Ricardo
Sigala
Se dice que ha llegado un escritor a la ciudad. Hace un
año, poco o nada sabíamos de César Anguiano, llegó a Ciudad Guzmán con miles de
libros y se instaló en un segundo piso
de uno de los portales del centro, quizás con la utópica idea de que “Zapotlán
no se acaba nunca en su cultura”, y de que aquí podría vivir de la venta de
libros. César Anguiano es un vendedor de buenos libros, como esos antiguos
libreros que saben qué tienen, en dónde y
muchas de las veces hasta los tienen bien leídos. Porque César Anguiano
es además un lector, seamos precisos, se trata de un gran lector de literatura,
basta con un primer acercamiento para recibir una oleada de su contagiosa
pasión en los más diversos registros literarios, desde los clásicos griegos
hasta los contemporáneos; del polaco-inglés Josep Conrad a la norteamericana
Joyce Carol Oates o el Nobel chino Mo Yan, sus temas parecen inagotables. Él es
uno más de los conversadores literarios con que hoy cuenta esta ciudad.
César Anguiano también es escritor, es autor de tres
novelas y de tres poemarios, casi todos publicados en Colima de donde es originario.
Me atrevo a definir a Anguiano como un “grafómano”, no sólo lee todos los días, también escribe a
diario. Todos tenemos un empleo o un negocio con un fin: hacernos de un
patrimonio para nosotros o nuestros hijos, y en el sentido más estricto trabajamos
para vivir, bien o mal. Yo entiendo que César Anguiano tiene su negocio de
libros para poder darse tiempo de escribir, de hacer su obra literaria. Él ha
declarado que los meses que ha pasado en Zapotlán le han favorecido la
escritura del cuento, síntoma de lo anterior es que se ha convertido en el
sexto ganador del concurso de cuento La Jirafa, el más importante de la región.
Este librero y escritor llegó a
Zapotlán, además, con La sangre y las
cenizas bajo el brazo, un libro de
poemas que obtuvo el XXIII Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma,
en España en el año 2013, y que en 2014 publicó la prestigiosa editorial Visor
de Poesía. La sangre y las cenizas
fue escrito en plena guerra contra el narco, la de Felipe Calderón; se trata de
un poemario inquietante y perturbador, muestra la desolación y el sinsentido de
la violencia, pero nunca es un libro efectista o que pretenda explotar la
retórica facilista que rondan los lugares comunes del tema. Hay en los textos
de Anguiano una ironía discreta, una crítica devastadora a la estupidez humana,
al mismo tiempo un sentido humanitario descuella en acertadas y discretas
imágenes. La música verbal es de una transparencia y naturalidad
infrecuente. En la cuarta de forros de
la edición española se dice que de este libro “intenta sacar de la indiferencia
a una sociedad sumisa y mal informada. Un libro que es un reto para todos
aquellos que se consideran pensantes, valientes o justos en
Hispanoamérica”. La sinceridad dolorosa
y crítica que derraman estos poemas, la discreta lección de cultura y humanidad
que ondean como una bandera en medio de la nada, son ecos permanentes de lo que
pasa en este país.
Tengo en
mi mente la imagen de César Anguiano, lo veo entre libros viejos y novedades,
frente al monitor de su computadora o hurgando entre los estantes, atendiendo a
un comprador apresurado o haciendo de la charla ocasional una disertación
literaria, parece que tiene tantas cosas que decir que la palabra hablada le
resulta insuficiente. Lo recuerdo con el entusiasmo encarnado participando en
el taller que Eduardo Antonio Parra impartió en la cátedra Hugo Gutiérrez Vega.
Me imagino también las mañana de Anguiano peleando con las palabras, entre los
añicos del espejo que produce la escritura,
mirando de frente el rostro de medusa. Son ciertos los murmullos. Ha
llegado un nuevo hombre letras a Zapotlán.
Dos poemas de César Anguiano*
Preámbulo
V
He estado pensando
en la belleza,
En el tétrico arte
de Homero, por ejemplo;
En sus paisajes
repletos de buitres,
De cadáveres después
de la batalla.
He reflexionado
bastante en Baudelaire,
En sus poemas
poblados de cuerpos verdosos,
Sin vida.
He estado pensando
en la estética
De las cámaras de
gas,
En la filas de
esqueletos desnudos
Fusiladas por los
ejércitos de Hitler.
He estado pensando
seriamente
En los doscientos
veinte mil muertos de Calderón,
En todas las
posibilidades estéticas
Que éstos ofrecen.
Él,
nuestro señor
XXIII
Nuestro rey está
loco,
Que lo sepan las
estrellas
Y lo repita el vasto
rumor de la montaña.
Nuestro rey está
loco,
Que lo sepa el
comerciante,
La mujer y el hombre
Que dan las noticias
En la tele.
Que lo sepan las
flores blancas
Y las nubes,
Que lo sepan todos:
Nuestro rey está
loco
Completamente
loco.
Del libro La sangre y las cenizas, Editorial
Colección Visor de Poesía, España, 2014.
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