lunes, 10 de junio de 2013

Antonia a las diez de la mañana


Didí Sedano

Antonia cree que si cierra los ojos ya no despertará. Se queda mirando un punto fijo, o al menos así lo parece, justo en medio del tigre y el elefante de felpa que conserva desde que era niña, de lo cual no hace tanto tiempo. Sin embargo su piel, su cabello y sus ojos aprisionan una historia tan llena de años, que no son suyos, de años que se le colgaron cuando pasó las manos por su cuerpo provocándole  instintos  crueles y animalizados.



Antonia tiene pesadillas mientras está despierta, pero sabe que si duerme, esos malos sueños la alcanzarán para devorarle las manos, los senos, el vientre. Es por eso que Antonia prefiere sufrir la vigilia y salvarse de los monstruos que ella misma alimenta cada día, a todas horas cuando la conciencia le pesa más que los pocos buenos momentos que ha tenido. Antonia está loca. Antonia está loca, cantan los niños cuando pasan por la calle. Antonia está loca le dicen el tigre y el elefante. Son las diez de la mañana y hay que levantarse, entrar al baño para lavarse la cara. Hay que mirarse al espejo y contar cada pestaña, observar minuciosamente si acaso se les ocurrió crecer una micra.

Antonia sale del baño y se dirige a la cocina para cerciorase de que nadie movió los platos verdes, colocados en la mesa del desayunador, puestos de tal manera que siempre estén listos para recibir una visita inesperada. Un plato, dos platos, tres platos verdes, puestos boca abajo para no acumular el insistente polvo que entra por la ventana que da a la calle. A la calle donde todos saben que Antonia está loca. Después de observar sus platos durante cinco minutos, se dirige a mirar el televisor  siempre  encendido en el mismo canal, transmitiendo la misma caricatura sin color, aburrida y boba: un pato histérico que habla gritando  un idioma indescifrable, es un pato que sueña con Hitler, es un pato que también está loco.

Todo, desde hace tres años, es un ritual. Tres años de los que no tiene conciencia. Ella, él, todo en esa casa se quedó quieto, mirando un punto fijo, o al menos eso parece, un punto fijo justo en medio de dos nadas. Cuando de pronto los recuerdos se asoman a la memoria flácida de Antonia. Tuvo un hijo y siente dolor en los pechos hinchados de leche (siente que van a reventar si no da pronto de mamar a su criatura). Ese niño tuvo un padre. Y sin dar una señal clara, los recuerdos corren a esconderse llorando de miedo, y Antonia ya no recuerda nada…

Antonia está loca, Antonia es culpable, Antonia fue una victima, Antonia, Antonia ¿y tu padre? A-n-t-o-n-i-a, d-e-s-p-i-e-r-t-a. Antonia ¿quién fue ese que aún mira la tele sentado en el sillón? Pobrecita Antonia ¿y tu hijo, qué le hiciste?... ¿Ves que no se te volvió piedra la mano cuándo la levantaste en contra de ese cerdo? Se te volvió de piedra la razón, los recuerdos, el hijo que te regaló aquella noche cuando entró al baño mientras descubrías que en poco tiempo se notaría que ya eras mujer.

Antonia, por favor abre la boca y prueba esa comida asquerosa que te da la enfermera. No, no Antonia aquí no tenemos platos verdes, tranquila, mañana vendrá el vecino que te trajo con nosotros. Él es tan guapo y te mira con tanta ternura, yo creo que está enamorado de ti.  Antonia, Antoni-a, ¡despierta! Son las diez en punto.


Hoy sale un tren rumbo a… Claro que sí pequeña, puedes llevar al tigre y también al elefante. Hoy sale un tren rumbo a… Anda, date prisa no hay de quien despedirse. Pronto, da las gracias a ese joven que te sacó de esa casa. Hoy sale un tren rumbo a… Hermosa Antonia que siempre quiso viajar en tren, hoy será un día inolvidable, hoy sale un tren rumbo a donde está tu madre, ese bebé que no conociste. No, no te preocupes el cerdo no está allí. Hoy sale un tren a las diez en punto, rumbo a todas partes y a ningún lugar en especial. 

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