viernes, 18 de marzo de 2011

El atentado

José Luis Vivar

Con la fiebre mediática –comercial y por supuesto nacionalista-, de los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, durante el 2010 muchas películas desfilaron por las pantallas del país. Algunas con relativo éxito, otras como meros productos intrascendentes que debieran pasar al olvido, y otras más, a las cuales no se les puso demasiada atención por los constantes estrenos, pero que fueron más allá de las expectativas de los festejos, debido a su contenido estético de calidad. Una de ellas que sin duda debiera revisarse con mayor atención y reconocer que se trata de una pequeña joya entre tanta bisutería es El Atentado, del director mexicano Jorge Fons.
            Basada en la novela Expediente del Atentado, de Álvaro Uribe, la cual cuenta un incidente que podría haber pasado desapercibido, pero que en su momento despertó inquietud entre la población mexicana aquel 16 de septiembre de 1897, cuando en plena celebración del día de la Independencia, un sujeto alcoholizado –supuestamente anarquista- llamado Arnulfo Arroyo intentó asesinar al general Porfirio Díaz.

            Con la detención y posterior ejecución del frustrado homicida hubiese terminado esta historia, pero he ahí que esto es apenas el principio de algo que está más allá de lo que pudiera imaginarse.

            Con un sólido guión cinematográfico por parte de Fernando Javier León, el mismo Jorge Fons y del escritor Vicente Leñero, El Atentado alcanza niveles de altura, al presentarla como un thriller de conspiración, en donde la figura de Arnulfo Arroyo pasa a segundo término, para contemplar toda una telaraña que se teje en torno al magnicidio del dictador oaxaqueño.

             La palabra complot es una de tantas que saltan al descubierto y esgrimen dudas al espectador y a la Historia Nacional. ¿Realmente se perpetraba un atentado para finalizar con la dictadura? ¿Dicho crimen serviría para establecer nuevas pautas en el gobierno mexicano, o sólo se estaría eliminando una figura monolítica para sustituirla por otra? Y sobre todo, quienes perpetraron esto, ¿confiaban realmente en alguien con cuchillo en mano y que apenas si podía sostenerse de pie?

            Estas y otras preguntas se sustentan durante los 120 minutos que dura la película. Jorge Fons se encarga de presentar una atmósfera muy propia de la época en tonos sepia que nos remiten a viejas postales de un agonizante siglo XIX, donde el progreso económico en una minoría social, así como también la dichosa modernidad reflejada en el ferrocarril contrastan con la miseria de sus habitantes.

            La historia se entrelaza en cinco personajes claves: El Dictador, el Anarquista, el Poeta, la Discordia y el Jefe de la Policía.  Cinco personajes, que muy al estilo de Fons y Leñero, arman toda una serie de sucesos donde nadie es inocente y donde las traiciones están a la orden del día porque todos tienen motivos para justificar sus actos.  Llama la atención la figura del Poeta, pues se trata del escritor Federico Gamboa, autor de Santa, y cuya presencia en este doloso acontecimiento tuvo mucho que ver.

            La consecuencia de sus actos aparece en tono serio con el trabajo de un periodista que sigue sus pasos hasta que se desencanta por los hilos del poder. Pero también como motivo alegórico en una carpa miserable donde un par de cómicos refleja lo que pasa en la calle y en el Palacio de Gobierno. La sátira y la chanza generan las risas del pueblo, representado por un montón de mugrosos que beben pulque y arremeten contra los artistas, tirándoles cuanta porquería tienen a su alcance. La podredumbre moral no podía estar mejor representada, sin que hasta la fecha sepamos si ese intento de homicidio fue algo espontáneo o realmente fue planeado.

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