miércoles, 4 de febrero de 2015

Un escritor en la ciudad

Ricardo Sigala


Se dice que ha llegado un escritor a la ciudad. Hace un año, poco o nada sabíamos de César Anguiano, llegó a Ciudad Guzmán con miles de libros  y se instaló en un segundo piso de uno de los portales del centro, quizás con la utópica idea de que “Zapotlán no se acaba nunca en su cultura”, y de que aquí podría vivir de la venta de libros. César Anguiano es un vendedor de buenos libros, como esos antiguos libreros que saben qué tienen, en dónde y  muchas de las veces hasta los tienen bien leídos. Porque César Anguiano es además un lector, seamos precisos, se trata de un gran lector de literatura, basta con un primer acercamiento para recibir una oleada de su contagiosa pasión en los más diversos registros literarios, desde los clásicos griegos hasta los contemporáneos; del polaco-inglés Josep Conrad a la norteamericana Joyce Carol Oates o el Nobel chino Mo Yan, sus temas parecen inagotables. Él es uno más de los conversadores literarios con que hoy cuenta esta ciudad.
           


César Anguiano también es escritor, es autor de tres novelas y de tres poemarios, casi todos publicados en Colima de donde es originario. Me atrevo a definir a Anguiano como un “grafómano”,  no sólo lee todos los días, también escribe a diario. Todos tenemos un empleo o un negocio con un fin: hacernos de un patrimonio para nosotros o nuestros hijos, y en el sentido más estricto trabajamos para vivir, bien o mal. Yo entiendo que César Anguiano tiene su negocio de libros para poder darse tiempo de escribir, de hacer su obra literaria. Él ha declarado que los meses que ha pasado en Zapotlán le han favorecido la escritura del cuento, síntoma de lo anterior es que se ha convertido en el sexto ganador del concurso de cuento La Jirafa, el más importante de la región.
           
Este librero y escritor llegó a Zapotlán, además, con La sangre y las cenizas bajo el brazo,  un libro de poemas que obtuvo el XXIII Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma, en España en el año 2013, y que en 2014 publicó la prestigiosa editorial Visor de Poesía. La sangre y las cenizas fue escrito en plena guerra contra el narco, la de Felipe Calderón; se trata de un poemario inquietante y perturbador, muestra la desolación y el sinsentido de la violencia, pero nunca es un libro efectista o que pretenda explotar la retórica facilista que rondan los lugares comunes del tema. Hay en los textos de Anguiano una ironía discreta, una crítica devastadora a la estupidez humana, al mismo tiempo un sentido humanitario descuella en acertadas y discretas imágenes. La música verbal es de una transparencia y naturalidad infrecuente.  En la cuarta de forros de la edición española se dice que de este libro “intenta sacar de la indiferencia a una sociedad sumisa y mal informada. Un libro que es un reto para todos aquellos que se consideran pensantes, valientes o justos en Hispanoamérica”.  La sinceridad dolorosa y crítica que derraman estos poemas, la discreta lección de cultura y humanidad que ondean como una bandera en medio de la nada, son ecos permanentes de lo que pasa en este país.

            Tengo en mi mente la imagen de César Anguiano, lo veo entre libros viejos y novedades, frente al monitor de su computadora o hurgando entre los estantes, atendiendo a un comprador apresurado o haciendo de la charla ocasional una disertación literaria, parece que tiene tantas cosas que decir que la palabra hablada le resulta insuficiente. Lo recuerdo con el entusiasmo encarnado participando en el taller que Eduardo Antonio Parra impartió en la cátedra Hugo Gutiérrez Vega. Me imagino también las mañana de Anguiano peleando con las palabras, entre los añicos del espejo que produce la escritura,  mirando de frente el rostro de medusa. Son ciertos los murmullos. Ha llegado un nuevo hombre letras a Zapotlán.



Dos poemas de César Anguiano*

Preámbulo

V
He estado pensando en la belleza,
En el tétrico arte de Homero, por ejemplo;
En sus paisajes repletos de buitres,
De cadáveres después de la batalla.

He reflexionado bastante en Baudelaire,
En sus poemas poblados de cuerpos verdosos,
Sin vida.

He estado pensando en la estética
De las cámaras de gas,
En la filas de esqueletos desnudos
Fusiladas por los ejércitos de Hitler.

He estado pensando seriamente
En los doscientos veinte mil muertos de Calderón,
En todas las posibilidades estéticas
Que éstos ofrecen.


Él, nuestro señor
XXIII
Nuestro rey está loco,
Que lo sepan las estrellas
Y lo repita el vasto rumor de la montaña.

Nuestro rey está loco,
Que lo sepa el comerciante,
La mujer y el hombre
Que dan las noticias
En la tele.

Que lo sepan las flores blancas
Y las nubes,
Que lo sepan todos:
Nuestro rey está loco
                                   Completamente loco.

Del libro La sangre y las cenizas, Editorial Colección Visor de Poesía, España, 2014.



No hay comentarios:

Publicar un comentario