Didí Sedano
Antonia
cree que si cierra los ojos ya no despertará. Se queda mirando un punto fijo, o
al menos así lo parece, justo en medio del tigre y el elefante de felpa que
conserva desde que era niña, de lo cual no hace tanto tiempo. Sin embargo su
piel, su cabello y sus ojos aprisionan una historia tan llena de años, que no
son suyos, de años que se le colgaron cuando pasó las manos por su cuerpo provocándole
instintos crueles y animalizados.
Antonia
tiene pesadillas mientras está despierta, pero sabe que si duerme, esos malos
sueños la alcanzarán para devorarle las manos, los senos, el vientre. Es por
eso que Antonia prefiere sufrir la vigilia y salvarse de los monstruos que ella
misma alimenta cada día, a todas horas cuando la conciencia le pesa más que los
pocos buenos momentos que ha tenido. Antonia está loca. Antonia está loca,
cantan los niños cuando pasan por la calle. Antonia está loca le dicen el tigre
y el elefante. Son las diez de la mañana y hay que levantarse, entrar al baño
para lavarse la cara. Hay que mirarse al espejo y contar cada pestaña, observar
minuciosamente si acaso se les ocurrió crecer una micra.
Antonia
sale del baño y se dirige a la cocina para cerciorase de que nadie movió los
platos verdes, colocados en la mesa del desayunador, puestos de tal manera que
siempre estén listos para recibir una visita inesperada. Un plato, dos platos,
tres platos verdes, puestos boca abajo para no acumular el insistente polvo que
entra por la ventana que da a la calle. A la calle donde todos saben que
Antonia está loca. Después de observar sus platos durante cinco minutos, se
dirige a mirar el televisor siempre encendido en el mismo canal, transmitiendo la
misma caricatura sin color, aburrida y boba: un pato histérico que habla
gritando un idioma indescifrable, es un
pato que sueña con Hitler, es un pato que también está loco.
Todo,
desde hace tres años, es un ritual. Tres años de los que no tiene conciencia.
Ella, él, todo en esa casa se quedó quieto, mirando un punto fijo, o al menos
eso parece, un punto fijo justo en medio de dos nadas. Cuando de pronto los
recuerdos se asoman a la memoria flácida de Antonia. Tuvo un hijo y siente
dolor en los pechos hinchados de leche (siente que van a reventar si no da pronto
de mamar a su criatura). Ese niño tuvo un padre. Y sin dar una señal clara, los
recuerdos corren a esconderse llorando de miedo, y Antonia ya no recuerda nada…
Antonia
está loca, Antonia es culpable, Antonia fue una victima, Antonia, Antonia ¿y tu
padre? A-n-t-o-n-i-a, d-e-s-p-i-e-r-t-a. Antonia ¿quién fue ese que aún mira la
tele sentado en el sillón? Pobrecita Antonia ¿y tu hijo, qué le hiciste?... ¿Ves
que no se te volvió piedra la mano cuándo la levantaste en contra de ese cerdo?
Se te volvió de piedra la razón, los recuerdos, el hijo que te regaló aquella
noche cuando entró al baño mientras descubrías que en poco tiempo se notaría
que ya eras mujer.
Antonia,
por favor abre la boca y prueba esa comida asquerosa que te da la enfermera.
No, no Antonia aquí no tenemos platos verdes, tranquila, mañana vendrá el
vecino que te trajo con nosotros. Él es tan guapo y te mira con tanta ternura,
yo creo que está enamorado de ti. Antonia,
Antoni-a, ¡despierta! Son las diez en punto.
Hoy
sale un tren rumbo a… Claro que sí pequeña, puedes llevar al tigre y también al
elefante. Hoy sale un tren rumbo a… Anda, date prisa no hay de quien
despedirse. Pronto, da las gracias a ese joven que te sacó de esa casa. Hoy
sale un tren rumbo a… Hermosa Antonia que siempre quiso viajar en tren, hoy
será un día inolvidable, hoy sale un tren rumbo a donde está tu madre, ese bebé
que no conociste. No, no te preocupes el cerdo no está allí. Hoy sale un tren a
las diez en punto, rumbo a todas partes y a ningún lugar en especial.
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