jueves, 17 de noviembre de 2011

Los Zapatos


Salvador Manzano


Cuando era chiquillo, de vez en cuando nos visitaba un primo y se quedaba a dormir en casa. Mi hermano y yo teníamos que deliberar quien le cedería su cama y dormiría en el suelo.


El primo por orden de la autoridad familiar y en carácter de visitante, para nuestra desgracia debía de dormir siempre e indiscutiblemente en una de nuestras camas. Y uno de nosotros va para abajo. Esto se arreglaba con una moneda salomónica que era lanzada al espacio girando con la verdad determinante en su destino final e inmóvil; pero en realidad, mi hermano y yo sabíamos que ese no era el problema, la verdadero problema era que al primo, le apestaban los pies.

A pesar de que  exigíamos que dejara sus zapatos afuera del cuarto, el espíritu del engendro del demonio que emanaba, prevalecía asechando durante toda la noche por la habitación.

 Casi por disponernos a dormir, le dije al primo: Oye primito, apostaría  que si arrojamos un cerillo a tus zapatos…explotan. Y el primo (sin el mínimo rasgo de vergüenza) diciendo unas palabrejas se rió, y salió al baño.

Aprovechando ese momento de dulzura, salí rápido por alcohol y cerillos, y a la brevedad vacié un chorro de alcohol en los zapatos y me acomodé en el piso; Ya estaba decidido que yo dormiría en el piso sobre una colchoneta.

Cuando regresó nuestro querido primo, volví a la carga: ¿sigues sin creer que tu pestilencia es explosiva? se volvió a reír  ¡cállate desgraciado! ya a dormir, me dijo.

 Entonces saque la cajita de cerillos, encendí uno ante la mirada atónita de mi primo  y le dije: mira: arrojé el cerillo a los zapatos y en eso… ¡PUMMM!

¡Dios santo! tronó tan feo que hasta yo me asusté (mi hermano no se diga) y mi primo se lanzó a apagar el fuego, asustadísimo y por fin se quedo mirando que uno de los dos zapatos quedó totalmente inutilizable.
Extrañamos al primo, desde entonces, no ha vuelto y… usa talco desodorante para los pies.

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