José Fernando González Castolo
La imaginación es la más científica de las
facultades humanas,
porque ella sola comprende la analogía universal…
porque ella sola comprende la analogía universal…
Charles Baudelaire
José María Arreola. |
Dentro del medio literario,
cuando se habla de la Yunta de Jalisco se refieren a la mancuerna de dos
grandes escritores universales, nativos de este rincón geográfico denominado
Sur de Jalisco: el sayulense Juan Rulfo y el guzmanense Juan José Arreola. En
el campo de las ciencias también contamos con dos importantes personajes,
originarios de las mismas ciudades, cuya trascendencia en su respectiva área
les ha posicionado en un pedestal de talla mundial: se trata de Severo Díaz y
de José María Arreola.
Ciudad Guzmán, en el sur de Jalisco, fue la cuna del
primer centro de estudios superiores que existió en la región; se trata del
Seminario de Zapotlán el Grande, institución que se funda el 19 de noviembre de
1868 por el Sr. Canónigo D. José Francisco Figueroa, donde se impartía la
instrucción Secundaria y Preparatoria, así como las especialidades en Filosofía
y Teología (Cibrián Guzmán, Esteban: Cien años del Seminario de Zapotlán, Linotipográficos
Vera, Guadalajara, Jal., 1973, pp. 13).
En él no sólo se formaron virtuosos y sabios sacerdotes que lograron desempeñarse como maestros de varias generaciones en la Universidad de Guadalajara, como los señores presbíteros Severo Díaz Galindo y José María Arreola Mendoza, sino que también recibieron su preparación básica cientos de profesionistas, escritores, poetas, artistas y militares, destacando, entre otros: el compositor José Rolón, el diplomático Guillermo Jiménez, el ingeniero Salvador Toscano, el periodista José Gómez Ugarte, el doctor Antonio González Ochoa, y el sacerdote, escritor y mártir cristero Rodrigo Aguilar Alemán.
***
José María Arreola Mendoza, nació en Ciudad Guzmán el 2 de septiembre
de 1870, hijo del matrimonio formado por Salvador Arreola Arias y Laura Mendoza
Jaso (Arreola, Orso: Juan José Arreola vida y obra, Secretaría de Cultura de
Jalisco, Guadalajara, Jal., 2003, pp. 81). Cursó la instrucción primaria en la
escuela parroquial de su ciudad natal, logrando terminarla a los nueve años de
edad, ingresando, posteriormente, al Seminario de Zapotlán en 1881.
Desde temprana edad, ya mostraba inclinaciones por preferir los
estudios de carácter científico, de ahí que se le haya facilitado todo lo
concerniente a materias relacionadas con las ciencias exactas. De esta época
destacamos el recuerdo que el propio Severo Díaz nos comparte:
En el quinto año se estudiaba Física y Matemáticas, verdadero oasis en
la aridez de los estudios serios filosóficos. Hacía muchos años que daba esa cátedra
el notable profesor y sabio sayulense D. Porfirio Díaz González, y entre sus
numerosos discípulos se destacaba la eminente figura del Presbítero D. José Ma.
Arreola, que en mi concepto es la más grande inteligencia que se ha producido
en el Estado de Jalisco… (Díaz, Severo: Alocución dirigida al pueblo sayulense,
Guadalajara, Jal., 1952, pp. 12).
A los 17 años de edad era ya maestro de instrucción primaria en la
escuela anexa al Seminario de Zapotlán (fundada desde 1873) y, posteriormente,
fue director de la misma.
A fines de 1892 estableció en el Seminario de Zapotlán una estación
meteorológica. El primero de enero siguiente, empezó a practicar observaciones
con arreglo a las instrucciones del Observatorio Central de México, cuyo
director era el científico jalisciense Mariano Bárcena. Con ese motivo se
inició la observación sistemática y continua del volcán de Colima, reforzada, a
partir de 1896, por los trabajos análogos del observatorio del Seminario de
Colima, que también le mismo estableció por el encargo del obispo Atenógenes
Silva (Castolo, Fernando G.: “José María Arreola, una perspectiva aparte”, en
Memoria de la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de
Jalisco, Guadalajara, Jalisco, 2001, pp. 282).
Recibió la unción sacerdotal de manos del arzobispo don Pedro Loza y
Pardavé, el 3 de diciembre de 1893, en la capilla privada del arzobispado de
Guadalajara; cantó su primera misa el día 8 siguiente, en la parroquia del
Pilar, en la misma capital jalisciense.
Su primer destino fue vicario cooperador de Jiquilpan, en el municipio
de San Gabriel; de allí pasó a Tamazula, como capellán de la hacienda de
Contla, desde donde fue enviado en 1896 al Seminario de Colima.
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Severo Díaz Galindo, nació en Sayula el 8 de noviembre de 1876, hijo de
Severo Díaz Larios y Dionisia Galindo Torres. Realizó sus estudios primarios en
una de las escuelas llamadas familiares y luego bajo la tutela del profesor
Sabino Jiménez Corona desde 1884 hasta 1887.
