Ricardo Sigala
El
libro de las cosas y los cuerpos es el segundo libro de Aleš Šteger
publicado por Ediciones Arlequín, en 2005 habíamos contado con una antología
personal bajo el título Protuberancias,
derivado de la encomiable tarea a la que Felipe Ponce se ha dado por dar a
conocer en nuestro idioma algunas muestras de la dinámica literatura eslovena,
y en la se recordamos los volúmenes de relatos Materia oscura de Mojca Kumerdej y Vista al Tycho Brahe de Jani Virk
Aleš Šteger es un influyente escritor esloveno, poeta,
ensayista y novelista. Su obra ha sido
traducida a 16 idiomas y El libro de las
cosas y los cuerpos puede considerarse, un hito de su trabajo literario.
Este poemario, que en su lengua original fue publicado como dos volúmenes
independientes, se fue fraguando a lo largo de los años, con la paciencia y la
disciplina de un poeta que está más atento a sus resultados que a la cantidad
de libros en su currículo. Aleš Šteger dice con orgullo que este libro es el
producto de los últimos diez años de trabajo entregado.
El libro de
las cosas y los cuerpos parte del supuesto más elemental de todo ejercicio poético, el de intentar nombrar el
mundo en la conciencia de que las palabras y las cosas se comportan como presas
esquivas e indomables. Aleš Šteger se lanza al oficio elemental de domar
quimeras, en la utopía de lograr quizás por un instante darle un poco de orden
al caos del mundo. Esa lucha necesaria de utopía y desencanto, se presenta como
una condición natural desde que el libro nos recibe con un desconcertante
epígrafe tomado del Diccionario de la
lengua literaria eslovena: “No existe palabra para cada cosa”. El poeta se
da a la tarea de ensayar definiciones necesarias. Definir es darle al mundo
condición de estatua, es detenerlo. Definir poéticamente es promover la
explosión de los sentidos y de las concepciones de la realidad.
Podemos en nuestra condición de hispanos imaginar este
libro de Aleš Šteger en la genealogía de las Odas elementales de Pablo Neruda, no considero desmesurado el
juicio pues en el propio volumen se perciben huellas de importantes poetas
hispanos: García Lorca, César Vallejo, Jorge Luis Borges, Octavio Paz y quizás
hasta Roberto Juarroz; el propio Šteger
ha declarado su inclinación por nuestra literatura. Por otra parte, por la que
respecta a la tradición eslovena, Rok Benčin en el prólogo a este libro, ve en
Gregor Strniša uno de sus precursores en la investigación de la poética de las
cosas, en especial por su dos de sus poemarios titulados Ojo y Huevo.
Para
el poeta cada cosa tiene un nombre pero su nombre no basta. Cada momento la
cosa está siendo por efecto de nuestra percepción, y al pensarla la abrazamos o
la rechazamos, la estamos recreando por que la necesitamos en su nueva
condición que sólo se da en la palabra. No en vano asistimos a una constante
antropomorfización de las cosas. Las cosas son para nosotros y nosotros somos
nosotros desde ellas. Son enigmas que piden ser descifrados, como si estuvieran esperando a ser esclarecidos, a
partir de semejanzas u oposiciones que nos definen a nosotros mismos. Lo
maravilloso del ejercicio del poeta es que nos demuestra que la palabra que
designa el mundo estaba distrayéndonos de la verdadera acepción, que siempre es
múltiple.
La estructura del libro resulta
elocuente y privilegia el simbolismo de la creación a partir de la recurrencia
del número siete. Según el mito bíblico el mundo fue creado en siete días a
partir del caos, gracias a la palabra del creador. Aleš Šteger, juega con la
cifra y nos propone un volumen de siete capítulos, cuyo simbolismo es
enfatizado al constituir cada uno de ellos por siete poemas. Un corpus de siete
veces siete para sumar 49 textos. Esta condición se redondea en cincuenta al
sumar el poema prólogo, que no pertenece a ningún apartado del libro, como una
especie de huérfano que se plantea como principio y fin en sí mismo. El poema
se llama “A” y se trata sobre la muerte de un personaje llamado A, un juego
kafkiana en la exploración de la autoficción, en el que el poeta debió morir
para iniciar su libro. Ya en protuberancias
Šteger había escrito: “dos veces he nacido y las dos he decepcionado a mi
padre”.
Significativo es también que el poemario inicie (ya en el
corpus del libro) con el texto titulado “Huevo”, que es una clara referencia al
origen, y que aún más se presente como una señal del inicio del día, con la
idea del desayuno: “Cuando
en el borde de la sartén lo quiebras, no
te das cuenta / de que al huevo en la muerte le crece un ojo”. Encontramos otra
vez la misma lógica creación/ muerte, principio / Fin. También significativo es
el último poema: “Vela” en el que se asocia el fin de la vida con la
consumación de la flama, comienza con “Cuando muere alguien…” y continúa casi
al cierre: “Cuando muere alguien, alguien todavía no ha muerto.”
