lunes, 1 de octubre de 2012

La mitológica Constanza de Guillermo Jiménez

Milton Iván Peralta

Giovanni Papini decía: “Si un hombre cualquiera, incluso vulgar, supiera narrar su propia vida, escribiría una de las más grandes novelas que jamás se hay escrito”, parece que Guillermo Jiménez, gran admirador de la obra del italiano, quiso seguir esta frase, y es que en el escritor zapotlense nos va dejando reminiscencias de su vida a lo largo y ancho de sus libros, sin saber exactamente qué tanto es verdad.


Cuentan los creadores de mitos, que Constanza fue hecha ante la urgencia de Jiménez de llegar a  ver a su madre agonizante, el eterno viaje en tren de México a Ciudad Guzmán se convertiría en la musa inspiradora para crear unas de las más bellas páginas de nuestra literatura local.

Constanza, el libro, sale a la luz en 1921, un año después de la lamentable muerte de la madre de Guillermo, Juana Constanza de Jesús Jiménez Urzúa fallece “el 20 de mayo de 1920 a los 52 años de edad en Ciudad Guzmán, con estado civil: soltera”, estos datos los saqué del acta de defunción  que se encuentra en el Archivo Histórico de Zapotlán el Grande. Para nosotros que estamos en el mismo lugar donde se desarrolla la historia y vida de Constanza, es difícil apartar la obra literaria de la vida de una mujer, que en el libro dice que sufrió mucho. Y es que en la obra de Jiménez, la realidad y la ficción es una delgada línea donde un lector distraído se pierde con facilidad. La pregunta aquí sería ¿Es más importante la vida de ella o su inmortalidad en un libro? Para mí el libro, porque al final de cuentas la vida de cada persona debe quedarse reservada para ella y su familia, con sus aciertos y errores, los cuales a veces pueden caer en una distorsión de la realidad. Lo importante aquí es la obra y su belleza, no la corta visión de la realidad.

Constanza está dividida en 18 capítulos, donde la brevedad es su mayor virtual, acompañado de una prosa poética que eleva y nos da una muestra de finura y exquisitez por parte del autor. La novela no es lineal, es un rompecabezas donde la memoria nos va regalando a cuenta gotas recuerdos de su niñez, juventud y madurez, es así como transcurre la historia. El inicio es, en las palabras del autor: “mamá está enferma”, y nos narra en unas cuantas páginas tal vez esos minutos, horas o días en que la pobre madre agoniza, desde ahí se vienen esos recuerdos que es más parecido al abrir un álbum fotográfico. La obra inicia en el llanto y termina con un grito desesperado de búsqueda y ausencia.

Para terminar de entender la novela, es necesario desmenuzarla e irla tomando a pequeños sorbos, para saborear cada frase, cada imagen, es como decía Enrique Fernández Ledesma en el prologo de este libro:
“Guillermo Jiménez es, en Constanza, dueño de una aristocrática emoción. Lo que tiene de estallante en su trato personal; las frecuentes estridencias de sus juicios, las crudezas de sus entusiasmos, se esfuman en esta bella obra, para dar paso a la intelectual distinción del espíritu.”
Jiménez nos muestra el amor hacía su madre, al final de cuentas en esta novela está la cumbre del amor hacía ella, aunque no es en el único libro donde la homenajea, destacan  Zapotlán y Zapotlán lugar de zapotes, hay un ir y venir con la imagen de su progenitora; en Constanza es la tristeza y el descubrimiento de los pecados, aunque no nos dice cuales, mientras que en la plaqueta es el llanto y el limpiar su alma, su voz como eco que retumba aún en las paredes de catedral.
Pero vamos por partes:
La madre es descrita por el narrador, que por alguna razón intentamos explicar que es Guillermo Jiménez y no otro personaje de su invención y de esta misma forma creemos de antemano que es su mamá y no otro personaje de ficción quien muere. Bueno, el personaje de la mujer es descrito como:
una mujer triste,
bondadosa
maternal
y anegada.