Trabajó después en el taller de rebocería de su padre e ingresó como
acólito a la parroquia, siendo Cura Néstor Zárate que, conociendo las grandes
dotes de aquel niño, le proporcionó algunas clases y encaminó sus pasos hacia
el Seminario de Zapotlán, al cual ingresó en noviembre de 1889, trasladándose a
la vecina población con toda su familia.
Ahí conoció a otro seminarista que brillaba también por su clara
inteligencia, el joven José María Arreola que, andando el tiempo, sería otro
ilustre sabio jalisciense.
Fue ordenado sacerdote en el año 1900, por el arzobispo don Jacinto
López, continuando luego como maestro del propio seminario zapotlense y
encargado desde 1897 del observatorio astronómico en él instalado, por renuncia
del padre Arreola.
Así inició su carrera científica y ya entrado el siglo XX, unidos él y
el propio padre Arreola, prepararon trabajos que presentaron en el Primer
Congreso Nacional de Meteorología celebrado en México por la Sociedad
Científica “Antonio Alzate”, dando con ello gran realce y poniendo a la
vanguardia de los observatorios nacionales al de Zapotlán, al quedar demostrado
que era el único que estudiaba el problema meteorológico, ya que los demás del
país se concentraban a esperar la resolución de dichos problemas por los
observatorios europeos, para luego seguirlos (Munguía Cárdenas, Federico: La
Provincia de Ávalos, tercera edición, Secretaría de Cultura de Jalisco,
Guadalajara, Jal., 1999, pp. 354-355).
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Es oportuno señalar que Severo Díaz ingresó al Seminario de Zapotlán el
1889, justo cuando José María Arreola, seis años mayor que él, estaba por
concluir sus estudios, según se registra en los correspondientes documentos.
José María se ordenó en el año de 1893, mientras que Severo Díaz lo hizo hasta
el año de 1900, siete años después. De acuerdo con esto, no puede haber la
menor duda de que el padre Arreola orientó a Severo Díaz en su formación
científica, arropándolo como colaborador en varios de los proyectos que eran
formulados y llevados a la práctica por el primero, dentro del Seminario de
Zapotlán y, después, en el Seminario de Guadalajara, en un período que
comprende entre 1904 y 1914, año este último en que José María finalmente se
aleja de la Iglesia. (Arreola, Orso… Op. Cit., pp. 82).
Sobre el trabajo emprendido por ambos sacerdotes y científicos
jaliscienses, a partir de su coincidencia en el Seminario de Zapotlán el
Grande, se pueden destacar muchos episodios y anécdotas, además de trabajos
publicados que ventilan la sapiencia y la excelente mancuerna que hicieron en
beneficio de la ciencia mexicana, desde Jalisco.
El propio Severo Díaz, un poco antes de morir en el año de 1956,
escribió sobre la relación que sostuvo con el padre Arreola durante el tiempo
en que colaboró a su lado en el Seminario de Zapotlán:
En el Seminario de Zapotlán el Grande, conocí, casi desde mi llegada, a
un estudiante excepcional, bajo de cuerpo y enjuto de carnes; tenía un aspecto
humilde, pero una cabeza de conformación especial, con una mirada de
excepcional presentación: daba la impresión de una inteligencia pura, escondida
en el mínimum de materia plástica. Lo extraordinario de este estudiante era de
que no sólo cultivaba y sobresalía en todas las ciencias, sino que dominaba a
la vez todas las artes: labraba la madera, trabajaba los metales, manejaba el
torno y la garlopa con verdadera maestría, sabía hacer grabados en madera y
metal, era maestro en la imprenta y en sus ocios hacía figuritas e instrumentos
científicos de vidrio. Había formado sociedades de estudio entre sus jóvenes
amigos y poseía todas las lenguas a su alcance: el griego, el latín, el
francés, algo de inglés y hablaba el mexicano. Era querido y respetado por
todos sus maestros y casi lo veneraban todos los estudiantes… (Severo Díaz:
“José María Arreola, fundador del observatorio de Zapotlán”, Guadalajara, 1957,
citado en Arreola, Orso… Ibidem., pp. 83).
Sobre el inicio de la extraordinaria relación de amistad y colaboración
entre ambos personajes, es nuevamente el propio Severo Díaz quien acotó:
El observatorio de Zapotlán fue la novedad que llevó el padre Arreola
de Guadalajara a su regreso al Seminario en calidad de profesor de la Escuela
Anexa, pidiéndome a mí como auxiliar para enseñar a leer a los párvulos en el
“cuartito” que estaba como apéndice al salón de la Escuela, al mismo tiempo que
le ayudaba en el Observatorio y en donde me puso a traducir un libro en francés
que trataba de las Nubes y su Observación para el pronóstico del tiempo. Desde
entonces fuimos inseparables, aprovechando el tiempo con sus conversaciones
sabias y en la lectura de las obras clásicas que llevó también de Guadalajara y
las que de México nos mandaron para estudiar a fondo la Meteorología… (Díaz,
Severo… Op. Cit., pp. 13).
