jueves, 26 de febrero de 2015

La mítica y mística Tzapotlatena

Milton Iván Peralta



Mientras tengamos vida estamos en la obligación de crear algo; y es con esto que don Salvador Carrillo arrastra su caminar de la mano de su guía y fuerza. No debe de extrañar, y se lo dijo con la admiración pero con desprecio a quien se le opone, que ya entrado en las hojarascas comience a escribir, no tiene nada de malo, al contrario mientras uno tenga fuerzas podrá enfrentarse a ese gran reto de la hoja en blanco. Son muchos los ejemplos que hay de gente como dicen: ya entrada en años, que inicia el proceso de la escritura y sobre todo la publicación, con respeto recuerdo dos originarios de nuestro fructífero valle:



Don Jesús Vázquez Barragán,  conocido más como pintor y cantante, hace unos pocos años publicó su libro “Antes del olvido”, regalándonos una parte de su vida y experiencia. Le han seguido otras dos obras. También recuerdo tiernamente a nuestra siempre querida y eterna musa Virginia Arreola Zúñiga, quien hace unos pocos años publicó su primer poemario “Abalorios”, después le siguió “Del color del ámbar”  y hace unas semanas sacó un nuevo libro, una especie de biografía, donde nos narra su juventud.

Estos ejemplos son a nivel local, pero tenemos otros para quien tenga duda de que a cualquier edad se puede escribir y tener éxito, vamos a ver algunos ejemplos:

A los 38 años Rubem Fonseca comenzó a escribir.
A los 41 años Luis Landero, premio nacional de literatura escribe su primer libro.
A los 45 años aparece el primer cuento de Raymound  Chandler.
A los 51 Annie Proulx escribe su primer libro, luego ganó un Pulitzer.
A los 55 Charles Perrault empieza a escribir, es el autor de La Cenicienta.
A los 60 años comienza su carrera literaria José Saramago, después ganó el premio nobel.
A los 74 años Harriet Doerr gana el premio Debut Literario en Estados Unidos.

Estos son pocos, pero grandes ejemplos de que no hay edad para iniciar algo, y es que mientras haya vida no podemos quedarnos sentados mirando el pasar del tiempo. Don Chava es un hombre inquieto, una persona que busca algo en el arte, él es generoso con su creación, nos la comparte, en la pintara al exponer sus cuadros, al escribir el permitirnos ser parte de esos momentos íntimos, porque déjenme decirle que cada libro es una imagen de soledad. Es un objeto tangible que uno puede levantar, apoyar, abrir y cerrar, y sus palabras representan muchos meses, cuando no muchos años de la soledad de un hombre, de modo que con cada libro que uno lee puede decirse a sí mismo que está enfrentándose a una partícula de esa soledad. El hombre se sienta solo en una habitación y escribe. Un libro puede hablar de soledad o compañía, pero siempre es necesariamente un producto de la soledad, así nos lo plantea Paul Auster. Además leemos cuando estamos solos, don Chava vive en medio de todo lo anterior, pero en su mano siempre trae la compañía, el amor que lo hace que cada día se levante, y el que nos tenga hoy aquí reunidos celebrando su vida y obra.

En esta ocasión Don Chava nos regala un libro sobre una historia mística y mítica, sobre la Tzapotlatena, esta mujer por el cual tenemos el nombre de Zapotlán, según lo confirmó el sabio José María Arreola. Y es aquí donde me viene el preguntarme el por qué tanto interés por esta dama, porqué el construirle un monumento a la entrada de la ciudad, un libro, muchos cuadros. ¿Qué tiene la Tzapotlatena que tanto nos hechiza?  


