Héctor Alfonso Rodríguez Aguilar
Se ha cerrado el ciclo, sí, un ciclo de
vida de más de 107 años. Lo ha sido en está ocasión para un venerable hombre,
para un sacerdote anciano que ya era parte del panorama de Zapotlán el Grande.
Su nombre por demás conocido el Padre Manuel de Jesús Munguía Vázquez. El día
de ayer falleció nuestro querido P. Munguía como le nombraba la gente. Hombre
sencillo, de un talente sereno. Personaje singular, que a pesar de haber nacido
en la vecina Tapalpa, se ganó el cariño de los guzmanenses al
grado de haberle otorgado el reconocimiento de nuestras autoridades municipales
de la ciudad, en
aquel año de 2002.
Supo con esmero y ejemplo echarse a cuestas la labor que le
encomendaron sus superiores –eclesiásticos- de levantar al ruinoso templo
parroquia del Sagrado Corazón. Capellán por muchos años de la capilla de
Atequizayán. En aquel lugar, los lugareños también lo reconocieron con una
escultura de cantera en la entrada del pueblo. Aquí en la cuna de los hombres
ilustres, se ha quedado para siempre su figura en un busto de bronce que
descansa en el atrio de su querido templo de El Sagrario. Para muchas mujeres y
hombres de nuestra ciudad lo tenían considerado como un “Santo” en vida. Hombre
sumamente religioso, ejemplo no solamente para los cristianos católicos de
Zapotlán sino para los actuales sacerdotes de nuestra diócesis. Hombre que
gustó de la poesía, de las letras, también en su interior habitaba un artista,
dado que siempre tuvo gusto por las cosas estéticas. Los paradigmas de El
Sagrario y de la capilla de Atequizayán lo confirman como un hombre de buen
gusto por las formas clásicas. Hoy ya no volveremos ver el desgarbado hombre
anciano que caminaba con su bastón y su gabardina oscura, con su viejo traje,
con su sombrero. Ya no más las calles de Zapotlán volverán a ver aquel santo
varón, que caminaba rumbo quizás a alguna iglesia, a sentarse a una banca del
jardín o al correo a llevar su eterna correspondencia. Se ha ido el viejo y el
decano de los sacerdotes, el Padre Munguía. Hasta luego hombre
de Dios.
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