Antonio Navarro
Octubre de 1983. Un grupo de colegas compositores y
artistas de diversas disciplinas nos reunimos en la ciudad de La Habana, Cuba,
durante el Primer Encuentro de Jóvenes Artistas Latinoamericanos, invitados
por una de las máximas instituciones culturales de nuestro continente: Casa de
las Américas, que de tiempo en tiempo ha demostrado ser el mejor estandarte de
la creación y el pensamiento surgidos en estas tierras, y que por vía de la
literatura y las artes múltiples genera y conserva un acervo intelectual invaluable para la historia reciente. Es así como desplegamos en su momento nuestro
manifiesto de jóvenes creadores con ese ideal que nos anima a dar los primeros
pasos en el vasto terreno del arte contemporáneo, del tiempo que nos pertenece.
(Yo
cuento con mis 25 años, y me acompañan en este viaje las primeras partituras
que dan muestra de mis noveles obras musicales. Llevo en mi equipaje los “Cinco
Preludios para Piano” que compuse en 1983, y con gran sorpresa mía, al
llegar a La Habana, me entero que una pianista cubana ya los ha estado
interpretando de tiempo atrás. Ahora yo traigo el compromiso de tocarlos en un
concierto que me han programado para este encuentro).
“Como trabajadores del arte y la cultura,
debemos emprender la apropiación y revalorización de la cultura universal desde
el proyecto histórico de nuestros pueblos, explorar los múltiples rostros de la
realidad latinoamericana, incorporar los aspectos positivos de las tradiciones
populares desde sus propias contradicciones en la historia y con la historia”.
Fue así como este país del Caribe nos invitó a dialogar, a cuestionar
y a manifestar nuestro pensamiento de jóvenes que se lanzan en su momento a
crear un arte propio de latinoamericanos que somos, con ese impulso por
descubrir nuevas visiones y acciones en el entendimiento de una realidad
nuestra, propia de quienes habitamos territorios que no dejan de sentir el peso
en su gran influencia que representa aquella tradición centenaria, por no decir
milenaria, de un continente europeo que obliga a reconocer como requisito insuperable
cuando de arte y cultura se trata.
Pero no
sólo quiero señalar el trabajo y los debates, las ponencias y los conciertos
que en su momento se dieron. También evocar aquello de caminar las calles de La
Habana, presenciar los lugares que la han hecho ser lo que es: una ciudad
renaciente a cada día. Guiarnos por La Rampa, que no es otra que la Avenida 23,
para llegar al malecón, y ya estando ahí, contemplar la línea acuática que
traza su división entre el cielo y el mar caribeños. Y ahí, justo frente al
mar, con ese calor que sólo sabe sentir el lugareño, el poeta que me extiende
su mano añeja, marcada de un tiempo distante y lejano. Es, nada más y nada
menos, el gran poeta del verso negro.
Imborrable
momento cuando estuve cerca con Nicolás Guillén, a orillas del mar y en una
hermosa tarde habanera. Guillén, el viejo poeta de Camagüey haciendo sus versos
negros, cantando sus versos negros, bailando sus versos negros. Conversamos y
no pude evitar el traer en ese memorable instante la presencia de sus amigos y
afines de su tiempo: las letras de Alejo Carpentier, los ritmos sonantes del
músico Amadeo Roldán, los colores danzantes y surrealistas de Wilfredo Lam…Juntos,
todos ellos, con el poeta Guillén, hacedores de una historia única para la
cultura latinoamericana.
Este
encuentro en La Habana ha marcado de manera significativa mi vida y mi carrera
en el mundo del arte y la cultura, haciendo valer de un modo particular mi
trabajo en la creación musical.
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