Ricardo Sigala
Los recientes ataques de Israel a Palestina han mostrado una vez más de lo que es capaz la estupidez humana, han exhibido el poco valor que tiene la vida para quienes ostentan el poder y que la posibilidad de diálogo, acuerdo y entendimiento es dejada de lado frente al ejercicio de la fuerza y la violencia.
Los medios de comunicación y en
especial las redes sociales se han apropiado del conflicto para tomar parte de
uno u otro bando. Los más numerosos e indignados denuncian las atrocidades que
vive la población civil palestina, la barbarie de la que son víctimas ciudadanos
inocentes y hacen énfasis en las imágenes de niños mutilados que perturban las
conciencias de muchos. Por el otro lado están los que aprueban el derecho de
Israel a responder las agresiones de los activistas palestinos, y hacen uso del
argumentaciones de apariencia intelectual y se ostentan como pontífices del
pensamiento occidental.
Podríamos
decir que ambas posturas son respetables si no implicaran tanta violencia, tanto racismo y tanta mortandad.
“El gen del mal” como lo llamó el escritor Amos Oz en su libro Contra el fanatismo, escrito hace más de
10 años y que tan actual resulta en
nuestros días, las primeras páginas resultan elocuentes: »La actual crisis del
mundo… en Israel/ Palestina, no es consecuencia de los valores del islam. No se
debe a la mentalidad de los árabes como claman algunos racistas. En absoluto.
Se debe a la vieja lucha entre fanatismo y pragmatismo. Entre fanatismo y
pluralismo. Entre fanatismo y tolerancia. [...] »El fanatismo es más viejo que
el islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Más viejo que cualquier estado,
gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo del
mundo. Desgraciadamente, el fanatismo es un componente siempre presente en la
naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera.»
Si
atendemos a lo que dice el escritor Israelí, el problema se resiste a ser
solucionado por el apego dogmático a nuestras posiciones. Palestinos y pro
palestinos así como israelíes y pro israelíes, defienden sus posturas como si
se tratara de actos de fe y no como un problema que podría ser abordado por la
inteligencia. Ambas posturas en sus peores manifestaciones son abanderados de
una u otra forma del fanatismo.
Hace
unos días Etgar Keret, otro escritor
israelí, escribió que se sentía estúpido en medio de los discursos dominantes
en el conflicto en el que por fuerza un bando debe tener la razón y el otro
debe estar equivocado, y se sentía estúpido porque su apuesta es por la paz,
más que por darle la razón a uno u otro. Creo, con Etgar Keret, que el
conflicto no se solucionará con guerra, muerte y pérdida de territorio (eso ya
ha sucedido durante 65 años sin resultados),
ahora lo que se debe perder es prejuicios, dogmas, debemos ceder en
nuestra forma de ver el mundo. Desgraciadamente la gente está más dispuesta a
dar su vida y la de los suyos antes que a deshacerse de sus atavismos.
El
camino de la paz es posible y ya ha tenido diversas manifestaciones, en
especial en el mundo de la cultura. Tomo en préstamo el título de un libro de
Amos Oz para llamar esta postura: “La tercera condición”. El 10 de agosto del 2006, los escritores
israelíes Amos Oz, A. B. Yehoshúa y David Grossman participaron en una
conferencia de prensa en la que instaron a su gobierno a aceptar un cese al
fuego buscar una solución negociada al conflicto.
La
Fundación Barenboim-Said fue establecida en 2004 por el director de orquesta
argentino-israelí Daniel Barenboim y del intelectual palestino Edward Said,
quienes han puesto en práctica los valores universales del diálogo, la
convivencia y la cultura de paz. En 1999 fundaron la Orquesta West-Eastern,
formada por músicos de Israel y territorios palestinos, por lo que recibieron
el premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2002. El jurado argumenta que
“realizan una generosa y encomiable tarea a favor de la convivencia y de la
paz, simbolizada en la colaboración de jóvenes músicos que, superando
antagonismos históricos, fomenta el diálogo y la reflexión”.
Como
vemos artistas e intelectuales de Palestina e Israel están de acuerdo en el
camino de la concordia. Los políticos de ambas naciones no han querido ceder en
su forma de ver el mundo, y las consecuencias las sigue pagando el pueblo. En
ese capricho de inclinarse por uno u otro bando y por dejar de lado la tercera condición.
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