miércoles, 17 de noviembre de 2010

Transgénicos: el monopolio alimenticio

Víctor Manuel Caamaño Salgado

Los avances en la ingeniería genética y el estudio biológico han desarrollado los llamados alimentos transgénicos, es decir, alimentos modificados genéticamente, los cuales, se nos dice, prometen una mayor producción a menor costo y una mayor facilidad de cultivo, agregando el hecho de que su condición de transgénico les provee una infinidad de propiedades, haciéndolos más resistentes a ciertos factores como pueden ser: cambios climáticos, plagas, pesticidas, etc.

Debido a su vasto campo de estudio y aplicación, los alimentos transgénicos se han convertido en centro de atención para muchos científicos y corporaciones. Sin embargo, también han sufrido el rechazo y desaprobación de organizaciones bioéticas y ambientalistas, quienes alertan sobre los riesgos en la salud humana y los daños irreparables que causan al medio ambiente. Ante esta disyuntiva, la imagen de los alimentos transgénicos se ha visto perturbada por el conjunto de incertidumbres, rechazos y preocupaciones que la rodean.

La manipulación genética de los alimentos ha sido una técnica desarrollada desde los años 50’s y cuyo propósito fundamental fue en principio, responder a las problemáticas sociales de hambruna y desnutrición. Sin embargo, de forma paradójica, en la actualidad los resultados son otros y las consecuencias por su uso se han tornado agravantes para la salud humana y la preservación del ambiente.

De acuerdo con investigaciones hechas por instituciones ambientalistas como Greenpeace, los riesgos sanitarios a largo plazo de los transgénicos presentes en nuestra alimentación, o en la de los animales cuyos productos consumimos, no han sido evaluados seriamente y su alcance sigue siendo desconocido. Nuevas alergias y aparición de nuevos tóxicos, son algunos de los riesgos que se corren al consumirlos. El incremento de las cantidades de pesticidas usadas en cultivos transgénicos-que rebasan incluso las cantidades utilizadas en cultivos convencionales-han afectado gravemente la flora y fauna de los ecosistemas. Ya que con plantas alteradas para tolerar los herbicidas, el agricultor debe usar cada vez más cantidad de agrotóxicos para acabar con las llamadas malas hierbas. Además, una vez liberados al medio ambiente, los transgénicos no pueden ser controlados ya que la expansión genética pone en peligro variedades y especies cultivadas tradicionalmente como fue el caso del maíz criollo en sembradíos de Sinaloa, México, los cuales fueron contaminados por transgénicos importados de Estados Unidos. Greenpeace también sostiene que el uso de alteraciones genéticas no sólo modifica el cultivo en sí, sino también el ecosistema en el que se encuentra, es decir, genera consecuencias en sus consumidores y en todo ser vivo que lo rodea lo que imposibilita determinar con exactitud el impacto que producirán a largo plazo. La lista de investigaciones y artículos que afirman los impactos negativos que genera el cultivo de comestibles transgénicos es bastante grande, y se fundamentan no sólo en reflexiones, sino también en bases científicas y en hechos concretos. Esto, sin lugar a dudas, nos da la pauta para una justificada preocupación. Aunque existe también una variada cantidad de textos que exponen los nuevos avances, aplicaciones y descubrimientos que se han desarrollado en materia de alteración genética en comestibles, éstos no brindan una explicación argumentada de cuáles son y serán las consecuencias reales que conlleva el cultivo de productos transgénicos, más bien, se centran en exponer tan sólo las cualidades del producto en sí.

Estos hechos de incertidumbre, de alteraciones biológicas, de impactos nocivos ampliamente demostrables y de condicionamiento a la salud humana, bastarían para desacreditar y prohibir, si se tuviera un juicio bio-ético sano, el desarrollo de cultivos transgénicos. Lamentablemente, en la actualidad no hay una ley que rija este tipo de prácticas genéticas debido a que los aspectos sociales, culturales, económicos, ambientales que giran en torno a ella dificultan su legislación, aunado al hecho de que las grandes corporaciones transgénicas han justificado la explotación de sus cultivos, con la argumentación dudosa de que con ellos buscan frenar la hambruna mundial. Entonces, a sabiendas de lo desfavorables que pueden llegar a ser los alimentos transgénicos para la salud  humana, los daños irreversibles que ocasionan sus cultivos a los ecosistemas y las alteraciones que producen en la biodiversidad, ¿cuál es el afán de las corporaciones productoras de transgénicos por continuar explotando estos alimentos dañinos? ¿Será posible que dichas corporaciones estén dispuestas a sacrificar, en un acto de supremo altruismo, el medio ambiente y la salud humana para acabar con la hambruna mundial? ¿O es que se sus intenciones van más allá de llevar comida al pobre y desfavorecido?

Lamentablemente se han revelado las verdaderas intenciones de las empresas transgénicas, en las cuales no figura la erradicación de la hambruna mundial, ya que aunque la forma de operar de las empresas agropecuarias-en sintonía con las empresas de transgénicos-consiste en la producción de cantidades exorbitantes de cultivos; esto no resolverá la problemática, por dos factores principalmente: El primero, responde al menor contenido nutricional de los productos transgénicos en comparación con los tradicionales. Pruebas científicas han comprobado que aún cuando la alteración genética optimiza ciertas características del cultivo, en su práctica también se pierden otras cualidades que reducen su valor nutricional, sembrando una serie de afectaciones a la salud como son: cáncer, diabetes y sobrepeso en sus consumidores. Por lo que desde este enfoque, y en el supuesto de que se hiciera una distribución mundial y equitativa de alimentos transgénicos, esto no satisfacería los requerimientos nutricionales de las personas.

El segundo factor, es el alza en el costo de los alimentos. Con relación a esto Greenpeace menciona: “La introducción de los organismos genéticamente modificados en la agricultura, exacerba el monopolio de unas pocas multinacionales sobre la producción de alimentos. Sólo un puñado de empresas (el 90% de los transgénicos están en manos de Monsanto) controlan el mercado de estas semillas y de los productos químicos asociados”. Se tiene la creencia de que un aumento en la producción de alimentos implica un abaratamiento de sus precios. Sin embargo, en el caso de los alimentos transgénicos sucede exactamente lo contrario, ya que ejercer un control sobre las semillas utilizadas en el cultivo de comestibles, implica un monopolio en el mercado alimenticio, lo que significaría que los precios de los productos no estarían regulados por la competencia de un grupo vasto de productores, sino que estarían establecidos sólo por un grupo compacto de fabricantes privilegiados quienes tienen acceso a la tecnología transgénica.

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