Rafael
Nolasco Ramírez
En
el coloquio que se ha celebrado en días pasados sobre el escritor y diplomático zapotlense
Guillermo Jiménez, se han llevado a cabo varios eventos entorno a la figura de
este escritor. El pasado jueves 12 de marzo, se presentó en Casa de la Cultura
de esta ciudad, un pequeño libro sobre la vida y obra de Jiménez escrito por
Héctor Alfonso Rodríguez. Este libro es de alguna manera, hijo de una
investigación hecha por Héctor en 1994-1995 que fue publicada en el 2010.
Las
preguntas que muchos de nosotros nos podemos
estar cuestionando en torno a esta publicación es ¿para qué un libro más de
Héctor sobre Guillermo Jiménez?, ¿qué sentido tiene hablar de un zapotlense
olvidado?, ¿es sólo por el mero hecho de sacarlo de la oscuridad o para
reafirmar esa famosa frase de Zapotlán cuna de grandes artistas? Además ¿quién
fue Guillermo Jiménez?, si hasta en google aparecen tres o cuatro páginas web
relacionadas con él.
Uno teclea Guillermo y lo primero que aparece es Guillermo del Toro o Guillermo Ochoa, agregamos Jiménez y aparecen otros pero ninguno relacionado con nuestro personaje. Hay que ponerle Zapotlán para depurar nuestra búsqueda y aparecen unas cuantas páginas relacionadas con él pero, no hay mucha información. Para qué entonces, en la época cibernética, escribir otro libro sobre Guillermo Jiménez si no figura en la web.
Uno teclea Guillermo y lo primero que aparece es Guillermo del Toro o Guillermo Ochoa, agregamos Jiménez y aparecen otros pero ninguno relacionado con nuestro personaje. Hay que ponerle Zapotlán para depurar nuestra búsqueda y aparecen unas cuantas páginas relacionadas con él pero, no hay mucha información. Para qué entonces, en la época cibernética, escribir otro libro sobre Guillermo Jiménez si no figura en la web.
Pues
bien yo voy a apuntar una justificación sobre esta publicación y sobre la
invitación que de alguna manera hace el sacar a la luz una investigación, o el
extracto de una investigación de este tipo, a todos los interesados en conocer
el sentido cultural de un pueblo.
Todos,
esto es en general, todos pensamos, actuamos, vivimos, creamos e imaginamos
desde el mundo, desde donde estamos instalados a realizar nuestra vida, desde
nuestra cultura. La vida de cada uno por tanto se refleja en nuestras acciones
de alguna u otra manera. A medida que uno va viviendo, vamos definiendo el
rumbo de nuestra vida pero la vida misma nos va definiendo a nosotros. La vida
que vamos viviendo, entonces no sólo es configuradora de nuestra personalidad,
sino que en este configurar-nos, va expresando su sentido en nuestra propia
corporalidad. Por eso cuando alguien ha vivido una vida difícil se expresa en
su corporalidad.
La
vida personal por tanto es expresión, se va expresando en cada acto. En este
sentido a vida es palabra en sí
misma, es expresión y expresa la vivencia.
Ojo, vida y vivencia no son lo mismo, todos tenemos vida pero no todos tenemos
las mismas vivencias, es decir, no tenemos el mismo sentido de vida. Cada uno
de nosotros expresamos nuestra vida en nuestros actos, pero un escritor la
expresa también en un papel. El que se acerca a la obra de Jiménez se encuentra
con la expresión de la vida de un hombre que ama entrañablemente a Zapotlán, su
pueblo. Entonces qué vida expresa Jiménez, la vida de un pueblo. Por ello de
alguna manera es necesario investigar sobre él, puesto que plasmó la expresión
cultural de una época.
