lunes, 8 de julio de 2013

Partir

Columna Cerebral


Zeydel Bernal

Escuchar que se extraña a alguien –tras su desaparición-, y atestiguar homenajes y testimonios de dolor por su ausencia; era incomprensible para mí cuando sabía mucho menos de la vida y de los múltiples significantes -objetivos y subjetivos- que puede tener una palabra. En esos años me preguntaba por qué los tristes, los melancólicos, no tomaban sus cosas y buscaban pueblo por ciudad, ciudad por país y por cada mundo; hasta encontrarlo y traerlo a casa. Por qué hacían tan poco por alguien tan amado.



Pero a mi lógica infantil –tan simple y concreta-  se le escapaba el entendimiento de las implicaciones de lo “abstracto”. Y es que desaparecer puede ser más que jugar a esconderse, más que tomar una maleta y dejar la casa. De qué forma podría una persona desvanecerse y volver; si no es por el pensamiento mágico, la magia misma, o la esperanza de ser localizada -tras un extravío- por la fuerza de la fe, como un milagro.
Desaparecer es irse, perder el traje de buzo con el cual nos revelamos al otro que es el mundo. Y morir es duro. Las formas de partir son tan insospechadas como  pueden ser los significantes de las palabras que a diario pronunciamos. En nuestro país, México, el dolor de la desaparición, también es una llave abierta dentro de la casa, mientras el viaje de una familia incompleta continua; así: heridos y con la dificultad de cerrar la llaga, sobre todo si no existe un cuerpo, una historia que completar, que ayude a pronunciar la muerte de ese que verdaderamente amamos.
Y sin saber cómo volver a los que ya no están –vivos o muertos-,  emberrinchados en nuestra fragilidad, y vulnerables como niños; jugamos a recordar y volver una y otra vez a ese tiempo -que tampoco existe ya-  en que ciegos fuimos felices con lo ausente en hoy.
¿Cuál es la magia oculta que llevamos dentro? ¿Cuándo por fin, se nos revelará a tiempo?



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