Por
El libro de las cosas se suceden objetos, comida, animales,
instrumentos de trabajo, partes del cuerpo (estómago) y excreciones (saliva,
heces), prendas de vestir, parásitos, instrumentos musicales, medicinas. De la
piedra hace una imperfecta caracola: “Nadie oye lo que la piedra
guarda dentro de sí”; al mingitorio lo muestra como un grupo de “Espaldas de
sombras masculinas en el hedor de la orina. / Como un escuadrón de fusilamiento
observando
/ la multiplicación de azulejos
de cerámica”; los caballitos de mar son seres de líquida luz, vagabundos de
submarinas corrientes, aprendices de la danza del vientre, dóciles doncellas
del océano”; “el mondadientes se asoma de tu boca como la lanza de un centurión
que ha limpiado un imperio”; los limpiaparabrisas parecen encubrir algo,
”por eso se mueven tan sincronizados”; y la silla “es la
portadora de la historia anal”.
El libro de
los cuerpos estructuralmente se presenta como una variación del tema
del número siete, visto en el primer libro. En este caso se trata de tres
apartados, con los siguientes títulos: Esto, Allá y Entonces; el primero con
veinticinco poemas, el segundo con veintisiete y el último con veinticinco. Se crea
una simetría pero sobre todo suma un total de setenta y siete poemas, para
hermanarse en un especie de arte combinatoria con El libro de las cosas, en lo que respecta a número siete como cifra
cargada de connotaciones en torno a la creación.
El libro de los cuerpos tiene un color
completamente distinto del inicial. En su primera y tercera parte se presenta
con un ritmo entrecortado, con síncopas, frases breves y telegrafiadas
imágenes. Hay una sintaxis de la imagen que domina sobre la sintaxis de la
palabra. Un contrapunto de imágenes conceptuales y sensoriales. La primera
parte “Esto” se inaugura en la nada: “Uno de la nada. / Uno casi nada.
/ Uno como uno/ … Uno en la nada” y termina con el cuerpo como semilla de la
poesía: “He esparcido el cuerpo. La rodilla en la tierra yerma. Las aortas
debajo de vicuñas durmientes. Las pupilas bajo los bancos de segunda clase de
los trenes alemanes.”
El segundo capítulo, Allá, está escrito en prosa,
discretamente poética y sobre todo narrativa y especulativa. En su explorar en el misterio de la creación,
parte de las pérdidas y lo que decae: los ilegales, el recuerdo de la infancia
en que le roban la cartera e la madre en la calle, la niña a la que “la guerra le había quitado los
padres y el hogar”, una ciega, un paralítico, un hombre que viva con sólo 12
centímetros de intestino y ruinas de ciudades antiguas como la Ur de Caldea. Un
segundo tema es la de la trascendencia de la palabra: “Los vivos vomitan
nombres de muertos. La lengua no salvará a nadie de los que vomitan pero los
protegerá ante el empate de ambos mundos”, o bien “Lo que permanece en el poema como yo, un
lugar sin lugar, una pared de agua que divide a vivos y muertos”. También
encontramos evocaciones borgianas “Entre mí y el que está escribiendo esto hay
diferencias. Ambos habitamos un cuerpo… Cuando soy él, escribo. Cuando
soy yo, miro lo escrito”.
O bien, el momento de la revelación poética: “Mi momento
más terrible fue cuando, a los tres años, escuché por primera vez la grabación
de mi voz. Me tapé los oídos y me tiré al suelo gritando. Me desmembró como si
fuera un objeto, me volcó desde las entrañas hacia fuera, al mundo. Y todo
mundo, muerto de manera extraña, entró súbito en mí. Ni el vocerío ni taparme
los oídos impidieron la agresión de este vuelco. Dentro de mí sigo escuchando
su eco. Teclas. Boca. Voz.”
La tercera parte de El
Libro de los cuerpos está compuesto por veinticinco poemas que siguen el
orden de las letras del alfabeto esloveno. De la palabra a la palabra ya los
poemas se dedican a palabras con lo que se cierra el círculo, si en el libro de
las cosas se definían las cosas aquí se definen las palabras, en una celebración
del nombre. Citemos sólo algunos momento luminosos. De “La palabra come”: No
toda
/ palabra / palabrívora
/ es carnívora. / Pero cada una / tiene
/ un apetito / literal / insaciable”. En “La palabra
faltas”: “Cada vez más faltamos / nosotros mismos
/ entre las palabras
/ del diccionario perfecto.”
En El libro de las
palabras y los cuerpos encontramos las cosas que reinventa el poeta al
nombrarlas, encontramos también palabras que pesan, la que abrazan, que niegan,
que ensucian, que murmullan. Aleš Šteger nos proporciona puertas de palabras en
las que podemos entrar en las cosas, los cuerpos y en la mismas palabras.
palabras que súbita e inesperadamente nos revelan una parte del mundo que, como
dice el filósofo esloveno Slavoj Žižek , no sabíamos que no sabíamos.
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