El
lenguaje es el vestido transparente de la vida, del pensamiento, es el vestido
por el que se transluce la vivencia. La vida es expresión y las palabras
expresan la vida, expresan una
historia. El lenguaje está instalado en
la historia, en el mundo, con un sentido particular, con un sentido propio de
la época. Las cosas no tienen un significado en sí mismas, pues significan algo
distinto según el proyecto y según el momento histórico por el que fueron hechas. El sentido de las cosas no sólo está fundado
en la realidad de las cosas, sino
también en la relación que tienen con la propia vida del hombre. La obra de
arte, en esta línea, no sólo es mera representación, imitación o incluso desrealización de la realidad, sino que es la presentación de un sentido, de un
proyecto referido a la vida. Si una
cosa “no tiene sentido”, es que no está referida a la vida. Martin Heidegger, filósofo alemán dice que el
“sentido es el horizonte del proyecto estructurado por el haber-previo, la
manera previa de ver y la manera de entender previa, horizonte desde el cual
algo se hace comprensible en cuanto algo”[1].
El sentido no tiene un modo independiente del modo como nos relacionamos o nos
comportamos. El sentido es el horizonte desde el que comprendemos la vida
vivida. Por esto, y en referencia a lo que nos toca aquí, el sentido de una obra de arte implica
siempre interpretar la realidad, la
vida, aunque en su interpretación, lo repito, desproporcionen y desrealicen la
realidad. Por ello es interpretación.
Los
textos de Jiménez, su expresión lingüística, son el receptáculo de la experiencia
de un pueblo, el sedimento de su pensar. Son las expresiones y el modo de vida
del pueblo de Zapotlán en la primera
mitad del siglo XX. Las obras de Guillermo tienen palabras marcadas por las huellas del espíritu colectivo de los
zapotlenses. Por eso, la obra de Jiménez, como la de cualquier otro, es la actualización de una historia, es hacer
presente a los lectores un pasado. Por ello, el desarrollo de la comprensión de
un texto, no sólo revela el pasado en tanto que pasó, sino el pasado como algo
que tiene sentido para el hombre de hoy. Las tradiciones viven en el fondo del
presente sustentándolo, constituyéndolo, fundándolo.
La
tradición es una transmisión, en sentido estricto es entrega de un modo, no sólo de ver la realidad, sino también de estar
en ella. Por ello lo transmitido interpela nuestro presente y abre las
interrogantes sobre los modos como construimos y desarrollamos la vida. El
pasado y el presente en esa interpelación que surge, se funden y en este
proceso de fusión nacen nuevos horizontes, nuevas perspectivas, nuevas
interrogantes, nuevas interpretaciones… La interpretación es apertura dia-logante, si el intérprete no dialoga
abiertamente con el pasado y se deja interpelar por él, sino dialoga con el
contexto histórico y sus variables, y con su presente, caerá irremediablemente
en una interpretación mono-logante,
es decir, una interpretación dónde su visión prejuiciosa se impondrá sobre lo
que intenta interpretar. El diálogo es vinculante,
es la apertura al otro, a lo que el otro me pueda decir e interpelar en mi
propia vivencia. Por ello la interpretación es un esfuerzo por salir de sí
mismo hacia el otro, esperando comprender y comunicar más.
¿Qué
se genera con un coloquio en honor a Guillermo y con la publicación de esta
investigación de Héctor sobre Jiménez?
Precisamente la apertura al dialogo con él, con su época, su circunstancia, con
su formación y sus influencias primeras, con el inicio de un camino literario.
Recibir un modo de estar y de ver la realidad de Zapotlán y la de él para
trazar líneas de comprensión con un pasado común
y nuestro presente. Se genera también la visión del proceso germinal de un
estilo literario que ha tenido influencias en muchos personajes de Zapotlán.
Con la publicación de este libro y con este evento se extiende la invitación a
seguir la investigación, para entablar una relación con nuestro pasado y
nuestro presente, para interrogarnos sobre nuestros modos de estar en la
realidad. Por ello, creo que tiene importancia un evento de este tipo, porque
marca los primeros pasos de una marcha inquirente con nuestra realidad.
[1]
Martin Heidegger, Ser y tiempo, Editorial
Trotta, Madrid, 2006, p. 175p
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