domingo, 24 de abril de 2011

El viaje a México

                                                                       Salvador Manzano
¿Sabes lo que es ir por primera vez a la ciudad de México, solito, en pleno conocimiento de que viviré allá durante un año, sin saber siquiera si había vida mas allá de Guadalajara, sin conocer a nadie allá y para variar debía de viajar en avión, cosa de la que también era primerizo? Y de pilón, te dan un chequesote para solventar todos los gastos… ¡Dios santo! esa ocasión fue el primer desmayo que tuve en mi vida.   
¡Ay Diosito lindo! Si cae el avión…que caiga al mar,¿ y cual mar tu?, no Diosito mejor que no se caiga. Para variar pasaban en la TV un homenaje a Pedro Infante, su vida y su desaparición en un accidente aéreo, ¡inclementes! , si mi compadre tuviera que venir, tendría que traerlo ¡con pañales!
México D.F., abril de 1984.  Hoy me subí al metro, ese gigantesco gusano de acero anaranjado que atraviesa las entrañas de la ciudad. Hice de este medio, mi forma de desplazamiento, la mayoría de las personas viajan inmersas en un profundo trance, mueven a cabeza hacia un lado y hacia otro, o al frente y atrás a merced del movimiento de nuestro veloz transporte subterráneo. Si vamos a seguir así, vamos a acabar bien cuelludos, diría mi compadrito. Me sorprende observar “los adormilados”, como abren los ojos y se levantan justo a tiempo para bajarse en la terminal de su destino. En mi intento, recorrí toda la línea del metro hasta que me echaron pa’ fuera allá por Tacuba, fue cuando conocí el legendario “el árbol de la noche triste” en mi paso por Popotla, un centro ceremonial de la infección intestinal, pude apreciar las vendimias de Tlacoyos, Tacos de Huitlacoche, algo que parecía Xolozcuintle al pastor...y aquí es el único lugar del mundo donde las quesadillas son de todo menos de queso, !difícil de creer!
En mi pueblo cuando les dije que me iba a la capital, toda la gente me miraba como si fuera a ir al patíbulo, me decían que rezarían por mi, mi madre me dio la bendición mas santa de todas y mi padre me dio la extremaunción.
Los capitalinos tienen comportamientos muy peculiares, de ellos nació el lema “todo lo saben y sino lo inventan”, cuando les preguntas donde esta cierto lugar o cierta calle, son capaces de mentir, con un “mira manito” vete por aquí y vete para allá te mandan al quinto infierno. Cierto día se me ocurrió tomar un taxi, y me trajo vuelta y vuelta por una colonia, hasta que le dije, —oiga amigo—,ya me tiene borracho de tantas veces que pasamos por aquí, se quedó bien “chiviado” porque me lo caché y dizque me hizo un descuento, ¡desgraciado!
He agarrado la costumbre de visitar de vez en cuando un café de la zona rosa, exquisito café veracruzano, mesitas en la acera con sus sombrillas, la calle cerrada, peatonal y galerías alrededor, con una aire europeo. Viene la misma gente, intelectuales, artistas…fluyen las palabras por el aire revolviéndose con el humo de olorosos cigarrillos, o el tabaco fino de un habano. Aquí todos están trajeados, menos yo, “el foráneo pensaran”…
Agarré una infección en mis “cosas”, mi madre me hizo una bolsita para guardar los centavos debajo del calzón, y se paso “la inflación” para “allá”, la vergüenza de decirle al Doctor donde me dolía, pos que va decir, —esa infección es de tanta agarradera—,la vergüenza quien me la quita. Es cierto que hay que cuidarse de los rateros, en especial de los carteristas, los timadores, no confiar en nadie: hay maneras, cargando poco dinero y repartido en las bolsas de adelante y porque no un billetito en una bolsita adentro del zapato.
En lo que respecta a mi trabajo y la capacitación a la que yo estaba destinado en la gran urbe, todo fue perfecto, sin novedades porque habíamos personas de todo el país, y la mayoría “provincianos”. El show siempre iniciaba cuando entraba en contacto con la ciudad. Me fui compenetrando al mundo citadino, la Torre Latino, el Palacio de Bellas Artes, el paseo de la Reforma, el monumento de la Revolución, la torre de Tlalnepantla, el parque Hundido, la Plaza México, el Palacio de los Deportes siempre me saludaban cuando aparecían en mi camino, disfruté divinamente del centro histórico, de los museos, de las pirámides, de eventos culturales, de la comida y… me enamoré de la capital. El día que tuve que despedirme fue uno de los más tristes de mi vida, miraba desde la ventanilla del avión, era noche, las luces de la inmensa ciudad como se iban desprendiendo del alcance de mi vista, todo pareciera como si hubiese sido un sueño manito… ¿manito?

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