Una mujer dedicada en cuerpo y alma a su hijo, pero también al llanto y al dolor, Jiménez nos narra que su madre tiene un pecado y que todas las noches llora, esto es el inicio del libro:

“Llorando esta mamá; sus tristes ojos parecen un precioso manantial; sus lágrimas mansamente caen sobre su negra falda de jerga, como las cuentas cristalinas de un rosario que se desengarzara.
            Mamá llora casi todas las noches; envuelto en las sábanas, con la cabeza entre las almohadas, escucho sus débiles gemidos y sus rezos temblorosos.
            Nunca me contó su pena; cuando yo la descubrí, la pobrecita ya tenía los cabellos blancos.”

Esta es la primera imagen que tenemos de una mujer, que nos acompañará en estas bellas páginas. Cada capítulo se convierte en una estampa sobre ella, desde el primero donde ella llora, en el segundo donde nos muestra su entretenimiento, la forma de hacer que pase el tiempo estilo Penélope: tejiendo. En el tercer fragmento nos regalará la preocupación por el hijo, para que luzca siempre bien, sobre todo los domingos, el día dedicado a Dios. El cuarto es trágico, el sufrimiento de ella por el dolor del niño, aquí el narrador se entretiene recordando que cuando era niño le picó un gusano negro. El quinto fragmento es peculiar, nos describe la belleza de ella:

“Veo a mamá con mis ojos cerrados. Está sentada junto al gran ventanal, que inunda la pieza de plácidos chorros de luz. Mamá es dueña de una egraria hermosura marchita; me cuentan que, antes de que yo naciera, ella era una de las más preciadas joyas del pueblo, de un melancólico pueblo que está a la falda de una montaña azul. Ahora, ¡pobre mamá mía! Su corazón es refugio de mil pesares y tiene ya los largos cabellos grises.”

Aunque Jiménez quiera pintarnos a su madre hermosa, siempre la tristeza y el pecado están presentes. Hay un detalle en esta descripción, los ojos, las ventanas del alma, hay varias descripciones físicas de ella, y varias veces se centra en los ojos:

Sus tristes ojos parecen un precioso manantial.
Ojos, plenos de ternura
Sus ojos adorables
Sus ojos tristes
Sus ojos cansados
Sus pupilas dolientes

En el capitulo seis, nos narra lo que hace él en casa cuando no está Leandro, un trabajador. En el siete da continuidad al anterior, o tal vez este debería estar antes, ya que aquí conocemos a Leandro. Al morir él Constanza le pone una camisa blanca. En la vida real Leandro es uno de los trabajadores que va a registrar a Guillermo cuando nace. En el capítulo 8, vemos nuevamente a la madre anegada que cuida de su hijo, cuando este tiene pesadillas, y nuevamente el fervor de rezar. En el nueve, habla de papá, como dador de conocimientos, será de las pocas veces que lo describa, aunque hay que aclarar que es su abuelo y no su padre, pero aquí como novela y personajes es papá. 10, seguimos con papá, como figura contraria a mamá, este castiga y pone a estudiar al niño. No hay signos de cariños. En el once, otra vez la madre anegada y sufrida ante la larga enfermedad del niño.
 El capitulo doce es la columna medular, nos termina de redondear y de resumir a mamá.

“Tal vez, porque mamá era demasiado talentosa y vehemente y porque no vivió su vida como ella soñaba haberla vivido, la fatalidad siempre la bordó en el canevá de su existencia, cardos punzantes y flores trémulas de loto.
            Su corazón ardía en caridad y se derramaba en ternura; era sentimental, cordial y buena.
            Desde que nací se tornó triste; su mayor alegría fue cuando mis manos pecadoras, llenas de fervor, cerraron sus ojos adorables, que habían llorado tanto.”

