Ricardo Sigala
El viernes se cumplieron 20 años de la muerte de Juan Carlos
Onetti. Han pasado dos décadas y, a diferencia de lo que sucede con otras
personas, con otros autores que comenzamos a olvidarlos de la manera más
natural y necesaria, a Onetti cada día sus lectores lo echamos de menso con más
intensidad. Un maestro de la novela contemporánea, Juntacadáveres y El astillero hubieran bastado para
ponerlo en un nicho en el cual rendirle tributo entre las divinidades seculares
de las letras. Sin embargo no le bastó, además quiso heredarnos varias
excelentes novelas cortas: Los adioses,
La vida breve, por citar sólo un par.
Y qué decir de sus memorables cuentos, ¿quién puede leer “El infierno tan
temido” y vivir para olvidarlo?
Juan
Carlos Onetti fue de esos padres del Boom, que el Boom recuperó para bien de
los lectores y de los escritores que aprendieron tanto de él. Llamó la atención
entonces su extravagancia que consistía en no ser extravagante en el sentido en
que lo eran los autores del Boom. Me explico, en sus obras no hay realismo
mágico, no ni rasgos de barroquismo, no encontramos sagas familiares, ni
derroches técnicos ni experimentos narrativos, es decir no se parecía a García
Márquez ni a Cortázar ni a Vargas Llosa.
Siempre se dejó leer con sorpresa, sus libros contienen el misterio de las
grandes obras, hay algo que no siempre sabemos explicar ni entender que nos
hace sentirnos ante algo sagrado (que en el mundo de la literatura se traduce
como el milagro del hecho estético). Onetti alcanzó la hechura de obras de
altura universal, de una profundidad pocas veces lograda.
Onetti nunca fue un gran vendedor de libros, pero es de
esos autores que siguen publicándose y aun cuando en ciertos momentos se
complica encontrar ciertos títulos es un autor permanente. En Especial es un
autor que retoman otros escritores. Rodrigo Fresán lo rescata de entre los
olvidados del Boom en una conferencia en la Casa de América en España. El nuevo
libro de Juan Villoro, Balón dividido,
inicia evocando la figura de Juan Carlos Onetti ganándose la vida como boletero
del estadio Nacional de Uruguay. Carlos Fuentes, que era un gentleman, dejó con
frecuencia sus buenos modales para acercase un poco a este hombre con
apariencia de estibador que rendía tributo a la pereza, al alcohol y a los
burdeles. Vargas Llosa escribió El viaje
a la ficción, un excepcional libro sobre la obra de Onetti, en parte por la
admiración que por él sentía y en parte porque nunca se perdonó haber ganado el
Premio Rómulo Gallegos en 1967, y que Onetti quedara en segunda lugar. Vicent
Verdú dejó plantada a “una excelente
muchacha dispuesta por fin a cometer adulterio tras años y medio de cortejo y
en la que había empeñado una ilusión,” para hacerle una entrevista al esquivo y
escurridizo uruguayo. La viuda de Onetti
asegura que el mismo Coetzee, quizás el mejor escritor vivo en el mundo, la ha
buscado para pedirle ejemplares de su marido.
Con los
que lo defraudaban era implacable, a Julio Cortázar no le perdonó que tratara
mal al peruano José María Arguedas, ni a Camilo José Cela sus diferencias con
Antonio Muñoz Molina, de quien fue ferviente admirador y quien prologó sus Cuentos completos en Alfaguara. Tenía un
claro resentimiento contra su país, pues mientras en 1972 lo habían considerado
el mejor narrador uruguayo de los últimos cincuenta años, en 1974 fue
encarcelado por integrar un jurado en un concurso literario y terminó internado
en un hospital psiquiátrico. En contraparte en 1980 fue galardonado con el
Premio Cervantes, premio que lo ubicó en la cumbre de la literatura escrita en
español.
Una foto
de Onetti en el hospital es su imagen más recurrente. Lo vemos en ropa
interior, hoy sabemos que cerca de la muerte, pero con una mirada que nos dejó
para la posteridad como pensando desde su mundo desgarbado, dejándonos la
certeza de que cuando leamos o releamos
sus libros nos costará trabajo imaginar que alguien con ese aspecto, un tipo
tan soso, feo y mal vestido pudiera escribir con tanta perfección y tanta
profundidad. Por eso hoy recuerdo a Juan Carlos Onetti, a veinte años de su
partida.
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