Milton Iván Peralta
Mientras tengamos vida estamos en la
obligación de crear algo; y es con esto que don Salvador Carrillo arrastra su
caminar de la mano de su guía y fuerza. No debe de extrañar, y se lo dijo con
la admiración pero con desprecio a quien se le opone, que ya entrado en las
hojarascas comience a escribir, no tiene nada de malo, al contrario mientras
uno tenga fuerzas podrá enfrentarse a ese gran reto de la hoja en blanco. Son
muchos los ejemplos que hay de gente como dicen: ya entrada en años, que inicia
el proceso de la escritura y sobre todo la publicación, con respeto recuerdo
dos originarios de nuestro fructífero valle:
Don Jesús Vázquez Barragán, conocido más como pintor y cantante, hace
unos pocos años publicó su libro “Antes del olvido”, regalándonos una parte de
su vida y experiencia. Le han seguido otras dos obras. También recuerdo
tiernamente a nuestra siempre querida y eterna musa Virginia Arreola Zúñiga,
quien hace unos pocos años publicó su primer poemario “Abalorios”, después le
siguió “Del color del ámbar” y hace unas
semanas sacó un nuevo libro, una especie de biografía, donde nos narra su
juventud.
Estos ejemplos son a nivel local, pero
tenemos otros para quien tenga duda de que a cualquier edad se puede escribir y
tener éxito, vamos a ver algunos ejemplos:
A los 38 años Rubem Fonseca comenzó a
escribir.
A los 41 años Luis Landero, premio nacional
de literatura escribe su primer libro.
A los 45 años aparece el primer cuento de Raymound Chandler.
A los 45 años aparece el primer cuento de Raymound Chandler.
A los 51 Annie Proulx escribe su primer
libro, luego ganó un Pulitzer.
A los 55 Charles Perrault empieza a
escribir, es el autor de La Cenicienta.
A los 60 años comienza su carrera
literaria José Saramago, después ganó el premio nobel.
A los 74 años Harriet Doerr gana el
premio Debut Literario en Estados Unidos.
Estos son pocos, pero grandes ejemplos
de que no hay edad para iniciar algo, y es que mientras haya vida no podemos
quedarnos sentados mirando el pasar del tiempo. Don Chava es un hombre
inquieto, una persona que busca algo en el arte, él es generoso con su creación,
nos la comparte, en la pintara al exponer sus cuadros, al escribir el
permitirnos ser parte de esos momentos íntimos, porque déjenme decirle que cada libro es una imagen de soledad. Es un objeto
tangible que uno puede levantar, apoyar, abrir y cerrar, y sus palabras
representan muchos meses, cuando no muchos años de la soledad de un hombre, de
modo que con cada libro que uno lee puede decirse a sí mismo que está
enfrentándose a una partícula de esa soledad. El hombre se sienta solo en una
habitación y escribe. Un libro puede hablar de soledad o compañía, pero siempre
es necesariamente un producto de la soledad, así nos lo plantea Paul Auster.
Además leemos cuando estamos solos, don Chava vive en medio de todo lo anterior,
pero en su mano siempre trae la compañía, el amor que lo hace que cada día se
levante, y el que nos tenga hoy aquí reunidos celebrando su vida y obra.
En esta ocasión Don Chava nos regala un
libro sobre una historia mística y mítica, sobre la Tzapotlatena, esta mujer
por el cual tenemos el nombre de Zapotlán, según lo confirmó el sabio José
María Arreola. Y es aquí donde me viene el preguntarme el por qué tanto interés
por esta dama, porqué el construirle un monumento a la entrada de la ciudad, un
libro, muchos cuadros. ¿Qué tiene la Tzapotlatena que tanto nos hechiza?