En el treceavo, aparece su amigo Mauro Alfredo Velazco. En el 14, Jiménez adulto se entera por papá que su madre está enferma, y comienza el peregrinar de regreso a casa. En el 15, nuevamente en casa, nada ha cambiado desde que él se fue. 16, mamá sigue mal, no mejora, aparece su tía María  de las Mercedes del Sagrado Corazón para orar por ella. En el 17  muere. 18, mamá se convierte en una estrella pensativa. Por fin brilla, esperemos que sea de felicidad, esa que no alcanzó en vida.

Es importante la relación de hijo-madre, y es que en la profundidad se puede apreciar un complejo de Edipo por parte de Jiménez, en el cual intenta ver de la mejor forma a su madre, pero siempre la tristeza opaca la felicidad o la hermosura con la que quiere verla. Esto se hace más notorio cuando excluye al padre a dos capítulos y siempre es para ponerlo hacer cosas que no le gusta o regañarlo, dar malas noticias, jamás se verá con otro personaje cuando esta con mamá, siempre en sus brazos o recibiendo besos, hay un deseo por ella.

A lo largo de la novela, nos muestra que no todo lo que menciona es real, que la ficción es parte de ella. Y es que si queremos vincular la novela en hechos reales hay varios detalles que nos muestran cosas contrarias a las que conocemos, por ejemplo habla de su papá, el cual sabemos no tuvo, y esa función la hizo su abuelo Jesús Prospero Jiménez y en el capítulo 17, dice:

“Con los ojos atónitos, mis hermanos y yo, en torno de la cama, temblamos de aflicción.”

Constanza viene hacer una novela, bella en su prosa, en sus sentimientos, inspirada en la agonía y pérdida del amor más grande y puro, el de una madre. Es cierto que en otros libros la describe, por ejemplo en “Zapotlán, lugar de zapotes” (1933) dice:

LA CATEDRAL

ORGULLO  de mi pueblo a pesar de su torre trunca. Dedicada al Castísimo Patriarca Señor San José, la comenzó, no sé si el cura Anaya o el Cura Caldera, hace más de cincuenta años. El cura Carrillo –extraordinario hombre de acción que murió mitrado- terminó sus altares.
            Sus naves y sus bóvedas guarda el fervoroso temblor de los rezos de mi madre.”

Otra descripción de Constanza, la vemos en Zapotlán (1940):

“(…) mi madre, en voz muy baja, tarareaba una canción: “Céfiro que por las tardes…” Era una canción llena de pesar que me enternecía hasta las lágrimas. Mi madre rara vez cantaba, pero cuando lo hacía ponía en su voz toda la emoción, todas las vibraciones de un deseo insaciado, el zumo de la amargura de un dolor aprisionado en su propio destino. Cantaba con voz tan suave, tan tenue, que parecía un velo que envolviera su mismo corazón.”
PP28

Pero Constanza indirectamente esta en toda la obra de Jiménez, las mujeres en su obra nunca alcanzarán el amor, seguirán sus sueños más no los concretarán, su destino y final será el sufrimiento, no hay finales felices, Jiménez desde pequeño quedó marcado ante la tragedia femenina, y por más que quiera sus mujeres-personajes, siempre protagónicas y el centro de la historia, no alcanzaran los objetivos. No porque él lo quiera así, la vida y la historia los lleva a esa triste realidad.

Literariamente, Jiménez influyó en varios autores, específicamente con Constanza, podemos anotar a:
Andrés Henestroza, con el libro Retrato de mi madre, de 1940.
José Rubén Romero, Semblanza a una mujer (1946)


Vemos similitudes con otras páginas escritas sobre la madre, y  podemos encontrar en las obras de: José Vasconcelos y  José Rubén Romero. Así como con Amado Nervo en La novia inmóvil, poemas dedicados a su novia que falleció.

