jueves, 17 de julio de 2014

La sangre de Cortázar (sueño)

Enrique Fajardo

Cortázar se encontraba en un apartamento que contenía pocas cosas interesantes, una puerta que estaba estancada por un armario, una ventana privilegiada que daba vista a la calle afrancesada, una silla y un escritorio, y en las paredes de la habitación, listones rojos que adornaban el lugar, haciéndolo parecer sangre infectada. Cortázar había estado rondando en esa habitación por horas y horas… tenía algo que decir, o más bien, escribir, pero algo le estorbaba en su garganta. Pensó que era el frenillo disléxico que siempre tuvo (aquel que le daba el tono de acento francés), lo que le estorbaba en la garganta, pero no era eso. Sentía una obstrucción y una picazón. Necesitaba decirle lo que él sabía de ella. Miró a todas partes para encontrar su máquina de escribir, pero sólo encontró un lápiz… debía entonces buscar el papel.


En la habitación, se escuchaba un palpitar, como de reloj, lo cual le resultaba tremendamente molesto a Cortázar. Trató de no darle importancia a eso y siguió buscando papel. Abrió entonces el armario que estancaba a la puerta y vio un montón de periódicos donde los encabezados tenían el nombre de Emanuel. Fue entonces que volvió a sentir esa obstrucción en su garganta y comenzó a vomitar encima de los periódicos un lagomorfo de color blanco, el cual al caer sobre los periódicos, sacudió sus orejas y seguidamente su cuerpo. Con el movimiento se dejaron caer unas letras sobre los ya mencionados periódicos y éstas formaron la palabra “culpa”. Cortázar cerró la puerta del armario.
Se dirigió a al escritorio, se sentó en la silla, se puso sus grandes lentes, puso el lápiz en su mano y se dispuso a escribir, no sin antes mirar por la ventana y observar la lejana París.
“Querida Carol…


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