Guillermo Ochoa-Rodríguez
Para mi compadre Humberto
Recientemente recibí un mensaje de mi compadre
buscando ayuda sobre la o las maneras de comunicarnos que deberían existir
entre quienes nos conectamos al Facebook. He de decir que sus planteamientos
constituyeron para mí un verdadero acicate para mis gozos de escritura.
Comenzaba a vislumbrar todo un ensayo en forma, pero me di cuenta de que,
atendiendo a sus cuestionamientos precisos, ese ensayo se extendería demasiado
y tal vez con ello alejaría de su lectura a mi compa y a ustedes, mis queridos
lectores. Así que extraje sus inquietudes tal como me las fue preguntando y he
decidido explayarme de una en una buscando responder a sus cuestionamientos. De
modo que, comencemos.
1. Cómo debería expresarse la gente cuando escribe
(y por qué lo hace). Esto ha constituido el motivo de varios ensayos que ya he
escrito. Agrego que para mí estas respuestas son en verdad apasionantes.
Primeramente, ¿por qué se escribe? Creo que pueden
existir distintos tipos de escritores y, por lo tanto, distintas formas de
escritura. Pero básicamente se escribe para tener claras las ideas de lo que
quiere decirse a los demás y que esto no puede suceder si no se llegan a tener
claras esas ideas primero para sí mismo. Entonces se escribe para comprenderse
a uno mismo y llegar a ser claro, luego, para los demás. Después ya vendrá la
comunicación del mensaje con estas u otras intenciones; mecanismos que las
teorías de la comunicación nos han dicho desde siempre.
Y luego viene el “cómo debería expresarse la
gente…”. Siempre es bueno establecer las cosas lógicas u obvias de lo que
queremos decir, aunque en ocasiones resulten engorrosas y no queramos perder
tiempo en su explicación. Es por eso que decimos que la gente debería
expresarse de manera clara, objetiva y certera. Muy bien, pero ¿cómo se logra
esto? El lenguaje, como muchas cosas, tiene distintos estratos que lo forman.
Yendo de lo básico a lo complejo diremos que en la base se encuentra la
correcta escritura de las palabras, la ortografía, pues. Luego, a la par de
ésta la correcta utilización de los signos de puntuación (que también conforman
la ortografía, aclaro este punto porque muchos de nosotros creemos que sólo
trata de las palabras).
También debemos estar muy atentos a la semántica,
que no es otra cosa que el considerar el significado y la intención que cada
palabra tiene al ser empleada. También debemos cumplir el correcto orden en que
las palabras deben ser escritas, la sintaxis. Esto puede ser muy obvio y, por
lo tanto, es pasado por alto (la gente confunde obvio con dado por hecho). De
modo que no es raro observar alteraciones en el orden de las palabras que luego
confunden de plano al lector distorsionando por completo el mensaje escrito.
Estos puntos son los básicos y cualesquiera de
nosotros (escritores formales, esporádicos o de redes sociales) debe tenerlos
en cuenta si realmente quiere darse a entender.
2. Autores expresan en la introducción o prólogo lo
que quieren decir. Muchos de nosotros hemos sido estudiantes de disciplinas
técnicas, en cuya preparación los libros para tales fines tenían grandes
prólogos o introducciones que rara vez leíamos. Si de por sí había que leer el
grueso del libro, qué nos íbamos a andar deteniendo a leer la introducción. Eso
representa una verdadera pérdida de tiempo (así pensábamos). Comencemos pues
aclarando lo básico (hay que seguir insistiendo en lo obvio). No es raro que la
gente confunda introducción con prólogo, al fin de cuentas ambas están al
principio del libro, ¿no es así? El prólogo es un estudio sobre los conceptos o
las ideas del autor cuya obra se prologa. La introducción es, simplemente, una
especie de adelanto de lo que tratará el cuerpo de la obra. Ejemplos, tratando
el Quijote de la Mancha:
Prólogo: Es en realidad la metáfora de los sueños
que nos impulsan a lograr lo que deseamos, a pesar de que la realidad nos haga
creer que eso es imposible.
Introducción: Trata de un viejo hidalgo que pierde
la razón por haber leído tantos libros viejos de caballería.
