martes, 28 de enero de 2014

Mi propia Batalla en el desierto con el escrito José Emilio Pacheco

Héctor Alfonso Rodríguez Aguilar

In memoriam del maestro Pacheco, q. e. p. d.



Conocí a don José Emilio Pacheco por marzo o abril de 1992, en ocasión que estuvo  para impartir una disertación sobre el escritor Miguel Ángel Flores en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara.



 Lo recuerdo hablando con el texto de apoyo en mano, y en ciertos momentos su participación se volvía elocuente.  Una vez concluido el evento, y  ya en los pasillos del vestíbulo de aquel recinto, me encontré y tuve la fortuna de saludar y platicar por un breve momento con tan distinguido personaje. Mi intención al acercarme al escritor,  fue para solicitarle una visita a su domicilio particular, dado que a futuro muy próximo tendría un viaje a la capital de la república, mismo que aprovecharía para pasar a saludarlo y dialogar como era mi deseo. Don José Emilio como todo un caballero accedió con gusto a mi petición y me dio todos sus datos para poder buscarlo en mi paso que hiciera por aquella ciudad. Al poco tiempo de aquel encuentro, y dado que  de forma personal,  me había propuesto empezar a visitar a los grandes escritores mexicanos en la ciudad de México. Dado que para mí  fue un tiempo en que con la inexperiencia de  juventud y con la frescura propia de la edad, el entusiasmo del aprendiz de escritor o literato, hizo que me diera a la tarea de buscar, conocer y dialogar con ellos. Así puede ver y compartir pláticas con Emmanuel Carballo, con José Luis Martínez, Con Antonio Alatorre, Con Ricardo Guerra,  con Andrés Henestroza, Con Gabriel Careaga y con otros muchos. Podría decir que en esos días, yo vivía una fiebre y una audacia de andar buscando a esos señorones de la cultura. Mi propio “provincialismo” como dijeran los chilangos, me hizo que sin temor a equivocarme los buscará y les arrancara consejos y palmadas para seguir con mi juego  de literato en ciernes. En una de tantas visitas que hicie a la “Ciudad de los Palacios” como se le llegara a designar a nuestra capital patria, me di a la tarea de buscar a Don José Emilio Pacheco en su casa de la colonia Condesa.  Unos días antes de mi acto de ir a su domicilio, por extrañas circunstancias nunca aclaradas, habían baleado las paredes su casa habitación. Había sido eco en los medios informativos de la televisión y la prensa este peligroso acto que buscaba quizás intimidar al maestro Pacheco.  Yo jovenazo entusiasta  no di mayor importancia a ese acto, y  me di a la tarea de dar con el paradero de la casa, recuerdo que aún tenían las huellas  de los hoyos en las paredes, de balas de grueso calibre. Cuando llegué toqué a la puerta de su casa, y de pronto abrió la ventana del postigo, una joven, era  Laura Emilia Pacheco hija del laureado escritor. 

Cuando pregunté por su padre, me contestó que no se encontraba, siempre permaneciendo ella dentro de la casa y yo en la banqueta sin que abriera la puerta. Entonces le comenté que venía desde Jalisco, de una ciudad pequeña –Ciudad Guzmán-, para buscar al insigne escritor, ella me miró con un cierto interés, y yo le pregunté otras cosas con la misma actitud, estábamos platicando, cuando de pronto de una forma abrupta e intempestiva irrumpe en la plática que tengo con Laura Emilia, se trataba de Cristina Pacheco esposa del escritor con desconfianza patente de una manera casi majadera –como si fuera ella una mujer de esas de barrios bajos- , me preguntó con cierta alarma, qué se me ofrecía. Ya le expliqué, que buscaba al maestro.
Ella sin detenerse cerró el postigo, y yo despidiéndome casi corrido por ser  simplemente un inesperado y desconocido visitante.  A los pocos años de haber sucedido este hecho, lo platiqué con varios colegas del medio literario uno de ellos Alfredo Cortés Sánchez y otro que era un admirador de la obra de José Emilio, como es el maestro Víctor Manuel Pazarín, sobre mi malograda entrevista  en el Distrito Federal con Pacheco, y me dijo: “Héctor no es para menos, ellos acaban de sufrir una intimidación al ser  baleada su casa”.  La familia  aún estaba escamada. Esa fue mi único intento y búsqueda para conocer al escritor de las Batallas en el desierto.  Ahora que hemos recibido la lamentable noticia de su sensible desaparición física de este poeta, traductor y narrador que supo llevar la pluma a vuelos insospechados, a mí no me queda más que esperar a que el tiempo nos haga  volver a posibilitar ese encuentro que no se dio aquí, sino que se pueda dar en la otra dimensión donde él ya goza y “vive”. Que descanse en Paz el maestro don José Emilio Pacheco.



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