José Luis Vivar
Un 24 de noviembre de 1991,
todos los admiradores de Queen nos despertamos con el fallecimiento de su
cantante y compositor de cabecera, Freddie Mercury. La nota necrológica no era
agradable, pues se revelaba un asunto privado: había fallecido por una bronconeumonía,
desencadenada por el SIDA. Triste final para uno de los vocalistas más
representativos de los setenta y ochenta del siglo XX.
Si algo caracterizó a su Majestad, musicalmente hablando,
fueron los diversos estilos musicales que supieron fusionar de manera elegante
con el rock. Cada disco que salía a la venta venía siendo diferente al
anterior. Su originalidad comprendía desde la portada del álbum hasta la
selección temática del material.
Con Brian May en la guitarra -¡Qué sonido sabía sacarle este
tipo a las seis cuerdas!-, John Deacon en el bajo; Roger Taylor en la batería,
y el ya mencionado Mercury en la voz, Queen fue un ejemplo de originalidad y
calidad musical. Fue una propuesta fresca y contundente en aproximadamente 22
años de hacer que más de uno mordiera el polvo.
Las letras de esta banda inglesa se conjugaban de forma
acertada con la música, dándole un toque ecléctico. Con ellos el rock alcanzaba
niveles sublimes. La modulación de esa voz principal hacía inconfundible cada
pieza como Seven Seas of Rhye, Killer Queen, Don’t stop me now, Love of my
life, y esa obra de arte que cualquier autor reconocido de ópera hubiera estado
dispuesto a firmar: Bohemain Rhapsody, sirven como ejemplo de lo que era Queen,
a lo largo de catorce vinilos grabados en estudio.
Mención aparte merecen las presentaciones del grupo en
vivo. Son memorables sus conciertos en Wembley, Montreal, Río de Janeiro,
Budapest –para muchos uno de los mejores-, sin olvidar su memorable presentación
en Puebla de los Ángeles en el estadio de futbol, donde Freddie Mercury supo otorgarle
una función fálica al sombrero de charro, arrancando estruendosos gritos por
parte de una multitud delirante.
Si We are de Champions continúa siendo el tema de la
justas deportivas, sobre todo de torneos de futbol, como las copas europeas, se
debe a la calidad vocal de su autor, quien lo mismo podía enternecernos con una
balada que desgarrar nuestros oídos con temas pesados. La versatilidad
artística en la indumentaria de sus integrantes, pero más en Mercury –lo mismo
lentejuelas y plumas que chamarras y pantalones de cuero-, eran el otro
ingrediente para apreciar a Queen.
Para algunos críticos existía una tendencia gay en el
nombre de la banda, y desde luego que en su cantante, pero en el reverso de la
moneda estaba el talento musical de cuatro hombres que entregaban lo mejor de
sí mismos, haciendo olvidar todo tipo de prejuicios.
Con la desaparición física de Freddy Mercury –cuyo
verdadero nombre era Farrokh Bulsara-, el grupo dejó de ser lo que había sido.
El símbolo que los representaba se esfumó junto con una época inolvidable, para
dar paso a la leyenda. Un tardío álbum publicado casi cuatro años después de su
fallecimiento sólo sirvió para poner punto final a una carrera musical.
Veinte años
después esa inconfundible voz se sigue escuchando.
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