es verdad.
Mi
plan inicial era quedarme en Sopot una noche, pero en la oficina de turismo de
Sopot se me ocurrió preguntar cómo llegar a Hel (si lo pronuncian en inglés,
“Hel” suena a infierno, así que pregunté: How can I go to Hel?) Este lugar está
ubicado en una pequeña península en el mero Norte, en el mar Báltico. Me
dijeron que primero había que ir a Gdynia en tren y de ahí tomar un bus a…
Wladyslawowo. Me mostraron en el mapa la ubicación de este lugar, cuyo nombre
me encantó. De inmediato supe que debía estar ahí, tal vez el miércoles
temprano, después de pasar una noche en Sopot.
Salí de la oficina y fui al
malecón a ver el mar; un malecón muy grande y blanco, con mucha gente tomando
el sol, pero todos bien abrigados porque aún hace frío. Ya ayer lunes había ido
al mar, muy cerca de Gdansk, y el paisaje que vi fue muy parecido, pues es la
playa contigua. En Sopot había más gente, más vida y unas calles hermosas.
Pensé en buscar el hostal que me recomendaron “Hostel central” cerca de la
estación de tren y del centro; 35 Zlotys (zt) me dijeron que costaba la noche.
4zt = 1 euro.1 euro = $17 pesos.
Pero siempre he dicho que uno
ya sabe lo que va a hacer desde antes de tomar una decisión. Uno ya lo sabe,
pero a veces nos da por darle vueltas. Y mi locura me había dicho que
definitivamente hoy mismo debería estar en Wladyslawowo, este lugar de nombre
bonito. (En realidad me gusta porque se parece al nombre de Władysław Szpilman, el pianista de
Varsovia). Así que ¡subí al tren!
No lo pensé ni un solo segundo
más, y le pedí a unos jóvenes polacos que me ayudaran a comprar el billete de
tren a Gdynia en la máquina computarizada que los expide. 3,60 zt y me fui al
andén a esperar mi tren. Cuatro estaciones más tarde me bajé en Gdynia. Pienso
que un día me gustaría tomar un tren y bajarme dos estaciones después, pero del
año.
Al llegar a Gdynia me fui
directo a la taquilla (kasa) a preguntar cómo llegar a Wladyslawowo, pero la
cajera no hablaba inglés, así que no nos entendíamos. De pronto, un joven alto,
más bien altísimo, casi como dios, me dijo en inglés: “Do you need help?” Le
contesté que Yes, que quería saber dónde estaba la estación de camiones; me
dijo que a sólo 100 metros de la estación de tren en la que estábamos. Yo lo
miraba con mi cabeza en dirección al cielo, es que de verdad era alto, y se
parecía a mi amigo José Milara, que también es alto.
Salí de la estación del tren y
de inmediato vi los camiones a poco más de cien metros. Cuando llegué a ellos
el primero que vi decía en la parte superior frontal: Wladyslawowo. Pregunté al
chofer para confirmar y éste asintió, pero tampoco hablaba inglés, así que tuvo
que señalarme en su reloj de pulso la hora de salida, que era a las 2:40 pm., y
eran las 2:20 pm. Ya no le pregunté cuánto tiempo llevaría el viaje pues iba a
ser complicado explicárnoslo.
Subí al bus, pagué 9.60 zt, muy
barato, poco más de dos euros, o como 45 pesos mexicanos. En el billete leí que
serían 49 kilómetros de recorrido, así que le calculé una hora de viaje. Pero
vaya que fue más de una hora, pues el bus hizo paradas como en veinte pueblos.
Subía y bajaba gente: señoras, señores, señoritas, jovencitos, y yo ni me enteraba
de dónde estábamos, sólo a veces que leía los letreros en polaco, pero nunca
estuve seguro de qué era lo que leía.
(Escucho “Free as a bird” de Lennon)
Vi paisajes hermosos, praderas,
pequeños lagos congelados, generadores de energía eólica; casas, rieles de
ferrocarril, pequeños pueblos. Seguramente fui el único extranjero en el camión
y eso me encantó; me emocioné de estar en la Polonia profunda y rural, en el
alma que todo país guarda y vive en sus pueblos.
Pensé en México, mi país; en
los pueblos que he visto y amo, en la gente que vi en todos los camiones y
caminos que he recorrido al conocer los diferentes estados de la república. Y
estoy seguro de que es la misma gente que vi hoy en Polonia, en los asientos
del camión, sólo cambia la forma, el color del cabello, la estatura, los
idiomas.
Seguí en el viaje, convencido
de que llegaría al mar de mis sueños. En ocasiones tuve un poco de “miedo” de
no bajarme en el lugar adecuado, pero pensé que ese camión se detendría hasta
llegar a Wladyslawowo… y vaya error. Magnífico error.
Sólo veía bajar gente, poco a
poquito se iba vaciando el bus; pasamos un pueblo llamado Ostrowo y ya sólo
quedábamos dos personas a bordo. Creí que el siguiente pueblo sería mi destino,
y bueno, así lo fue, porque 3 kilómetros más adelante llegamos a un pequeño
pueblo y bajó la última persona. El chofer me preguntó en polaco que en dónde
iba a bajarme –supongo que eso me dijo-, yo contesté que en Wladyslawowo, y él
me dijo, medio malhumorado, que eso ya lo habíamos pasado. Entendí que esta era
la última parada, así que me bajé del camión sin importarme más, sólo el
destino y la aventura, pues en realidad es esto lo que quería, aunque no lo
planeé, o quizás sí (en el alma uno tiene sus propios planes).