Pero no es necesario ir tan lejos para encontrar influencias de Jiménez, en su tierra natal Guillermo es esencial para la formación de Arreola, en la prosa de Juan José hay un atisbo jimenista en su literatura, esto vendría a mostrar que Arreola no es un escritor espontáneo como han querido decir, la relación Guillermo- Mauro y Mauro-Arreola es esencial para este último, de Guillermo le llegan sus grandes lecturas como Proust, Papini a quienes  ambos autores siguen en sus respetivas obras. En Arreola, el libro más jimenista que encontramos es La Feria, la estructura fragmentaria, del recuerdo de su pueblo natal no está nada más inspirada en Zapotlán, sí en el toque especifico de un tiempo y hecho real, adornado de la ficción, también debemos agregar el tono, la suavidad  y la mirada festiva de Zapotlán, lugar de zapotes, pero lo más importante, está en La de los ojos oblicuos de 1919, novela fragmentaria, con saltos de tiempo, sin una historia central y la cual puede leerse como minificciones, y que La Feria retomaría décadas después, con esto no quiero quitarle importancia a Juan José, al contrario, hay que hacer énfasis en sus orígenes, gracias a Jiménez le llegan a Arreola sus primeras lecturas y muchas de las estructuras que se usaban  en Europa, esto es una cadenita, de Jiménez a Arreola, de Arreola a Fernando del Paso, José Agustín, Vicente Preciado, y ellos a quien les toque enseñarles, no hay talento espontáneo, hay un mundo alrededor que ayuda y apoya para que estos se forjen. Ahora falta conocer quiénes estuvieron con Jiménez, quienes son sus antecesores si en Refugio Barragán de Toscano no lo encuentro. 

Javier García-Galiano en su columna del diario Milenio, comentó sobre su experiencia en la lectura de Zapotlán ha recomendación de su amigo Luis Alberto Navarro; Galiano al leer a GJ descubrió la influencia que tuvo en Arreola:
(…) En La feria y en algunos de sus cuentos puede adivinarse algo de la influencia de Jiménez, que le enviaba a Alfredo Velasco Cisneros libros desde Madrid y París, entre ellos los dos primeros tomos de En busca del tiempo perdido: Por el camino de Swan y Un amor de Swan, traducidos por Pedro Salinas, que Arreola leyó en la biblioteca de Velasco Cisneros. (…)
                                                                                  Magia catóptrica, Milenio, Javier García-Galiano.
Para Víctor Manuel Pazarín, Arreola tiene “una deuda” con Jiménez, y remarca la influencia que tuvo en el autor del Guardagujas:
(…)
Hay una enorme deuda de Arreola a Jiménez y no es únicamente en el sentido de un viaje de un pueblo a una ciudad, sino que entre las novelas y la escritura de ambos hay una especie de reconocimiento. Es claro que La feria proviene en línea directa de la obra de Guillermo Jiménez: hay una especie de continuidad y de homenaje. Hay una imitación y, también, el planteamiento de una continuidad de la tradición instruida por Refugio Barragán de Toscano (La hija del bandido), por José Rolón (Zapotlán, sinfonía), por Guillermo Jiménez (Zapotlán) y por Juan José Arreola (La feria).
Guillermo Jiménez amó la obra de Giovanni Papini y Arreola mantiene una influencia total del  escritor italiano. Arreola y Jiménez son almas gemelas y ofrecen la posibilidad de mantenerse en una sola línea lírica y narrativa.
(…)
                                      Víctor Manuel Pazarín, A Zapotlán vía París,
                                  La Gaceta, 7 de marzo de 2011, suplemento O2,
                                                                                                PP. 8 y 9
 Me basta con decir que aún tenemos una deuda con Guillermo Jiménez, que hay más obra más allá de Zapotlán y de Constanza, hay más vida en su obra que en su persona.

1 comentario:

  1. Gracias, desde que era niña. . . y de eso hace 43 años, Constanza me recordaba a mi madre. . .
    Vivo en México D.F. y la descripción que hacía de su mamá, me trasladaba a mi propia historia. Fué en primer año de secundaria a mis 13 años que amé esa historia tan bella que venía en mi libro de la autora María Edmeé Alvarez sobre Literatura a través de Selectos Autores Mexicanos de la Ed. Porrúa. Gracias. Verónica

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