martes, 2 de diciembre de 2014

Ave cantora




"Yo quisiera ser un ave, yo quisiera ser el sol…”
Ámpersan



Una necesidad fisiológica lo detiene, baja con prisa de la patrulla, corre tras unos bejucos. Descarga todo el líquido de su vejiga sobre el agua verdosa. ¡Ah… esas chelas! me hacen mear un chingo. Bosteza. Apenas un pericazo pa´ despertar. Se reincorpora. Se da cuenta de que se escucha un hermoso canto, no muy lejos.

Está sentada en el viejo malecón, sus pies descalzos chapalean sobre el agua, hace un dibujo a lápiz y canta con voz de viento.

La mira un momento. ¡Vaya vaya vaya... qué tenemos aquí! Ella se da cuenta de su presencia. Se mete en sus sandalias, recoge sus cosas y se dispone a irse. Él, la agarra fuerte del brazo.
–A dónde vas con tanta prisa. ¿Eh? ¿Qué no respetas la ley? Te voy a tener que revisar…
La toca, le aprieta los pechos, las nalgas, la entrepierna; le levanta el vestido. Ella se zafa de sus garras y corre con todas sus fuerzas. Pronto la alcanza de una zancadilla y la hace caer al suelo, la toma del pelo, la levanta.

– ¿A dónde crees que vas? ¿Qué no respetas la ley? ¿Eh? ¡Responde!
La abofetea.
–Tendré que interrogarte.
Le esposa las manos.
–Vamos a dar un paseo.
Llora helada.

Lucha por escapar. Maneja a toda velocidad, de inmediato llega a una brecha donde no hay un alma. Se detiene. Hace dos líneas en el tablero, inhala potente con una fosa, luego con la otra. Lo que necesitaba.

–Cómo te llamas, qué hacías en el malecón, por qué corriste, ¡habla!
Sale, respira profundo el aire fresco. La baja de la patrulla con algunas bofetadas, la tira al suelo.
–Yo te voy hacer hablar. O dejo de llamarme Francisco López.
La dobla de una patada en las costillas. Le desgarra el vestido de un zarpazo, las bragas de otro. Otra patada. Se desabrocha el pantalón. Se monta sobre ella. La abofetea otra vez. Forcejea aterrada, escupe sangre. La embiste profundo. Grita desgarrada, llora ríos. Él se impulsa fuertemente.
– ¿Te gusta? Sí, te gusta ¿verdad? ¿Ahora vas a hablar? ¿Eh? ¿No vas a hablar, perra?
Le suelta algunos puñetazos. Le pellizca los pechos, los muerde. No para de gritar y retorcerse. Se sale de ella, agitado, la patea nuevamente, la voltea en decúbito prono, la vuelve a montar.
– ¿No quieres hablar? Pues te voy a partir en dos.
La embiste desgarrándola otra vez. Ella grita sin voz, llora sin lágrimas. La toma de los cabellos, tira de ellos.
–Te gusta ¿verdad? Dímelo, ¡habla maldita! ¡Habla!
Azota su cara contra el suelo repetidamente, a la vez que se impulsa fuerte, hasta llegar al clímax.
Enciende un cigarro. Ella, inmóvil, ya no grita, ni llora; seca, marchita, roja.
–Tal vez quieras refrescarte un poco en el lago…

(III)

El comandante conduce de regreso por el camino, hasta que una necesidad fisiológica lo hace detenerse. Baja de la patrulla presuroso, corre tras unos bejucos, vacía todo el líquido de su vejiga en el agua del lago. ¡Ah esas chelas…! Se sacude. ¡Qué buena estaba la muchacha! lástima… Escucha un hermoso canto muy cerca de allí, el mismo que escuchó por la mañana. Qué suerte la mía.
En el viejo malecón un ave canta con voz de viento. Al notar la presencia del comandante vuela despavorida, libre.



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