Bajé, sin saber en dónde estaba;
el pueblo parecía muy tranquilo, busqué su nombre en la parada del bus… no
decía; hasta que unos metros más adelante vi un mapa informativo. El lugar:
Karwia. En mi vida había escuchado ese nombre.
Caminé entonces el pueblo en
busca de señales de vida o de humo en las chimeneas, pero sólo el eco de mis
botas negras se escuchaba por la calle; casi las 5 de la tarde y todo sereno.
Caminé más, en busca de un hotel o algo abierto, pues en las casas se veían
anuncios de muchos hoteles y villas, pero de verano, y sobra decir que aún
estamos en invierno. Ahora todo estaba vacío, los restaurantes cerrados, con
las sillas puestas de cabeza sobre las mesas. Toqué en dos lugares sin obtener
respuesta, uno de ellos se llamaba “Villa Paulina”, quería hospedarme ahí,
claro, porque es el nombre de mi querida hermana y de mi mejor alumna.
Seguí por otra calle y a pocos
metros vi otro lugar que sí parecía abierto y entré; de inmediato un señor como
de unos cincuenta años me recibió, le pregunté: “Hotel?”, me contestó “Tak”,
que en polaco quiere decir que sí. Él no hablaba inglés, y me preguntó que si
yo hablaba francés. Pero yo no parlo francé.
Total que pasé a la recepción, ahí
estaba una señora que al parecer era la esposa de este hombre; igual no pudimos
entendernos. Yo le decía “Yedem noc, proshe”, que en mi mal polaco quiere decir
“una noche, por favor”. Entonces llamaron a su hija ¿o nieta?, Mónica, como de
unos trece o catorce años de edad. Mónica entendía el inglés básico, y lo
hablaba muy poco y muy apenada al pronunciarlo. Pero ese poco se convierte en
mucho cuando uno necesita comunicarse.
Pagué 55 zt por una noche,
dadas las circunstancias habría pagado hasta 70 zt, pues estaba cansado del
viaje, de cargar la mochila que amablemente me prestó Iza; me dolía la cabeza y
debía asegurar la noche. Después me di cuenta de que estos 55 zt en realidad es
un precio bastante, bastante bueno, pues el hotel es casi de lujo. Mi
habitación (sentí pena al entrar) tan limpia, con sus dos camas, un baño
excelente, radio, televisión, Dvd, internet con óptima señal; un balcón,
trastes para cocinar, un calentador de agua, ropero, un escritorio en donde
estoy. Una bendición de lugar.
Y además, la hora de salida o check out no es a las 12 ó 2 de la tarde como en
la mayoría de los hosteles y hoteles, aquí se paga por día, por 24 horas, así
el costo abarca hasta las 5 de la tarde del día de mañana miércoles. Y bueno,
debo decir que soy el único huésped en todo el hotel.
De inmediato me instalé, me
lavé la cara y salí de nuevo a caminar, que a eso vine a Polonia. Ya sin el
peso de la mochila me sentí muy bien, sólo con mi cámara fotográfica lista para
descubrir imágenes. Vi el bosque junto a la carretera, sabía que al cruzarlo
encontraría el mar.
Y después de doscientos metros
de un pinar hermoso mis ojos se inundaron de mar. Cielo rojizo, azul, violáceo;
espléndidos colores en este mar tan blanco y resplandeciente, de una arena que
emana su propia luz. Hacía un viento suave y frío, se escuchaba el milenario
golpeteo de las olas. Un lago inmenso, interminable en la mirada. Un mar como
siempre esperé ver. La emoción de que sentí en ese instante es indescriptible,
sólo quise llorar por algunos momentos.
Después tomé mi cámara y apunté
a todas partes, a pocos metros estaban unos jóvenes pescando, me dio risa
porque con ese frío pensé que estarían pescando hielo. Pero seguro que hay
peces viviendo aquí. Uno de estos jóvenes entró como 30 metros en el mar, y el
nivel del agua le llegó a las rodillas. Recordé inmediatamente el mar de
Yucatán.
Estaba tan emocionado que tomé
mi celular y marqué a mi casa, más por la ilusión de estar al Norte del mundo y
de la vida y poder escuchar la voz de mis papás. Entró la llamada y escuché a
mi papá. De verdad no sabía cómo expresarle lo que estaba mirando en ese
momento y lo que estaba sintiendo. La voz de mi papá en el mar Báltico, el
sonido de mi casa, los perros tranquilos; más de quince mil kilómetros
resumidos en un “te quiero mucho” que me dijo mi papá.
Mi mamá había salido de casa,
pero sé el enorme gusto que le dará saber de mi llamada, que fue breve, pues
debía conservar el crédito en el teléfono para futuras llamadas. Mi mamá que
lleva sus ojos en todo lo que miro cada día. Le dije a mi papá que tenía muchas
ganas de verlos, pero me faltaron las palabras para expresarlo.
Caminé, fotografié, respiré y
escuché el mar. Volveré el día de mañana al amanecer para caminar la costa, me
han dicho que se pueden encontrar pequeños pedacitos de ámbar en la arena. Lo
llaman Oro báltico.
Me quedaré hasta el viernes en
este bendito pueblo al que llegué por error y por fortuna de esta vida, el día
de hoy, esta tarde a mis veintisiete años. Un día en que un mexicano, uno de
más de cien millones, camina y sueña entre la arena y el bosque del mar
Báltico, en Karwia, Norte de Polonia, el martes cinco de marzo del año dos mil
trece.
*Karwia, Polonia., martes 05 de marzo de 2013.
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