martes, 10 de marzo de 2015

Ese regalo tan Preciado

Ricardo Sigala



Hace unas semanas recibí un regalo atípico. Se trata de unos pequeños anteojos, antiguos y usados, no parecen de muy alta calidad, pero eran un regalo, y además un regalo de alguien a quien admiro y aprecio. Sólo por este último hecho me llené de emoción y me sentí poseedor de una pequeña riqueza personal, un tesoro que por nuestras aficiones comunes se magnificaba en la complicidad de una amistad de ya muchos años. El regalo me lo hizo Vicente Preciado Zacarías y me contó que se trataba de unos lentes olvidados por Juan José Arreola en su viejo Brasilia en la década de los ochenta. Los lentes habían permanecido extraviados y sólo después de mucho tiempo, no sé cuánto, Preciado dio con ellos por accidente y por alguna razón no volvieron a su dueño, quizás para ese entonces ya sería un objeto inútil para el maestro.



            La emoción no terminó con esta valiosa, emotiva y extraña cortesía. Enseguida recibí un ejemplar de la muy esperada nueva edición de Apuntes de Arreola en Zapotlán. El libro se había publicado una década atrás y hacía años que se encontraba agotado, un volumen enorme que de inmediato se convirtió en un referente para el conocimiento de la obra y del universo del autor de Confabulario.

Siempre he visto en este enorme volumen la materialización de una parte de la vida de Preciado, a él le dedicó ocho años de “lecturas compartidas”, en la cabaña abrazada a la montaña oriente de la ciudad, con una vocación paciente y disciplinada de discípulo y escriba. A este volumen le dedicó otros años de organización de las notas tomadas al vuelo, de búsqueda de los libros, las revistas, las ediciones precisas, las traducciones específicas, las citas que a diario emanaban de las tardes con Arreola. Preciado verificó datos, corrigió nombres, grafías, no a Arreola sino a sus propias anotaciones que a diario hacía a mano en pequeñas libreras pues el maestro no le permitió nunca usar grabadora. Preciado documentó con fidelidad y con su espíritu científico cada una de las referencias que aparecen en su libro, construyó una biblioteca particular bajo el canon de Juan José Arreola en la qué cimentar sus “apuntes”. Así pues Apuntes de Arreola en Zapotlán se publicó en el año 2004, tras casi 25 años de trabajo.

Pero la obra no estaba terminada, Vicente Preciado dedicó otros diez años a corregir erratas, enmendar incorrecciones, agregó notas que antes habían quedado marginadas. Este libro que se desborda en la efervescente sabiduría de Arreola, en su carácter de vorágine de nombres y títulos sin más orden que el de la libre asociación y el lúdico placer de la memoria se vio suavizado por la buena idea de incluir anexos prácticos para una lectura temática y de consulta. Un índice de obras, otro de personajes mencionados por Arreola, además de un índice onomástico hacen de la nueva edición un instrumento más amable de lectura.

He vuelto a leer las páginas de esta monumental obra. Antes dije que se trataba de una obra fundamental para los estudios de la literatura de Arreola, sin embargo ahora he visto que también que se trata de una declaración constante del amor por los libros y la cultura, una oda cotidiana al conocimiento. No se trata sólo de un maestro y un discípulo, nos encontramos a dos hombres que  los vincula la pasión por el conocimiento y la comprensión del mundo y sus gentes. En su páginas vemos el gozo y el sufrimiento, las cumbres y los abismos de la humanidad, también nos encontramos con la vida cotidiana, la amistad, el amor, las mujeres, el poder, la buena mesa. Arreola le comparte a Preciado los textos que nunca publicaría. Hay silencios en estas notas que resultan de una elocuencia más que sugerente. Apuntes de Arreola en Zapotlán no es sólo literatura y arte, conocimiento, erudición, es, como dice el escritor Juan Gabriel Vásquez, una forma de estar en el mundo.

Vicente Preciado me regaló unos lentes que habían pertenecido a Arreola y un ejemplar de la reedición de su libro, al principio quise ver en el par de objetos una metáfora en la que me decía, “te regalo los lentes para que con ellos, a través de los ojos del propio maestro, leas los Apuntes de Arreola en Zapotlán”, que los lentes, simbólicamente, me servirían para descifrar el libro. Hoy entiendo que ambos regalos en verdad son un camino para ver con otros ojos la realidad, para comprender el mundo, y la vida que nos ancla en él, desde la más honesta de las tribunas, el diálogo entre amigos.




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