Cristina
Arreola Márquez
Toda
cosmología es una cosmología hablada.
Al
convertirla en dioses formamos la significación.
Gaston
Bachelard
[La
poética de la ensoñación]
Debo confesar que
siempre me ha movido la curiosidad de imaginar el proceso de creación que llevó
cada autor en sus libros. En el papel de lectora, no soy más que un receptor
vivaz, tratando de desentrañar los motivos de cada línea repasada. Sin embargo,
debo aceptar también que, muy pocas veces emprendo la búsqueda real del proceso
que vivió el escritor durante el periodo de conformación de su libro, y no es
por temor a descifrar las huellas ocultas, sino por aguardar el momento justo
en que esa información llegue a mí, en un proceso fantástico, como si la verdad
hubiera aguardado el tiempo exacto para revelarse. Es entonces que sucede el
asombro. Por ejemplo, ¿quién no ha experimentado la satisfacción de comprobar
la sospecha de que El Apando fuera concebido
en prisión?
No
es novedad que, en la literatura, como en el resto de las artes, se puede
encontrar implícito al autor en su obra, aunque el texto no responda necesariamente
a la autoficción. Podemos averiguar
sus temores, sus filias, el origen de sus lecturas, entre tantas otras cosas
que circulan alrededor del escritor al momento de concebir su obra.
Mi
acercamiento con la novela de Juan Mireles titulada Yo [el otro] Octavio, fue –gracias a la amistad que desde hace
algunos años cultivo con Juan– primeramente desde su construcción, cuando
apenas se trataba de unas cuantas notas alrededor de un tema y de un personaje
que trataba a toda costa de explotar la tinta sobre los recortes de papel,
servilletas, sobre las teclas que de pronto le iban dando forma, y sobre todo,
vida.
A
pesar que, como dije, estuve al tanto desde los primeros pasos que llevaban al
autor en este tropezar y recomenzar que significó la novela, sus correcciones,
exclusiones, nuevas correcciones, tocar puertas en editoriales y todo lo que un
nuevo libro involucra; cuando fue mi turno de enfrentarme con la novela, no
descuidé ni un momento mi papel de lectora, con todo el sentido crítico que
siempre llevo conmigo ante cada libro, y con la atención y calma que merecen. Y
aunque en este momento no me dispongo a realizar un análisis exhaustivo del
libro o de algún tema en particular, con la finalidad de ofrecer a los futuros
lectores el espacio a sus propias interpretaciones sin encasillar la dirección
de la lectura, sí busco crear la atención necesaria para que Yo [el otro] Octavio se sume en la lista
de libros en su biblioteca personal, que bien merece la pena.
De reciente aparición –pues fue a
finales de este 2014 que Ediciones El
viaje abrió la puerta a la publicación de este libro–, estamos ante una
novela de estructura que puede considerarse dentro del género de la novela
corta, con una extensión reducida y dividida en doce capítulos que nos conducen
desde “la realidad” de ése que recién despierta de una aparente muerte –o algo
parecido a ello–, y que más tarde sabremos, se llama Octavio, el eterno
enamorado de Carmen, a quien sólo conocemos bajo la voz narrativa del propio
personaje y su otro “yo” que en ocasiones toma la batuta de la historia y en
otras más sólo es un “otro”, sin rostro, que aguarda en la misma habitación que
Octavio.
Uno de los aciertos que Juan Mireles
utilizó para llevar al lector en la conducción de esta historia, es la
experiencia tan natural y de cierta forma tan básica con la que el personaje va
descubriendo la realidad, “La búsqueda es la misma de mis años corpóreos: saber mi
origen y así el de todos. Cosa aparentemente básica para el escéptico, ¿y lo
seguiría siendo desde mi nueva óptica? Acá es la inocencia de la niñez: todo
cabe en la inabarcable forma del pensamiento”.
Que
a pesar de tratarse diversidad de conceptos y al mismo tiempo de disciplinas
–ontológicas, oníricas, filosóficas, metafísicas, etc–, el aterrizaje desde el
re-conocimiento del personaje, logra el entendimiento y la comunicación con el
lector, por ser inherentes al ser humano, desde, quizá, la primer conciencia
del individuo como tal, “Sin yo no hay pensamiento, sin pensamiento no hay yo, y
sin yo no hay tiempo y sin tiempo no hay yo; porque soy nada más que sustancia
tiempo, infinito”.
Como ya lo mencioné, el amor de
Octavio, que es eso que lo mantiene unido al recuerdo y al pensamiento
terrestre, es su adorada Carmen, con quien vivió una historia complicada,
incluso violenta. Carmen comienza a ser material en el libro a partir del
recurso de inclusión de otros géneros, en este caso el relato, pues es cuando
Octavio comienza a leer un texto al parecer escrito por él en vida, que los recuerdos
le llegan en cadena.
