martes, 4 de febrero de 2014

Don Juan, el cronista

José Luis Vivar

Realizar un artículo del cronista Juan S. Vizcaíno nunca podrá ser tarea fácil, no sólo por lo abundante de su obra, sino por los diversos matices que desarrolló a lo largo de su vida. Si alguien quiere saber quién era don Juan, mejor debería plantearse: qué no hizo don Juan.


           
Su mayor legado fue darle a esta ciudad, Zapotlán el Grande como a él le gustaba llamarla, un Archivo Histórico, un recinto en donde pudiera contenerse la documentación de pasado que se perdía en el tiempo, y del cual no existían más que unas cuantas referencias.
           
Labor titánica la que emprendió -refería en una plática que sostuvimos un día, hace ya algunos años-, solo contra el mundo para rescatar actas, minutas, cartas, expedientes, y un largo etcétera., no sólo en Ciudad Guzmán, sino en pueblos, rancherías, templos y con particulares que guardaban en algún ropero documentos que al parecer a nadie importaban.    
            Clasificar, enumerar, resumir, y sobre todo leer cada uno de esos documentos le tomó tiempo y le causó severos daños a su cuerpo. En una ocasión me mostró uno de sus antebrazos donde estaban las secuelas de esos agresivos hongos y bacterias que aparecen en el papel envejecido. Su manipulación requiere de un cuidado exhaustivo que comprende ropa profiláctica, guantes, lentes y gorro. ¿Y dónde iba yo a sacer todo eso?, me dijo riéndose cuando se lo comenté.

            Aun a costa de su salud, durante noches enteras, leyó, contrastó, transcribió, y escribió acerca del pasado; un pasado que sin duda viste de gloria a Zapotlán. El prurito que invadió su cuerpo no fue excusa para que tirara la toalla. No señor, él tenía un compromiso con la sociedad, y con la Presidente María Elena Larios González(1979-1981), quien lo eligió para desempeñarse y ser hasta el último de sus días: Cronista.
            Lo que poco se comenta es que a la llegada de don Juan a la Presidencia Municipal, eran las condiciones miserables en que se encontraba el “archivo”. En un cuarto oscuro había cajas de cartón carcomidas por las ratas, suciedad extrema, charcos de lodo y otras inmundicias que a más uno hubieran hecho desistir de entrar en ese lugar.
           
Pero el carácter indómito y la tenacidad de don Juan lograron transformar ese muladar por una habitación más amplia y sobre todo limpia. Dicho trabajo como se ha señalado líneas arriba no fue fácil, hubo de emprender batallas con personas oscuros, burócratas de medio pelo y envidiosos, muchos envidiosos según contaba, que en más de una ocasión quisieron meterle zancadilla para que desistiera de su tarea y dejara todo como estaba.

            Sin embargo, don Juan salió airoso.

            Para principios de la década de los noventa, año en que lo conocí, el Archivo Histórico de Zapotlán el Grande era una realidad. Gente del pueblo, estudiantes, investigadores y desde luego curiosos, podían llegar a ese sitio, altos de la Presidencia Municipal para consultar algún documento en particular.

            No quisiera pasar por alto su labor como conferencista, sobre todo en la Casa de la Cultura, en otros foros del sur del estado, o en la perla tapatía. Asistir a una de esas pláticas, aparte de aprender, era verlo debatir con los presentes; en ocasiones a voz en cuello, poniendo a su lugar a quien lo interpelara, o se atreviera a señalar que sus datos estaban equivocados.

            Todo eso y más fue don Juan.


            Y ahora que ha partido, vamos a extrañar sus carcajadas, o sus anécdotas muy privadas que nos hacían doblar de la risa. O también verlo manejar en su Volkwagen por las calles céntricas, como lo hizo durante mucho tiempo. Creo que así como quiero seguir pensando que va a seguir, y que en cualquier momento me lo voy a encontrar, y tal vez me salude, o tal vez se siga de largo, porque lleva prisa y quiere llegar a su Archivo Histórico para sumergirse en las páginas de esta ciudad que hoy lo llora y lo extraña. 

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