Don Chava nos lleva por una historia de
una mujer, una curandera de este valle en tiempos prehispánicos, don Chava
parte de la verdad, porque una de las obligaciones de la literatura es no dejar
perder la historia, la identidad de cada pueblo, no seguir la historia tal
cual, porque para eso están los historiadores, pero sí recordando nuestro
pasado porque la literatura es la imaginación de un pueblo, es ahí donde esta
pequeña novela, me refiero a su tamaño, sea parte entre la realidad y la invención
de una historia novelada. La verdad, para no contar lo novelada, nos lo explica
un poco Bernardino de
Sahagún en la Historia
general de las cosas de Nueva España:
Tzapotlatena (en náhuatl: Tzapotlatena, ‘la madre de
Tzapotlan’) es una divinidad mexica referida, a la que se le
atribuye el patronazgo de una resina medicinal llamada úxitl en náhuatl. El testimonio recogido
por Sahagún en esa obra dice que Tzapotlatena nació en un pueblo llamado
Tzapotlan —cuya localización no se precisa— y que ella fue la descubridora de
la resina que los nahuas llamaron úxitl, que manaba de los troncos de
los pinos. La resina se empleaba en la época prehispánica para el tratamiento
de enfermedades que creaban bubas, llamadas quaxococihuiztli y chaquachiuhuiliztli,
entre otros usos. Esta divinidad recibía culto de los recolectores y
comerciantes de úxitl. Los sacerdotes de Tzapotlatena se
denominaban tzapotlateohuatzin, y a ellos correspondía disponer las
ofrendas a la diosa, consistentes en copal, hule, hierbas aromáticas y
papel.
De ahí en más es poca
la información que tenemos, ya que no existe una biografía, hay leyendas muy básicas
sobre sus curaciones, donde dicen que era una mujer hermosa, además de muy
respetada. Me llama la atención como don Chava describe a este personaje
femenino, ya que en las pocas historias convertidas en leyendas es descrita
como cada autor gusta, su escultura es diferente a la pintura de esta portada,
la Tzapotlatena es como cada quien se la imagine, al final de cuentas es la
madre de todos y debemos imaginarla como más cariño nos traiga. Don Chava nos
la describe en varias ocasiones, haciendo referencia a su aspecto físico, ya
que su carácter queda impresa en cada página. ¿Pero cómo es la Tzapotlatena? Como
cada quien guste, repito, pero las imágenes que nos regala esta novela corta me
hace imaginarla como una mujer de piernas como alas de mariposa. Las cuales se
estremecen como si quisieran desprenderse de la luz. Sus piernas unen dos
distancias insalvables y están a un solo paso el infierno y el paraíso. Sus
manos santas tienen la magia de la salud, la suavidad de la ternura. Su vientre
es el valle extenso, casi infinito, coronada por la humedad de la mística
laguna. En sus pechos tiene la pasión del volcán, y la belleza del nevado. La
pastora, es el aliento de su amor…
Es
una forma media erótica de imaginarla, es una parte natural del personaje, pero
también debemos pensar en ella como la madre de todos, ella nos dio su nombre y
su vida. Volviendo a la Tzapotlatena, la leyenda y el libro nos hablan de la
curandera, famosa por ser una gran conocedora de los beneficios curativos
de las plantas, muy abundantes en el valle y montañas del entorno. Muy pronto
se extendió su fama en toda la región, desde el Reino de Michoacán hasta el
Reino Cazcan; y Tlayolan, por ser el centro de devoción, fue empezado a conocer
como Tlayolan-Tzapotlan: lugar de mucho maíz y lugar sagrado dedicado a la
Diosa Tzapotlatena o Tzapotlatenenzin. En esta novela corta hay toda una
historia de vida y muerte de “nuestra madre”, una visión muy particular de su
entorno, de los pueblos, un poco de las
tradiciones y de las guerras que se daban entre los pueblos de alrededor.
Don Chava juega con el
misticismo que se conoce para crear su propio mito, hacer suya la historia más
allá de lo que los historiadores nos puedan decir, y recurre al más básico de
todas las formas para transmitir la historia, y que actualmente poco a poco se
pierde: la narrativa oral. El personaje principal narra algo que su “tata” le platicó,
la plática es el susurro del tiempo que nos hace llegar esa historia a través
de los siglos. Contada desde el concepto de una charla entre amigos intenta
rescatar una versión de la historia. Pero no queda en simple plática, es un
grito agónico por preservar una tradición, un sentido de identidad que se
pierde, es ahí donde el libro hará su otra lucha: mantener viva la leyenda de
la mística y mítica Tzpotlatena.
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