jueves, 18 de junio de 2015

La sonrisa postelectoral

Ricardo Sigala


Terminó el proceso electoral y entre las reacciones más claras en la sociedad destaca el clima festivo que se ha generado en muchos sectores de la población derivado de la presencia de nuevas fuerzas políticas, ya sea que se trate de partidos de reciente creación o de candidatos ciudadanos, o bien por celebrar el voto de castigo contra las fuerzas políticas más desgastadas y desprestigiadas de nuestro sistema político. Se ha hablado de una jornada de civilidad y de paz, en pocas palabras del triunfo de la democracia. Una democracia, diría yo, que tiene muchas aristas que en la suma de las mismas debería cuestionar el propio concepto de democracia: acabamos de asistir unas campañas huecas, poco propositivas y claramente demagógicas; dicho proceso se caracterizó, en la mayoría de las ocasiones, por una guerra sucia que tanto ensució a los acusados como a los acusadores y que además deja muy mal parado al sistema de justicia mexicano; tuvimos una jornada electoral que vio militarizarse a varios estados del país confundiéndose así los métodos más divergentes, desde la democracia participativa hasta la potencial, y en momentos real, represión de Estado; la prensa en muchos casos se mostró parcial y en ocasiones claramente malintencionada, se prestó a la guerra sucia y se hicieron públicas encuestas amañadas, abiertamente manipuladas para favorecer a determinados candidatos; el presidente del INE, Lorenzo Córdova, evidenció un desprecio y una falta de respeto por las minorías que es antitético con el espíritu democrático; en fin, que si seguidos hurgando, la sonrisa postelectoral se nos va diluyendo poco a poco.



            El dato que en lo personal me resulta más preocupante, y que casi nadie ha querido tocar es el de la real participación de los ciudadanos en las recientes  elecciones. Se habla de que a nivel nacional el índice de abstencionismo fue de entre el  51% y 53%, se registraron casos tan alarmantes como el del distrito 1 en Ciudad Juárez donde el porcentaje de abstencionismo fue de 77%; en Jalisco se tiene registro de un promedio de participación del 35% en municipios como Tonalá y Tlaquepaque, en la mismísima zona metropolitana. Los números son claros, si la participación ciudadana fue de poco más del 50% de la lista nominal entonces ningún partido o candidato podría tener mayoría de electores, a nivel nacional las dos más importantes fuerzas políticas son el PRI con 14.1 % de la lista nominal y el PAN con 10.34%, según datos publicados el 9 de junio en el diario La Jornada. En la reciente jornada electoral más de 43 millones de ciudadanos se abstuvieron de participar y si tomamos en cuenta los votos anulados, que posiblemente alcancen 6%, es decir, unos cinco millones, la cifra se hará aún más relevante y preocupante.

Víctor M. Toledo ha aseverado que “en un país con democracia representativa madura, este hecho sería suficiente para anular la elección, y para que los candidatos estuvieran obligados a no participar en la siguiente. La razón: los porcentajes reales de los votos ganados por los partidos se reduce a niveles irrisorios, es decir, no son legítimos en tanto no representan más que consensos mínimos.”

Estamos viviendo una democracia en donde las cuentas no salen, en donde grupos minoritarios de electores son a la vez las mayorías que “deciden” el futuro del país, una rara demo-plutocracia que la sonrisa postelectoral no nos ha dejado ver claramente. 


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