lunes, 17 de febrero de 2014

30 años sin Julio Cortázar

Ricardo Sigala

Hace 30 años nos despedimos de Julio Cortázar, aquel 12 de febrero de 1984, inesperadamente el más jovial de los escritores latinoamericanos había muerto. Cómo poder conciliar tanta vitalidad, tanta emoción por vivir, cómo imaginar a ese “muchacho” adicto a las causas revolucionarias, a la tolerancia, a las búsquedas típicas de los años sesenta, cómo concebir que el máximo creador de divertimientos en cada una de sus páginas se había dado a la tarea de morir. La muerte parecía un concepto verdaderamente anómalo aplicado a Julio Cortázar.



            Pocos escritores en la historia de la literatura se han atrevido a tanto y con tanto éxito como este argentino universal. Cortázar nos enseñó que la literatura es un juego, un juego demasiado serio pero al fin un juego. Su más popular obra, Rayuela, que en México correspondería al juego del avión o al bebeleche,  es un espacio que representa la libertad lectora. El lector es un elemento fundamental del libro, pues él decide si quiere leer de manera convencional, es decir de principio a fin, o si sigue  un cuadro de instrucciones que sugiere una serie de saltos en los capítulos, o en su defecto si el lector establece el orden personal de la lectura del libro. Cortázar con esta estrategia le dio la posibilidad al lector de ser también un autor que va construyendo a voluntad el texto leído. Rayuela es uno de los generadores de lo que se dio en llamar el lector activo. Esta novela publicada en 1963, es un ejemplo más de lo que sucedería justo en esa década emblemática respecto a las  libertades en el sigo XX, la década del rock and roll, de los hippies, de los movimientos del 68 en México, en París, Estados unidos, la Primavera de Praga, y desde luego del Boom latinoamericano, que daría carta de ciudadanía universal a la literatura escrita en español fuera de España.
            Cortázar jugó un papel muy comprometido con las causas sociales, hombre consciente y sensible simpatizó con la izquierda de su tiempo y con los movimientos antiimperialistas, fue un declarado enemigo de las dictaduras que ensuciaron la historia de Latinoamérica. No obstante, su literatura nunca fue panfletaria, por el contrario sus cuentos gozan de una marcada indagación en la difíciles fronteras entre el sueño y la vigilia, entre el mundo real y las fantasías y los más profundo anhelos, se sumerge en las hipótesis más atrevidas en lo referente a las relaciones que la ficción establece con nuestra vida cotidiana. Podríamos catalogar los cuentos de Julio Cortázar como fantásticos, salvo que esa fantasía está arraigada en las circunstancias más realistas de nuestra vidas. El hombre que lee una novela en la que se fragua su propia muerte en manos de su esposa adúltera y del amante, la culta y opulenta pianista argentina que descubre que en el Bélgica tiene una vida alterna como pordiosera, la casa que va siendo tomada por “algo” que termina por expulsar a sus moradores, son sólo ejemplos memorables de la maestría de Julio Cortázar.

            Hace 30 años, decía, perdimos a Julio Cortázar, en el sentido en que ya no aspiraremos e verlo en una conferencia u obtener de él un autógrafo o una fotografía,  ya no podremos decirle gracias personalmente por sus libros, y ni siquiera despedirnos de él. Porque para los que nunca lo tratamos personalmente será siempre ese desconocido imprescindible, que lo extrañamos por todo lo se llevó al morir,  y que lo queremos entrañablemente por todo lo que nos dejó.


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