Don Chava nos lleva por una historia de una mujer, una curandera de este valle en tiempos prehispánicos, don Chava parte de la verdad, porque una de las obligaciones de la literatura es no dejar perder la historia, la identidad de cada pueblo, no seguir la historia tal cual, porque para eso están los historiadores, pero sí recordando nuestro pasado porque la literatura es la imaginación de un pueblo, es ahí donde esta pequeña novela, me refiero a su tamaño, sea parte entre la realidad y la invención de una historia novelada. La verdad, para no contar lo novelada, nos lo explica un poco Bernardino de Sahagún en la Historia general de las cosas de Nueva España:
Tzapotlatena (en náhuatlTzapotlatena, ‘la madre de Tzapotlan’) es una divinidad mexica referida, a la que se le atribuye el patronazgo de una resina medicinal llamada úxitl en náhuatl. El testimonio recogido por Sahagún en esa obra dice que Tzapotlatena nació en un pueblo llamado Tzapotlan —cuya localización no se precisa— y que ella fue la descubridora de la resina que los nahuas llamaron úxitl, que manaba de los troncos de los pinos. La resina se empleaba en la época prehispánica para el tratamiento de enfermedades que creaban bubas, llamadas quaxococihuiztli y chaquachiuhuiliztli, entre otros usos. Esta divinidad recibía culto de los recolectores y comerciantes de úxitl. Los sacerdotes de Tzapotlatena se denominaban tzapotlateohuatzin, y a ellos correspondía disponer las ofrendas a la diosa, consistentes en copalhule, hierbas aromáticas y papel.

 De ahí en más es poca la información que tenemos, ya que no existe una biografía, hay leyendas muy básicas sobre sus curaciones, donde dicen que era una mujer hermosa, además de muy respetada. Me llama la atención como don Chava describe a este personaje femenino, ya que en las pocas historias convertidas en leyendas es descrita como cada autor gusta, su escultura es diferente a la pintura de esta portada, la Tzapotlatena es como cada quien se la imagine, al final de cuentas es la madre de todos y debemos imaginarla como más cariño nos traiga. Don Chava nos la describe en varias ocasiones, haciendo referencia a su aspecto físico, ya que su carácter queda impresa en cada página. ¿Pero cómo es la Tzapotlatena? Como cada quien guste, repito, pero las imágenes que nos regala esta novela corta me hace imaginarla como una mujer de piernas como alas de mariposa. Las cuales se estremecen como si quisieran desprenderse de la luz. Sus piernas unen dos distancias insalvables y están a un solo paso el infierno y el paraíso. Sus manos santas tienen la magia de la salud, la suavidad de la ternura. Su vientre es el valle extenso, casi infinito, coronada por la humedad de la mística laguna. En sus pechos tiene la pasión del volcán, y la belleza del nevado. La pastora, es el aliento de su amor…

Es una forma media erótica de imaginarla, es una parte natural del personaje, pero también debemos pensar en ella como la madre de todos, ella nos dio su nombre y su vida. Volviendo a la Tzapotlatena, la leyenda y el libro nos hablan de la curandera, famosa por ser una gran conocedora de los beneficios curativos de las plantas, muy abundantes en el valle y montañas del entorno. Muy pronto se extendió su fama en toda la región, desde el Reino de Michoacán hasta el Reino Cazcan; y Tlayolan, por ser el centro de devoción, fue empezado a conocer como Tlayolan-Tzapotlan: lugar de mucho maíz y lugar sagrado dedicado a la Diosa Tzapotlatena o Tzapotlatenenzin. En esta novela corta hay toda una historia de vida y muerte de “nuestra madre”, una visión muy particular de su entorno, de los pueblos, un  poco de las tradiciones y de las guerras que se daban entre los pueblos de alrededor.

Don Chava juega con el misticismo que se conoce para crear su propio mito, hacer suya la historia más allá de lo que los historiadores nos puedan decir, y recurre al más básico de todas las formas para transmitir la historia, y que actualmente poco a poco se pierde: la narrativa oral. El personaje principal narra algo que su “tata” le platicó, la plática es el susurro del tiempo que nos hace llegar esa historia a través de los siglos. Contada desde el concepto de una charla entre amigos intenta rescatar una versión de la historia. Pero no queda en simple plática, es un grito agónico por preservar una tradición, un sentido de identidad que se pierde, es ahí donde el libro hará su otra lucha: mantener viva la leyenda de la mística y mítica Tzpotlatena.    








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