lunes, 5 de enero de 2015

El libro de las cosa y los cuerpos de Aleš Šteger

Ricardo Sigala


El libro de las cosas y los cuerpos es el segundo libro de Aleš Šteger publicado por Ediciones Arlequín, en 2005 habíamos contado con una antología personal bajo el título Protuberancias, derivado de la encomiable tarea a la que Felipe Ponce se ha dado por dar a conocer en nuestro idioma algunas muestras de la dinámica literatura eslovena, y en la se recordamos los volúmenes de relatos Materia oscura de Mojca Kumerdej y Vista al Tycho Brahe de Jani Virk




Aleš Šteger es un influyente escritor esloveno, poeta, ensayista y novelista.  Su obra ha sido traducida a 16 idiomas y El libro de las cosas y los cuerpos puede considerarse, un hito de su trabajo literario. Este poemario, que en su lengua original fue publicado como dos volúmenes independientes, se fue fraguando a lo largo de los años, con la paciencia y la disciplina de un poeta que está más atento a sus resultados que a la cantidad de libros en su currículo. Aleš Šteger dice con orgullo que este libro es el producto de los últimos diez años de trabajo entregado.

El libro de las cosas y los cuerpos parte del supuesto más elemental de todo  ejercicio poético, el de intentar nombrar el mundo en la conciencia de que las palabras y las cosas se comportan como presas esquivas e indomables. Aleš Šteger se lanza al oficio elemental de domar quimeras, en la utopía de lograr quizás por un instante darle un poco de orden al caos del mundo. Esa lucha necesaria de utopía y desencanto, se presenta como una condición natural desde que el libro nos recibe con un desconcertante epígrafe tomado del Diccionario de la lengua literaria eslovena: “No existe palabra para cada cosa”. El poeta se da a la tarea de ensayar definiciones necesarias. Definir es darle al mundo condición de estatua, es detenerlo. Definir poéticamente es promover la explosión de los sentidos y de las concepciones de la realidad.

Podemos en nuestra condición de hispanos imaginar este libro de Aleš Šteger en la genealogía de las Odas elementales de Pablo Neruda, no considero desmesurado el juicio pues en el propio volumen se perciben huellas de importantes poetas hispanos: García Lorca, César Vallejo, Jorge Luis Borges, Octavio Paz y quizás hasta  Roberto Juarroz; el propio Šteger ha declarado su inclinación por nuestra literatura. Por otra parte, por la que respecta a la tradición eslovena, Rok Benčin en el prólogo a este libro, ve en Gregor Strniša uno de sus precursores en la investigación de la poética de las cosas, en especial por su dos de sus poemarios titulados Ojo y Huevo.

Para el poeta cada cosa tiene un nombre pero su nombre no basta. Cada momento la cosa está siendo por efecto de nuestra percepción, y al pensarla la abrazamos o la rechazamos, la estamos recreando por que la necesitamos en su nueva condición que sólo se da en la palabra. No en vano asistimos a una constante antropomorfización de las cosas. Las cosas son para nosotros y nosotros somos nosotros desde ellas. Son enigmas que piden ser descifrados, como si  estuvieran esperando a ser esclarecidos, a partir de semejanzas u oposiciones que nos definen a nosotros mismos. Lo maravilloso del ejercicio del poeta es que nos demuestra que la palabra que designa el mundo estaba distrayéndonos de la verdadera acepción, que siempre es múltiple.
            La estructura del libro resulta elocuente y privilegia el simbolismo de la creación a partir de la recurrencia del número siete. Según el mito bíblico el mundo fue creado en siete días a partir del caos, gracias a la palabra del creador. Aleš Šteger, juega con la cifra y nos propone un volumen de siete capítulos, cuyo simbolismo es enfatizado al constituir cada uno de ellos por siete poemas. Un corpus de siete veces siete para sumar 49 textos. Esta condición se redondea en cincuenta al sumar el poema prólogo, que no pertenece a ningún apartado del libro, como una especie de huérfano que se plantea como principio y fin en sí mismo. El poema se llama “A” y se trata sobre la muerte de un personaje llamado A, un juego kafkiana en la exploración de la autoficción, en el que el poeta debió morir para iniciar su libro. Ya en protuberancias Šteger había escrito: “dos veces he nacido y las dos he decepcionado a mi padre”.

Significativo es también que el poemario inicie (ya en el corpus del libro) con el texto titulado “Huevo”, que es una clara referencia al origen, y que aún más se presente como una señal del inicio del día, con la idea del desayuno: Cuando en el borde de la sartén lo quiebras,  no te das cuenta / de que al huevo en la muerte le crece un ojo”. Encontramos otra vez la misma lógica creación/ muerte, principio / Fin. También significativo es el último poema: “Vela” en el que se asocia el fin de la vida con la consumación de la flama, comienza con “Cuando muere alguien…” y continúa casi al cierre: “Cuando muere alguien, alguien todavía no ha muerto.”

