José Luis Vivar
Un 2 de julio como hoy, pero hace
exactamente un siglo expiraba a los 85 años, el general don Porfirio Díaz. La
muerte lo había derrotado pero fuera de su patria, lejos de los campos de
batalla, en donde menos esperaba encontrarlo: en París. Según testigos presenciales,
tendido en su cama, el pase de la vida a la otredad fue tranquilo, así como
fueron sus últimos días.
El héroe de la Intervención Francesa, el
dictador, el que pacificó y modernizó México se retiraba para descansar, para
olvidarse de lo que sucedía en su ausencia, para no voltear sus ojos a los
escenarios de la Revolución, donde los caudillos peleaban por ocupar la Silla
Presidencial. De Madero sólo permanecía vigente el lema democrático que lo
había acompañado al triunfo: Sufragio Efectivo no Reelección. El único problema
era que todos querían gobernar.
Como se ha señalado, al general le
negaron el derecho de volver y morir bajo el cielo de Oaxaca, su ciudad natal.
Le hubiera gustado ver su ataúd cubierto por tierra mexicana, simplemente sentirse
en casa. Había dado todo por México y se había servido todo de México, por eso
se le hacía justo regresar. Pero no fue así, ni entonces ni ahora.
Después de transcurrido un siglo, los
restos mortales de don Porfirio Díaz permanecen en el cementerio de
Montparnasse, esperando regresar a su país. Esperando que los diputados,
senadores y algún gobernante de los que deciden el destino del país por seis
años, coincidan en darse cuenta que su regreso no causará daño, no propiciará
revueltas sociales ni hará que un sector del país se levante en armas.
Pero aun así, en el hipotético caso que
así fuera, exhumar y trasladar al viejo general a México no será fácil ni
gratis. Según José Manuel Villalpando –quien ha intentado sin éxito en dos
ocasiones traer los restos del viejo general: 1995 y 2010-, el costo sería
alrededor de 30 millones de pesos (Milenio, 10 de junio, 2015)
En primer lugar deberán hacerse los
acuerdos de rigor entre representantes de nuestro gobierno y sus homólogos
franceses. Posteriormente tendría que viajar a la ciudad luz una delegación
para realizar los trámites correspondientes que se requieren.
Después el proceso necrológico
consistiría en abrir la cripta, extraer el ataúd. Enseguida aclimatar el
cadáver embalsamado. Dictaminar en qué condiciones se encuentra, pues de
acuerdo a los cánones funerarios habrá que valorar si se traslada en las
condiciones que está, o si debe prepararse de nuevo. No hay que olvidar que ese
cuerpo tiene un siglo de haber sido sepultado.
Una vez cumplidos los requisitos
sanitarios, un avión oficial se encargaría de hacer el viaje desde París hasta
la ciudad y puerto de Veracruz. De allí, un convoy militarizado se encargaría
de custodiar el féretro hasta las instalaciones de la Escuela Naval Militar en
Antón Lizardo, para que a continuación fuese trasladado en un buque el cual
navegaría al muelle T de Veracruz, en pleno malecón, donde además de un desfile
de tropas sería saludado con 21 cañonazos de salva.
Con esto, se le estaría cerrando el
círculo del exilio –ocurrido el 31 de mayo de 1911-, y el retorno a la patria,
en la fecha que fuera. Después de más de un siglo de ausencia, el general
Porfirio Díaz estaría de vuelta en su país.
Todo el anterior relato no es más que
una utopía, un deseo imposible de realizarse porque para muchos políticos este
hombre es un dictador que se marchó por su propia voluntad y por esa razón debe
permanecer donde escogió pasar sus últimos días.
Aunque el culto a las reliquias es algo
que forma parte de nuestra idiosincrasia mexicana, la verdad es que las
acciones gloriosas hazañas bélicas de Porfirio Díaz como héroe de la
Intervención Francesa, son las que valen; lo mismo su férrea voluntad para
modernizar a México entre finales del siglo XIX y principios del XX. Eso es
finalmente lo que interesa. De su lado oscuro, la Historia se ha encargado de
juzgarlo y ponerlo en el sitio que le corresponde.
Finalmente, al cumplirse un siglo de su
fallecimiento, México sigue padeciendo crisis económicas, políticas y sociales.
El sueño de don Francisco I Madero –sucesor de Díaz-, no ha podido cumplirse;
los procesos democráticos son lentos, y a veces pareciera que se estancan.
En cambio cada vez que observamos
ejemplos y ejemplos de injusticias que afectan nos afectan como ciudadanos, muchos
pensamos en el viejo general, que de vivir estaría alaciándose los bigotes,
sonriendo divertido, porque a pesar de su ausencia, sigue siendo difícil
gobernar este país.
¿Tendrá que pasar otro siglo para
repatriar a don Porfirio Díaz? Es muy probable.
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