La pregunta que muchos de nosotros nos hacemos. ¿Es
bueno leer el prólogo y/o la introducción? Estos escritos son hechos, muchas
veces por alguien diferente al autor y pretenden, simplemente, hacernos ver en
la obra tratada la visión que ellos mismos han tenido en su lectura. En no
pocos talleres literarios se aconseja no leer estas partes del libro para no
tener el sesgo que nos incline hacia una lectura con opiniones propias (y
limitadas, por definición) del lector que las escribió. Total que es mejor
llegar a nuestras propias conclusiones sin que nadie nos diga por dónde va la
cosa. Claro que esto tiene sus inconvenientes. Hay obras que son de difícil
lectura y agradeceríamos una ayuda para su mejor comprensión. Lo cierto es que
ya un lector avezado decide entre su lectura o su omisión. En realidad no hay
que rechazar nada, leer nos llevaría a una mejor comprensión, no leer nos
llevaría, de cualquier forma, a comprender la obra fundamental por nuestros
propios esfuerzos. Consultar de vez en cuando el prólogo o la introducción
sería un punto intermedio que también nos beneficiaría. Sea como sea, la
lectura de la obra principal es necesario hacerla con los recursos de que
dispongamos y elijamos.
Por otro lado, aquí se abre la posibilidad de otros
comentarios que los especialistas hacen sobre obras de grandes escritores y que
no se encuentran incluidas en el mismo libro del que se habla. Nos referimos a
los críticos literarios que pueden acercarnos a las obras con interés y pasión.
Ciertamente la obra de estas personas ha sido muy importante a lo largo de la
historia de la cultura reciente. Es una lástima que en México existan pocos de
estos críticos y, lo peor, que sean tan poco leídos. Bueno, pero aquí ya nos
estamos extendiendo a otros terrenos. Sirva el comentario para decir que aquí,
en los críticos, encontraremos buenas guías para decidirnos a la lectura de los
libros que recientemente están llegando a las librerías de nuestras ciudades.
3. ¿Todo lo que escribimos debería tener notas
aclaratorias? Claro que estas notas aclaratorias son aplicadas a libros de
grandes autores o grandes obras. Muchos libros, muchos, no tienen ni prólogo ni
introducción (y no les hace falta). Pero las obras de a diario, nuestras
conversaciones, no pueden contener nada de esto. ¿Cómo podría hacerse una
introducción a la charla que tendremos con nuestros amigos sobre futbol en el
Face? Claro que mi compadre no es tonto y creo que se refería más bien a la
posibilidad de que hiciéramos puntos aclaratorios entre las personas con las
que conversamos de trivialidades o de nuestra vida y los momentos que
compartimos con los demás.
En realidad dichas aclaraciones no son necesarias,
tanto el hablante (el escritor) como el oyente (el lector) entienden lo que se
están diciendo y saben cuando hay cordialidad o enojo en las palabras de uno o
de otro, y se continúa charlando en tal lid. Existe un entendimiento entre los
dos de que ambos están en igualdad de reacciones y aunque estén enojados no hay
engaño por parte de ninguno. Sin embargo, hay, ciertamente, momentos en que
sucede lo inesperado y no hay un correcto entendimiento entre lo que se está
diciendo, y en ocasiones el inocente e involuntario (y falso) agresor se da
cuenta, tarde, normalmente, de que sus palabras fueron mal recibidas. ¿Qué
hacer en esos malos entendidos? Entonces es cuando se da la necesidad de las
notas aclaratorias de las que se hablaba antes. Que, claro, no tendrán la
engorrosa forma de un prólogo. Simplemente hay que aclarar que esto y que lo
otro. Puede ser que haya un entendimiento y luego la conversación y la amistad
se serenen, pero ¿qué sucede si no?
En el proceso de la comunicación participan por lo
menos dos personas. Los famosos emisor y el receptor.
Y hay un mensaje que debe ser dicho por el primero y decodificado (leído, pues)
por el segundo. La dinámica de cualquier conversación hace que las personas
sean emisores y receptores alternadamente. Digámoslo de una vez, la capacidad
de decodificación por parte del receptor no es, para nada, responsabilidad del
emisor. La responsabilidad de éste es hacer lo más claro el mensaje de su
dicho, de su pensamiento y ya lo que reciba el otro será responsabilidad de ese
otro. La comunicación tiene esta limitación, y si de aquí surge un mal
entendido (y aun cuando el emisor busque la aclaración posterior cuando se da
cuenta de esa mala recepción) el emisor debería aceptar que hizo todo lo
posible y estar tranquilo ya que intentó con todas sus capacidades el tener una
cordial charla entre él y su amigo, y que no hubo, jamás, una mala intención de
su parte.
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