Julio C. Espirítu
La primera vez que busqué en la Web a Juan Carlos Onetti,
me pregunté cómo un hombre tan singular podía en una entrevista dirigida a un
auditorio español, ser evidenciado como un tímido e inseguro ser humano. Onetti
era un hombre un tanto oscuro que incluso dudaba de su propia estabilidad ante
el monstruo mediático que es la televisión, y es que a pesar de que para muchos
la personalidad de Onetti pueda parecer excéntrica y digna para los grandes y
complejos dramas, la realidad es que su fuerza como gran narrador de la segunda
mitad del siglo XX, radica en encontrar un poco de intimidad y calma, para
desde una cómoda cama por ejemplo, escribir horas enteras sobre la confusa
realidad de lo cotidiano.
Juan Carlos Onetti Borges nace en Montevideo en
1909. A los trece años abandona los estudios secundarios a causa de una huelga
y poco después comienza a trabajar desempeñando diversos cargos, como portero,
mozo, vigilante, y vendedor de entradas para el Estadio Centenario. En 1930 se
casa con su prima María Onetti de quien después de cuatro años se separa para
contraer matrimonio con Julieta Onetti, hermana de su primera mujer. En 1939
aparece su primera novela El pozo, la
cual un selecto grupo de amigos y jóvenes admiradores lograron obtener, décadas
después este acontecimiento sería visto como el comienzo de una transformación
profunda en la narrativa hispanoamericana.
La vida sentimental de Onetti siempre dio de
tumbos, hasta que en 1955 se casó por cuarta vez ahora con Dorotea Muhr, quien
le acompañó hasta sus días últimos. La relación que tenía Onetti con las
mujeres era similar a la que tenía con su literatura, en entrevista con Joaquín
Soler, Onetti declara cómo su estilo y modo de trabajo a la hora de escribir
son desordenados, impredecibles, incluso él se define como un hombre perezoso,
y cuenta una anécdota sobre una discusión que tuvo con Mario Vargas Llosa, ya
que ambos diferían sobre la disciplina que tiene que tener el escritor. “Me
acuerdo que fue en San Francisco… finalmente, sin que él se ofendiera, yo le
dije: mira Mario, lo que pasa que tú con la literatura tienes una relación
conyugal, tienes que cumplir de tal a tal… y para mi es una relación con una
amante, si yo tengo deseo de escribir, entonces escribo, locamente,
absurdamente… lo que sea”. Así de libre y compleja era la realidad de Onetti,
en sus obras como El astillero, La vida breve, etc., la confusión puede
reinar por los tratados narrativos y el acomodo de los personajes que nos
ofrece el escritor. Según Dorotea Muhr, para Onetti todos vivimos muchas vidas
breves, y es lo que Onetti reflejaba en su mundo literario, en donde hay muchas
vidas breves entrelazadas por la ficción.
En medio de su realidad poco convencional, la
imaginación funcionó para Onetti como un instrumento que armonizó la
inestabilidad de lo cotidiano, es decir, los temas como el existencialismo, la
marginalidad y el desencanto son sublimados y convertidos en arte dentro de sus
novelas. Onetti fue considerado en 1972 como el mejor narrador uruguayo en una
encuesta realizada por el semanario Marcha, y en 1980 recibió el Premio
Cervantes. Credenciales notables para un tímido hombre que sólo sabía dar de
tumbos entre apasionadas féminas y la literatura. Con Soler en la televisión
española, Onetti declara estar muy cómodo en España, país donde estuvo 19 años
de su vida, los cinco finales completamente retirado en su cama sin salir, y
atendido por Dorotea Muhr. Su legado se comunica con cualquier lector curioso
que googleé su nombre, seguro que más de alguno quedará asombrado con los
misterios que rodean la figura de Onetti, un escritor previo al Boom Latinoamericano,
un escritor que renovó la narrativa hispanoamericana.
Juan Carlos Onetti murió el 30 de mayo de 1994.
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