miércoles, 20 de mayo de 2015

Encuentro en La Habana

        Antonio Navarro


Octubre de 1983. Un grupo de colegas compositores y artistas de diversas disciplinas nos reunimos en la ciudad de La Habana, Cuba, durante el Primer Encuentro de Jóvenes Artistas Latinoamericanos, invitados por una de las máximas instituciones culturales de nuestro continente: Casa de las Américas, que de tiempo en tiempo ha demostrado ser el mejor estandarte de la creación y el pensamiento surgidos en estas tierras, y que por vía de la literatura y las artes múltiples genera y conserva un acervo intelectual  invaluable para la historia reciente.  Es así como desplegamos en su momento nuestro manifiesto de jóvenes creadores con ese ideal que nos anima a dar los primeros pasos en el vasto terreno del arte contemporáneo, del tiempo que nos pertenece.



      (Yo cuento con mis 25 años, y me acompañan en este viaje las primeras partituras que dan muestra de mis noveles obras musicales. Llevo en mi equipaje los “Cinco Preludios para Piano” que compuse en 1983, y con gran sorpresa mía, al llegar a La Habana, me entero que una pianista cubana ya los ha estado interpretando de tiempo atrás. Ahora yo traigo el compromiso de tocarlos en un concierto que me han programado para este encuentro).

      “Como trabajadores del arte y la cultura, debemos emprender la apropiación y revalorización de la cultura universal desde el proyecto histórico de nuestros pueblos, explorar los múltiples rostros de la realidad latinoamericana, incorporar los aspectos positivos de las tradiciones populares desde sus propias contradicciones en la historia y con la historia”.

      Fue así como este país del Caribe nos invitó a dialogar, a cuestionar y a manifestar nuestro pensamiento de jóvenes que se lanzan en su momento a crear un arte propio de latinoamericanos que somos, con ese impulso por descubrir nuevas visiones y acciones en el entendimiento de una realidad nuestra, propia de quienes habitamos territorios que no dejan de sentir el peso en su gran influencia que representa aquella tradición centenaria, por no decir milenaria, de un continente europeo que obliga a reconocer como requisito insuperable cuando de arte y cultura se trata.

      Pero no sólo quiero señalar el trabajo y los debates, las ponencias y los conciertos que en su momento se dieron. También evocar aquello de caminar las calles de La Habana, presenciar los lugares que la han hecho ser lo que es: una ciudad renaciente a cada día. Guiarnos por La Rampa, que no es otra que la Avenida 23, para llegar al malecón, y ya estando ahí, contemplar la línea acuática que traza su división entre el cielo y el mar caribeños. Y ahí, justo frente al mar, con ese calor que sólo sabe sentir el lugareño, el poeta que me extiende su mano añeja, marcada de un tiempo distante y lejano. Es, nada más y nada menos, el gran poeta del verso negro.

      Imborrable momento cuando estuve cerca con Nicolás Guillén, a orillas del mar y en una hermosa tarde habanera. Guillén, el viejo poeta de Camagüey haciendo sus versos negros, cantando sus versos negros, bailando sus versos negros. Conversamos y no pude evitar el traer en ese memorable instante la presencia de sus amigos y afines de su tiempo: las letras de Alejo Carpentier, los ritmos sonantes del músico Amadeo Roldán, los colores danzantes y surrealistas de Wilfredo Lam…Juntos, todos ellos, con el poeta Guillén, hacedores de una historia única para la cultura latinoamericana.

      Este encuentro en La Habana ha marcado de manera significativa mi vida y mi carrera en el mundo del arte y la cultura, haciendo valer de un modo particular mi trabajo en la creación musical.




     

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