Héctor
Alfonso Rodríguez Aguilar
In memoriam del maestro Pacheco, q. e. p. d.
Conocí a don
José Emilio Pacheco por marzo o abril de 1992, en ocasión que estuvo para impartir una disertación sobre el
escritor Miguel Ángel Flores en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara.
Lo recuerdo hablando con el texto de apoyo en mano, y en ciertos momentos su
participación se volvía elocuente. Una
vez concluido el evento, y ya en los
pasillos del vestíbulo de aquel recinto, me encontré y tuve la fortuna de
saludar y platicar por un breve momento con tan distinguido personaje. Mi
intención al acercarme al escritor, fue
para solicitarle una visita a su domicilio particular, dado que a futuro muy
próximo tendría un viaje a la capital de la república, mismo que aprovecharía para
pasar a saludarlo y dialogar como era mi deseo. Don José Emilio como todo un
caballero accedió con gusto a mi petición y me dio todos sus datos para poder
buscarlo en mi paso que hiciera por aquella ciudad. Al poco tiempo de aquel
encuentro, y dado que de forma personal,
me había propuesto empezar a visitar a
los grandes escritores mexicanos en la ciudad de México. Dado que para mí fue un tiempo en que con la inexperiencia de juventud y con la frescura propia de la edad,
el entusiasmo del aprendiz de escritor o literato, hizo que me diera a la tarea
de buscar, conocer y dialogar con ellos. Así puede ver y compartir pláticas con
Emmanuel Carballo, con José Luis Martínez, Con Antonio Alatorre, Con Ricardo
Guerra, con Andrés Henestroza, Con
Gabriel Careaga y con otros muchos. Podría decir que en esos días, yo vivía una
fiebre y una audacia de andar buscando a esos señorones de la cultura. Mi
propio “provincialismo” como dijeran los chilangos, me hizo que sin temor a
equivocarme los buscará y les arrancara consejos y palmadas para seguir con mi
juego de literato en ciernes. En una de
tantas visitas que hicie a la “Ciudad de los Palacios” como se le llegara a
designar a nuestra capital patria, me di a la tarea de buscar a Don José Emilio
Pacheco en su casa de la colonia Condesa.
Unos días antes de mi acto de ir a su domicilio, por extrañas circunstancias
nunca aclaradas, habían baleado las paredes su casa habitación. Había sido eco
en los medios informativos de la televisión y la prensa este peligroso acto que
buscaba quizás intimidar al maestro Pacheco.
Yo jovenazo entusiasta no di
mayor importancia a ese acto, y me di a
la tarea de dar con el paradero de la casa, recuerdo que aún tenían las
huellas de los hoyos en las paredes, de
balas de grueso calibre. Cuando llegué toqué a la puerta de su casa, y de
pronto abrió la ventana del postigo, una joven, era Laura Emilia Pacheco hija del laureado
escritor.
Cuando
pregunté por su padre, me contestó que no se encontraba, siempre permaneciendo
ella dentro de la casa y yo en la banqueta sin que abriera la puerta. Entonces
le comenté que venía desde Jalisco, de una ciudad pequeña –Ciudad Guzmán-, para
buscar al insigne escritor, ella me miró con un cierto interés, y yo le pregunté
otras cosas con la misma actitud, estábamos platicando, cuando de pronto de una
forma abrupta e intempestiva irrumpe en la plática que tengo con Laura Emilia,
se trataba de Cristina Pacheco esposa del escritor con desconfianza patente de
una manera casi majadera –como si fuera ella una mujer de esas de barrios
bajos- , me preguntó con cierta alarma, qué se me ofrecía. Ya le expliqué, que
buscaba al maestro.
Ella sin
detenerse cerró el postigo, y yo despidiéndome casi corrido por ser simplemente un inesperado y desconocido
visitante. A los pocos años de haber
sucedido este hecho, lo platiqué con varios colegas del medio literario uno de
ellos Alfredo Cortés Sánchez y otro que era un admirador de la obra de José
Emilio, como es el maestro Víctor Manuel Pazarín, sobre mi malograda entrevista
en el Distrito Federal con Pacheco, y me
dijo: “Héctor no es para menos, ellos acaban de sufrir una intimidación al
ser baleada su casa”. La familia aún estaba escamada. Esa fue mi único intento
y búsqueda para conocer al escritor de las Batallas en el desierto. Ahora que hemos recibido la lamentable
noticia de su sensible desaparición física de este poeta, traductor y narrador
que supo llevar la pluma a vuelos insospechados, a mí no me queda más que
esperar a que el tiempo nos haga volver
a posibilitar ese encuentro que no se dio aquí, sino que se pueda dar en la
otra dimensión donde él ya goza y “vive”. Que descanse en Paz el maestro don
José Emilio Pacheco.
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