José Luis Vivar
Realizar un artículo del cronista Juan
S. Vizcaíno nunca podrá ser tarea fácil, no sólo por lo abundante de su obra,
sino por los diversos matices que desarrolló a lo largo de su vida. Si alguien
quiere saber quién era don Juan, mejor debería plantearse: qué no hizo don
Juan.
Su mayor legado fue darle a esta ciudad,
Zapotlán el Grande como a él le gustaba llamarla, un Archivo Histórico, un
recinto en donde pudiera contenerse la documentación de pasado que se perdía en
el tiempo, y del cual no existían más que unas cuantas referencias.
Labor titánica la que emprendió -refería
en una plática que sostuvimos un día, hace ya algunos años-, solo contra el
mundo para rescatar actas, minutas, cartas, expedientes, y un largo etcétera.,
no sólo en Ciudad Guzmán, sino en pueblos, rancherías, templos y con
particulares que guardaban en algún ropero documentos que al parecer a nadie
importaban.
Clasificar,
enumerar, resumir, y sobre todo leer cada uno de esos documentos le tomó tiempo
y le causó severos daños a su cuerpo. En una ocasión me mostró uno de sus
antebrazos donde estaban las secuelas de esos agresivos hongos y bacterias que
aparecen en el papel envejecido. Su manipulación requiere de un cuidado
exhaustivo que comprende ropa profiláctica, guantes, lentes y gorro. ¿Y dónde
iba yo a sacer todo eso?, me dijo riéndose cuando se lo comenté.
Aun
a costa de su salud, durante noches enteras, leyó, contrastó, transcribió, y
escribió acerca del pasado; un pasado que sin duda viste de gloria a Zapotlán.
El prurito que invadió su cuerpo no fue excusa para que tirara la toalla. No
señor, él tenía un compromiso con la sociedad, y con la Presidente María Elena
Larios González(1979-1981), quien lo eligió para desempeñarse y ser hasta el
último de sus días: Cronista.
Lo
que poco se comenta es que a la llegada de don Juan a la Presidencia Municipal,
eran las condiciones miserables en que se encontraba el “archivo”. En un cuarto
oscuro había cajas de cartón carcomidas por las ratas, suciedad extrema,
charcos de lodo y otras inmundicias que a más uno hubieran hecho desistir de
entrar en ese lugar.
Pero el carácter indómito y la tenacidad
de don Juan lograron transformar ese muladar por una habitación más amplia y
sobre todo limpia. Dicho trabajo como se ha señalado líneas arriba no fue
fácil, hubo de emprender batallas con personas oscuros, burócratas de medio
pelo y envidiosos, muchos envidiosos según contaba, que en más de una ocasión
quisieron meterle zancadilla para que desistiera de su tarea y dejara todo como
estaba.
Sin
embargo, don Juan salió airoso.
Para
principios de la década de los noventa, año en que lo conocí, el Archivo
Histórico de Zapotlán el Grande era una realidad. Gente del pueblo,
estudiantes, investigadores y desde luego curiosos, podían llegar a ese sitio,
altos de la Presidencia Municipal para consultar algún documento en particular.
No
quisiera pasar por alto su labor como conferencista, sobre todo en la Casa de
la Cultura, en otros foros del sur del estado, o en la perla tapatía. Asistir a
una de esas pláticas, aparte de aprender, era verlo debatir con los presentes;
en ocasiones a voz en cuello, poniendo a su lugar a quien lo interpelara, o se
atreviera a señalar que sus datos estaban equivocados.
Todo
eso y más fue don Juan.
Y
ahora que ha partido, vamos a extrañar sus carcajadas, o sus anécdotas muy
privadas que nos hacían doblar de la risa. O también verlo manejar en su
Volkwagen por las calles céntricas, como lo hizo durante mucho tiempo. Creo que
así como quiero seguir pensando que va a seguir, y que en cualquier momento me
lo voy a encontrar, y tal vez me salude, o tal vez se siga de largo, porque
lleva prisa y quiere llegar a su Archivo Histórico para sumergirse en las
páginas de esta ciudad que hoy lo llora y lo extraña.
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