Salvador Manzano
Cuando era
chiquillo, de vez en cuando nos visitaba un primo y se quedaba a dormir en
casa. Mi hermano y yo teníamos que deliberar quien le cedería su cama y dormiría
en el suelo.
El primo por orden
de la autoridad familiar y en carácter de visitante, para nuestra desgracia debía
de dormir siempre e indiscutiblemente en una de nuestras camas. Y uno de
nosotros va para abajo. Esto se arreglaba con una moneda salomónica que era
lanzada al espacio girando con la verdad determinante en su destino final e
inmóvil; pero en realidad, mi hermano y yo sabíamos que ese no era el problema,
la verdadero problema era que al primo, le apestaban los pies.
A pesar de que exigíamos que dejara sus zapatos afuera del
cuarto, el espíritu del engendro del demonio que emanaba, prevalecía asechando
durante toda la noche por la habitación.
Casi por disponernos a dormir, le dije al
primo: Oye primito, apostaría que si
arrojamos un cerillo a tus zapatos…explotan. Y el primo (sin el mínimo rasgo de
vergüenza) diciendo unas palabrejas se rió, y salió al baño.
Aprovechando ese
momento de dulzura, salí rápido por alcohol y cerillos, y a la brevedad vacié
un chorro de alcohol en los zapatos y me acomodé en el piso; Ya estaba decidido
que yo dormiría en el piso sobre una colchoneta.
Cuando regresó
nuestro querido primo, volví a la carga: ¿sigues sin creer que tu
pestilencia es explosiva? se volvió a reír ¡cállate desgraciado! ya a dormir, me dijo.
Entonces saque la cajita de cerillos, encendí
uno ante la mirada atónita de mi primo y
le dije: mira: arrojé el cerillo a los zapatos y en eso… ¡PUMMM!
¡Dios santo! tronó tan feo que hasta yo me asusté (mi hermano no se
diga) y mi primo se lanzó a apagar el fuego, asustadísimo y por fin se quedo
mirando que uno de los dos zapatos quedó totalmente inutilizable.
Extrañamos al primo, desde entonces, no ha vuelto y… usa talco
desodorante para los pies.
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