Fernando G. Castolo*
Veo en este momento a don Humberto Silva, con aquel
semblante de formas estudiadas, astuto, sobrio y sereno. Su conversar es
pausado, pero certero, inteligente, de no muchas palabras. Su nivel cultural
amplio y de horizontes inaccesibles para muchos mortales. Su condición de
político le permitía desplazarse, con cierta solemnidad, entre los espacios
reservados a los escasos hombres de visión, a los personajes que trascienden
más allá de su tiempo y de su espacio.
Pocas veces entablamos conversación, pero en esos escasos
encuentros lo sentí sincero, amistoso. Sus conceptos eran de trascendencia, de
vivencias (como dirían algunos acérrimos políticos: “viejo lobo de mar”), de
objetividad, pero siempre de prudencia y de respeto. Mi acercamiento hacia don
Humberto Silva, lo tuve gracias a la preciada amistad que mantengo con su hijo
y homónimo, radicado hace algunos años en Zapotlán; hombre que, inclusive,
heredó los rasgos de la personalidad de su señor padre.
Hoy, tristemente me he enterado de la desaparición física
de don Humberto Silva, pero yo me quedo con su herencia, con las cosas buenas
que sé de él; con su vital labor al frente de la máxima casa de estudios de
Colima; con su prestancia en varios gabinetes gubernamentales a nivel estatal;
con su “don” de gente y su sentido de pertenencia como orgulloso colimense.
Porque esas cualidades de don Humberto me dan le certeza de que hay esperanza
para seguir en la tesitura de construir y fortalecer, con visión, los sueños de
un mejor Colima y, porque no decirlo, de un mejor Sur de Jalisco, donde su
labor no fue menor.
Las campanas que anuncian el “angelus” del alcázar
catedralicio de la antigua Zapotlán, hoy me han parecido más lacónicas; el
cielo se ha teñido de un gris funesto y las aves, con su canto, se me figuran
que están llorando la partida de uno de los hombres más emblemáticos del
quehacer político, académico y cultural de Colima.
Yo, renuente a todo, reconozco que no aproveché las
cualidades que don Humberto Silva me ofrecía a raudales, pero sean estas
humildes líneas mi testimonio de gratitud y reconocimiento a quien tuve la
honra de tratar con afabilidad en calidad de amigo… Mi más sentido pésame a
Colima, la viuda.
* Miembro de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos
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