viernes, 26 de agosto de 2011

Vacaciones, un par de relatos

Salvador Manzano Anaya


En mis tiempos de secundaria, en el pueblo, por lo regular todos los jóvenes éramos cuates, apenas comenzaba a conocer a mi compadre, que entonces me caía bien gordo por creído, era como un seudomachito, medio vaquerito y creía que por el hecho de cruzar a caballo con sombrero por las tardes cuando iba a la ordeña, seria admirado por todas las chavas; sin embargo, no era así, a mi pobre compadre, solo le echaba el ojo la Doña Lola, la de la tienda de abarrotes de la esquina, la que vendía pólvora, todo porque tenía la creencia de que él le había tirado un saco con frijoles que tenía en la entrada de su tiendita; pero él no fue, pobre de mi compadre, fui yo, aunque bueno, había que dejar que Dña. sacara sus conclusiones propias ¿eda? además en ese entonces mi futuro compadre me caía gordo, de burla me cantaba: “Las botas de charro… que coraje me daba conmigo, no tenía bigote, ni traía pistola, ni andaba a caballo”,  todo nomás por hacerme enojar, porque creía que a mi no me hacían caso la niñas, por eso nada más me quedé callado, con Doña Lola. Con esto, aprendí que no hay que sacar conclusiones así nomás, también aprendí que no hay que ser tan gachos. Finalmente ya viejos le dije a mi compadre y el me pidió perdón por “Las botas de charro” y yo le pedí más perdón por los frijoles de Doña Lola.
En esos tiempos tenía un amigo, que poco conocía; pero mucho estimaba, se llamaba Cruz, ese era su apellido, su nombre era Martín, como no le gustaba su nombre el mismo pedía que le dijéramos Cruz, en realidad, eso era él: una cruz, éramos parte del equipo de futbol de las ligas infantiles, aunque como insisto, poco lo conocía, éramos amigos, nos saludábamos, intercambiábamos palabras, chistes y cada quien su rumbo. Cruz era de familia muy pobre, estudiaba y trabajaba ayudándoles a sus tíos que eran albañiles, su padre se fue con los gringos y se perdió para siempre.
En vacaciones, como nuestros padres no tenían centavos para pasearnos como sucedía con muchas familias en el pueblo, opté por sacar a pasear a mis hermanos, primos y amigos de ellos, a los lugares bonitos en los cerros aledaños del pueblo, a pie, con tortas y agua fresca. Así año con año, nos poníamos de acuerdo, obvio yo era el guía, el responsable de la seguridad de todos, me hacía acompañar de un amigo de mi edad y de confianza que me ayudara con “el paquete”. De broma decían que “ahí iba, con mi harem y mi kínder”, puesto que la gran mayoría eran chicas, mis primas, sus amigas y los hermanitos. Visitábamos cascadas, cuevas, manantiales, cañadas, en fin sitios a los que solo podíamos acudir a pie y cuyos caminos eran de mi dominio. Me satisfacía ver la alegría y el compañerismo de todos, igual disfrutaba del paseo. Fueron experiencias inolvidables, rociadas de anécdotas, ojala persistan en el recuerdo de cada uno de ellos.
En uno de esos paseos, casi uno de los últimos, visitaríamos unas cuevas de hormigón, un extraño presentimiento me invadió, a medio camino, bordeando un cerro con mi contingente, como yo me adelantaba un poco, alcancé a ver entre unos arboles un grupo de muchachos, entre ellos Cruz, se estaban drogando con bolsas de plástico con cemento…me quedé pasmado, Cruz me vio y sigilosamente fue a mi encuentro, antes de que los demás nos descubrieran, yo los había detenido antes y pedí que me esperaran. Me dijo mi amigo, estoy bien drogado, esto es lo mío, miré sus ojos perdidos, y me dijo: vete, rápido, si los demás los ven son capaces de hacer cualquier barbaridad, ¡vete! ¡vete! No regreses por estos lugares, le pedí que se viniera conmigo, que yo le ayudaba, me hizo la seña de que corriera y se fue con su grupo. Ese día regresamos rápido y nos quedamos de paseo en la unidad deportiva, ese día comprendí que era el final de esos paseos. Cruz murió al año de esa experiencia, lo recordaré siempre.
A lo que voy, en estos tiempos se acabaron los días de campo en familia al bosque o algún lugar lindo  ¿verdad? con el temor de exponer a nuestra familia con gente mala, violenta o  con la impactante imagen de encontrar… algún mmm… cadáver abandonado por ahí.

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