Octavio, además, fue un escritor
fallido y asiduo lector, saturado de manías y ansiedad que no lo abandonan ni
en su estado etéreo del que poco a poco van brotando las partes humanas:
pierna, cabeza, rostro… y hasta el final los órganos sexuales. Al encontrarse
en una especie de trance entre la vida y la muerte, Octavio lleva a cabo
monólogos hacia Dios, reclamos y hasta confesiones que resultan ser parte del
juego que nunca abandonará: el sarcasmo.
¿En qué estaba? ¿Dios?
Todopoderoso, huérfano de ti, el Justo, el Padre y no paro, no puedo:
Me viene valiendo madre el
mundo que dejé, que se pudran junto a esa perra que me hizo un desgraciado. Sí,
Carmen, tú, tú desataste mis trastornos, antes de ti, todo era más claro”.
(…)
Dios, no me odies, no me
juzgues: así me hiciste.
Mira, no te pongas hosco porque
si fui un infiel de pies a cabeza es por ti, ¿quién me hizo?, ni se te ocurra
salir con que “tus papás”. No juegues conmigo. Ando inestable, no pienso
correctamente como el día que en mi adolescencia piqué a un pendejo en uno de
esos bares de mala muerte, un picahielazo para que se alivianara,
¿me entiendes?
Conforme avanza la
estancia de Octavio en ese nuevo espacio que va reconociendo como su
habitación, las sensaciones comienzan a florecer, y es mediante sensaciones que
incluso puede leer un cuento contenido sobre una hoja en blanco, como desde un
presentimiento. Y si hay algo que no debemos ni podemos obviar es la cantidad
de citas y autores que Octavio va mencionando entre sus narraciones, y también
aquellos conceptos que, sin ir acompañados de un autor, pueden identificarse
con teorías de autores consagrados, dando asentamiento a la importancia del
lector, y a la gran calidad de lector que es el propio Juan Mireles.
Pero así como nos da cuenta de su
proceso de lecturas, nos narra su poética narrativa en el desarrollo creativo,
pues a Octavio lo único que lo mantiene o lo mantuvo estable durante su vida,
fueron los momentos de escritura, cuando se ayuda del “otro”, el monstruo,
animal, la voz, ése que nunca lo ha abandonado: el concepto desarrollado de su
propia otredad.
La
prosa es una suerte de movimientos un tanto callados pero vivos. Hay ritmo en
la prosa, siempre va, siempre, hacía alguna parte; (…) de pronto algo llega,
las puertas de la mente se abren para asomarse a eso que pasa como ráfaga, pero
ésta regresa y comienza a mostrarte un poco de sus colores y su forma, de lo
que quiere decir y expresar.
Entonces te quedas quieto y no puedes cerrar la boca porque lo que sientes
es maravilloso, tratas de correr a la hoja en blanco pero no puedes porque
estás en otro espacio, el de las ideas, y es tan hermoso. En un momento, lo que
apareció de pronto se llena de vanidad y corre y tú vas detrás de esa idea con
la pluma escribiendo sobre la hoja, (…) miras el reloj y te das cuenta que han
pasado horas, que el mundo sigue girando gracias a su necedad de mantenernos
vivos, pero no importa, porque tú ya has visto ese pequeño pedazo de eternidad
que el arte devela.
La novela hace un
repaso, como ya lo he mencionado, alrededor de algunos conceptos, tales como el
ahora, la existencia y en contraparte la nada, el tiempo, el tiempo de cada
individuo, la otredad. Y aún después de todo este riachuelo de palabras, si
alguien se acerca a mí y me pregunta, ¿oye tú, de qué trata esa novela del
“otro Octavio”?, respondería que no, no es posible resumir a una sola cuestión,
pues en ella se ve inmerso el sentido de la existencia del individuo y todos
los factores alrededor de esto que llamamos vida, y lo que no sabemos que siga
después de ella.
Y
así como es una novela de diversas vertientes que conducen a una sola esencia,
no puedo concluir este breve acercamiento sin conceder al público una última
duda al dejar abierta la siguiente interrogante –y quizá el motivo propicio
para comenzar a leer la novela que hoy nos concierne–: ¿será, acaso, que el
terreno del pensamiento es lo que nos aleja, o en su caso, nos distingue de los
muertos?, ¿o será en contraparte, aquello que es imposible abandonar incluso
después del último suspiro vital?... ¿Todo es circular?
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