(Primera parte)
Ricardo Sigala
“Juan Gabriel Vásquez está reinventando
la literatura sudamericana del siglo XXI”
la literatura sudamericana del siglo XXI”
Jonathan Franzen
Juan Gabriel Vásquez nació a 2,600 metros sobre el nivel del
mar, en Bogotá, en el seno de una familia de abogados y lectores, tan abogados
que él mismo continuaría la tradición familiar y estudiaría Derecho en su
ciudad, tan lectores que recuerda ¨haber crecido en un ambiente donde leer
novelas era simplemente un placer¨. Si bien hizo estudios de Derecho y nunca
ejerció, su formación asomará con frecuencia en su obra literaria, por ejemplo: el protagonista de su
novela El ruido de
las cosas al caer se graduó con una tesis sobre la ¨locura como eximente de
responsabilidad penal en Hamlet ¨y se le propone, al final de la novela, dirigir otra sobre ¨la venganza como
prototipo legal en la Iliada¨. No hay memoria de un momento que indique el inicio de la
pasión por leer y escribir, pareciera que siempre estuvieron ahí. A los ocho
años publicó su primer cuento en un anuario del colegio, a los nueve su padre
le encomendó traducir una biografía de Pelé -era 1982 el año del mundial de
España-.
Ya en la
universidad decidió no que quería ser escritor, sino que debía aceptar que
siempre lo había sido, entonces, mientras escribía un libro de cuentos que
nunca llegó a publicar, había comprendido que escribir era una forma especial
de estar en el mundo. Eran años de aprendizaje.
Era la época de sus dos primeras novelas, por cierto confinadas por el
propio autor a su índex de libros prohibidos, sus novelas ¨no oficiales¨: Persona y Alina
suplicante. La primera, dice, peca de excesos de forma y contenido, aunque
Moreno Durán la vio con buenos ojos; la segunda intenta el tema del incesto de
unos hermanos de la clase alta colombiana, una novela fallida en su afán de
aplicar la teoría de la punta de iceberg. Ambas, repito, pertenecen a su
prehistoria de escritor, ambas desterradas de las solapas de sus libros y sin
autorización para reeditarse. Es probable que Juan Gabriel Vásquez piense en
ellas cuando repite tan generosamente la anécdota del alumno de Samuel Johnson quien le dice : "Querido
amigo, su novela es muy buena y muy original, pero la parte que es buena no es
original y la parte original no es buena".
Vásquez tenía
23 años, se empacó las obras completas de William Faulkner y se fue a París, a
recuperar cada uno de los espacios de los mitos literarios del siglo XX, fue a
seguir los pasos de Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Gertrude Stein,
James Joyce. Se dio a la tarea de verificar si París era en verdad una fiesta,
si tiene un límite o no se acaba nunca, si ahí sería muy pobre y muy feliz o,
en su defecto muy pobre y muy infeliz. Ahí terminó su doctorado en letras en La
Sorbona. Ahí había seguido el consejo de Vargas Llosa, un escritor debía
dedicarse exclusivamente a la escritura.
Al mismo tiempo
estaba siguiendo, quizás sin darse cuenta, el patrón de una figura que después
sería tan importante en su vida y su obra. Me refiero al polaco que se
convertiría en uno de los más grandes exponentes de la literatura inglesa:
Joseph Conrad, quien había determinado en su temprana adolescencia de suicida
frustrado ser marino sin haber visto nunca el mar, y 20 años más tarde había
tomado la trascendente decisión de ser escritor inglés. Juan Gabriel Vásquez
había pues dejado el mundo de las leyes para convertirse en un hombre de
letras, había movido su brújula del
ecuador hacia el norte, había descendido de los 2600 metros de Bogotá a los 30
de París y más tarde a los 300 de la Aderna belga en donde escribiría su primer libro
importante: Los amantes de todos los santos. Un libro
problemático pero de iniciación. Alguien dijo que se trataba de ¨el libro
europeo de un escritor colombiano¨ (José Andrés Rojo). Sus historias suceden en
Bélgica y en Francia, no en Latinoamérica, esa suma de rupturas, de vínculos
prohibidos, de obsesiones, esa presencia constante de la soledad no cumplía con
las expectativas que el lector europeo tenía de un escritor de este lado del
océano; además era una colección de cuentos, ese género que si bien tantas
glorias ha dado a nuestra literatura ha sido muy maltratado por las políticas
del mercado actual. Al optar por no escribir sobre Colombia, Vásquez estaba
acercándose a su creación desde lo otro, y le daría la pauta para la
realización de sus grandes novelas, en las que descubre que sólo se puede
escribir desde lo se que se desconoce por más cercano que lo desconocido sea.