Por El libro de las cosas  se suceden objetos, comida, animales, instrumentos de trabajo, partes del cuerpo (estómago) y excreciones (saliva, heces), prendas de vestir, parásitos, instrumentos musicales, medicinas. De la piedra hace una imperfecta caracola: “Nadie oye lo que la piedra guarda dentro de sí”; al mingitorio lo muestra como un grupo de “Espaldas de sombras masculinas en el hedor de la orina. / Como un escuadrón de fusilamiento observando/ la multiplicación de azulejos de cerámica”; los caballitos de mar son seres de líquida luz, vagabundos de submarinas corrientes, aprendices de la danza del vientre, dóciles doncellas del océano”; “el mondadientes se asoma de tu boca como la lanza de un centurión que ha limpiado un imperio”; los limpiaparabrisas parecen encubrir algo,”por eso se mueven tan sincronizados”; y la silla “es la portadora de la historia anal”.

El libro de los cuerpos estructuralmente se presenta como una variación del tema del número siete, visto en el primer libro. En este caso se trata de tres apartados, con los siguientes títulos: Esto, Allá y Entonces; el primero con veinticinco poemas, el segundo con veintisiete y el último con veinticinco. Se crea una simetría pero sobre todo suma un total de setenta y siete poemas, para hermanarse en un especie de arte combinatoria con El libro de las cosas, en lo que respecta a número siete como cifra cargada de connotaciones en torno a la creación.

El libro de los cuerpos tiene un color completamente distinto del inicial. En su primera y tercera parte se presenta con un ritmo entrecortado, con síncopas, frases breves y telegrafiadas imágenes. Hay una sintaxis de la imagen que domina sobre la sintaxis de la palabra. Un contrapunto de imágenes conceptuales y sensoriales. La primera parte “Esto” se inaugura en la nada: “Uno de la nada. / Uno casi nada. / Uno como uno/ … Uno en la nada” y termina con el cuerpo como semilla de la poesía: “He esparcido el cuerpo. La rodilla en la tierra yerma. Las aortas debajo de vicuñas durmientes. Las pupilas bajo los bancos de segunda clase de los trenes alemanes.”

El segundo capítulo, Allá, está escrito en prosa, discretamente poética y sobre todo narrativa y especulativa.  En su explorar en el misterio de la creación, parte de las pérdidas y lo que decae: los ilegales, el recuerdo de la infancia en que le roban la cartera e la madre en la calle, la niña  a la que “la guerra le había quitado los padres y el hogar”, una ciega, un paralítico, un hombre que viva con sólo 12 centímetros de intestino y ruinas de ciudades antiguas como la Ur de Caldea. Un segundo tema es la de la trascendencia de la palabra: “Los vivos vomitan nombres de muertos. La lengua no salvará a nadie de los que vomitan pero los protegerá ante el empate de ambos mundos”, o bien  “Lo que permanece en el poema como yo, un lugar sin lugar, una pared de agua que divide a vivos y muertos”. También encontramos evocaciones borgianas “Entre mí y el que está escribiendo esto hay diferencias. Ambos habitamos un cuerpo… Cuando soy él, escribo. Cuando soy yo, miro lo escrito”.

O bien, el momento de la revelación poética: “Mi momento más terrible fue cuando, a los tres años, escuché por primera vez la grabación de mi voz. Me tapé los oídos y me tiré al suelo gritando. Me desmembró como si fuera un objeto, me volcó desde las entrañas hacia fuera, al mundo. Y todo mundo, muerto de manera extraña, entró súbito en mí. Ni el vocerío ni taparme los oídos impidieron la agresión de este vuelco. Dentro de mí sigo escuchando su eco. Teclas. Boca. Voz.”

La tercera parte de El Libro de los cuerpos está compuesto por veinticinco poemas que siguen el orden de las letras del alfabeto esloveno. De la palabra a la palabra ya los poemas se dedican a palabras con lo que se cierra el círculo, si en el libro de las cosas se definían las cosas aquí se definen las palabras, en una celebración del nombre. Citemos sólo algunos momento luminosos. De “La palabra come”: No toda/ palabra / palabrívora/ es carnívora. / Pero cada una / tiene/ un apetito / literal / insaciable”. En “La palabra faltas”: “Cada vez más faltamos / nosotros mismos/ entre las palabras/ del diccionario perfecto.”


En El libro de las palabras y los cuerpos encontramos las cosas que reinventa el poeta al nombrarlas, encontramos también palabras que pesan, la que abrazan, que niegan, que ensucian, que murmullan. Aleš Šteger nos proporciona puertas de palabras en las que podemos entrar en las cosas, los cuerpos y en la mismas palabras. palabras que súbita e inesperadamente nos revelan una parte del mundo que, como dice el filósofo esloveno Slavoj Žižek , no sabíamos que no sabíamos.

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