La trilogía
constituida por Los informantes (2004), Historia
Secreta de Costaguana (2007) y El
ruido de las cosas al caer (2011) representa una mirada aguda e indagatoria sobre la
historia de Colombia, desde el siglo XIX que termina con la pérdida del
territorio que hoy es Panamá y la migración alemana durante la segunda guerra
mundial, hasta el narcoterrorismo de finales del siglo XX. La novela parte de
la necesidad del autor de explicarse a sí mismo en el intento de entender su
origen y su contexto. Ante el caos de la historia, de la realidad, la obra de
ficción aspira a establecer un orden que si bien no conforta, por lo menos, ha
declarado el autor: ayuda ¨a lidiar en buenos términos con la tragedia,
la desgracia o la simple ansiedad¨.
Con Los
informantes, Vásquez comienza a sorprender a los lectores y a la crítica,
primero por ese afán de escribir sobre lo que se desconoce, en este caso las
migraciones de alemanes a Colombia durante la Segunda Guerra Mundial, un tema
del que casi no se hablaba: las listas negras y los campos de concentración a
los que fueron sometidos ciudadanos de los países del Eje, en particular alemanes
acusados de nazifilia. La novela se construye de manera por demás interesante.
Gabriel Santoro publica un libro producto de sus conversaciones con Sara Gutermann, bajo el título Una
vida en el exilio, el padre del autor publica una crítica feroz que lo lleva a
continuar su investigación hasta generar un nuevo libro: Los
informantes. Entonces se crea una ilusión quijotesca, estamos leyendo
un libro que los propios personajes han
leído e incluso discuten, como una
puesta en abismo, una caja china, leemos la novela Los
informantes de Juan Gabriel Vásquez, que incluye una novela titulada Los
informantes de Gabriel Santoro, que a su vez contiene otra llamada Una
vida en el exilio del mismo Santoro. Un elegante e ingenioso juego de espejos.
Esta estructura
auguraba la próxima novela de Juan Gabriel Vásquez. En 2003 había recibido el
encargó de escribir una breve biografía de Joseph Conrad, un año más tarde
estaría terminada y publicada, pero en el proceso de investigación había
identificado claramente una novela, una novela que nadie había visto, o que por
lo menos a nadie se le había ocurrido escribir. Así que se embarcó con la
aventura de escribir Historia secreta de Costaguana. Costaguana es el
país imaginario en donde se desarrolla la más importante novela de Joseph
Conrad, Nostromo, lo que hace Vásquez es intentar conciliar la imaginación
literaria con la historia de su país anterior a la apertura del canal de Panamá
y la separación de ésta de Colombia en 1903. La novela, histórica y mítica a la
vez, desarrolla dos historias, la vida de Conrad y la de los Altamirano -padre
e hijo-, liberales activistas colombianos. El hijo, a la muerte de su padre
viaja a Londres y le cuenta la historia de este periodo histórico a Conrad,
quien la usurpa para escribir su más reconocida novela. En un celebre ensayo de
Borges se lee ¨El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor
modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro.¨ Me atrevo a decir que después de esta novela
los lectores no podremos leer de la misma forma a Conrad, y que esto es una muestra de lo que el propio
Vásquez ha dado en llamar “el arte de la distorsión”.
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