***
Con la destacada labor científica emprendida en el Seminario de
Zapotlán, por parte de varios de sus alumnos, el prestigio que adquirió la
institución fue evidente, sobretodo en el último tercio del siglo XIX. No es
ajena para los estudiosos que la mancuerna del dúo Díaz-Arreola fue clave para
otorgar este período de cénit que Esteban Cibrián bautizara con el mote de
“edad de oro”.
En febrero de 1901, la Sociedad Científica “Antonio Alzate” otorgó
mención honorífica a tres hijos del Seminario zapotlense, declarándolos
miembros destacados y efectivos de dicha Sociedad. Ellos fueron el Sr. Pbro. Severo
Díaz, entonces Director del Observatorio Meteorológico del Seminario; el Sr.
Pbro. Salvador Castellanos, profesor del citado Seminario; y el Sr. Pbro. José
María Arreola, entonces Director del Instituto Científico y Literario de San
Ignacio de Loyola, en Guadalajara.
En diciembre de 1901, se celebró en la Ciudad de México el Segundo
Congreso Meteorológico bajo la Presidencia del Ministerios de Fomento Ing.
Leandro Fernández e Ing. Mariano Leal. A esta reunión científica fueron
invitados cerca de 20 sacerdotes representantes de varios seminarios y
observatorios de la República. Entre ellos los presbíteros Díaz y Arreola. En
esa ocasión Severo Díaz presentó al estudio de los meteorologistas un ensayo de
crítica acerca de las predicciones del sabio guanajuatense D. Juan N.
Contreras, trabajo que le granjearon admiración y felicitaciones por parte de
todos los presentes.
En agosto de 1902, el Director del Observatorio Meteorológico del
Seminario de Zapotlán, Pbro. Severo Díaz, en sus observaciones llevadas a cabo,
descubrió que el planeta Júpiter proyecta sombra clara y distintamente, hecho
no observado antes pon ningún otro sabio mexicano. Al ser confirmado esto por
la Sociedad Astronómica de México, ella se encargó de participarlo a todos los
observatorios del mundo, por considerarse de gran importancia para la ciencia,
siendo esto un nuevo logro conquistado para el Seminario de Zapotlán y la
brillante figura del Pater Díaz, que ya gozaba de un prestigio importante entre
las sociedades científicas de Jalisco, de México y del mundo. (Cibrián Guzmán,
Esteban… Op. Cit., pp. 67-68).
***
La brillantez de las observaciones practicadas por Severo Díaz y José
María Arreola y los éxitos que fueron hilvanándose uno tras otro, provocaron la
envidia que se reflejó en las intrigas de que ambos sabios fueron objeto ante
el arzobispo de Guadalajara, el cual dispuso, a resueltas de las cuales, la
desaparición del observatorio zapotlense y la relegación del Seminario de
Zapotlán a menor categoría (Munguía Cárdenas, Federico… Op. Cit., pp. 355).
Sobre el asunto en particular, el propio Severo Díaz, en su alocución
dirigida con motivo de los funerales del Sr. Prebendado Ignacio Chávez
Gutiérrez, rector muy querido que fue del Seminario de Zapotlán, en marzo de
1910, comentó que fue la superioridad científica de este Seminario la verdadera
causa de tal determinación por parte de la mitra tapatía:
… llegó el incidente de Zapotlán en que este Seminario se puso a la
cabeza de sus congéneres (el Seminario de Guadalajara), con motivo del Congreso
de Meteorología (en 1901) y aprovechando la oportunidad de que había nuevo
Arzobispo casi extraño a la vida íntima de los seminaristas, pudieron de tal
manera falsear los hechos, que dicho prelado mandó que se acabara el Seminario
de Zapotlán, quitándole las cátedras de Teología y reduciéndolo a la categoría
de Seminario Menor, algo así como una escuelita de gramática. (Quedando sin
apoyos el Observatorio). Se decretó la fundación del Observatorio del Seminario
de Guadalajara, y fuimos los de Zapotlán los escogidos para tan grande obra…
(Cibrián Guzmán, Esteban… Op. Cit., pp. 74-75).
Dada la fama científica del Padre Díaz, como bien se ha comentado, fue
llamado a Guadalajara, donde se encarga del observatorio del seminario de
aquella ciudad, sustentado conferencias en las que ponderaba la utilidad de
dichos establecimientos, buscando se comprendiera mejor la labor en ellos
desarrollada y fueran objeto de una más adecuada ayuda económica que permitiera
ampliar su labor y adquirir mejores aparatos científicos. Fundó “El Boletín del
Observatorio”, por cuyo conducto su nombre fue conocido en todos los demás
centros de ese tipo en el mundo. (Munguía Cárdenas, Federico… Op. Cit., pp.
355).
***
José María Arreola fue uno de los primeros científicos en solicitar a
Madame Curie una muestra de Radio. Juan José Arreola escuchó contar a su tío
José María que la misma Madame Curie le envió una carta acompañando la preciosa
muestra, convirtiéndose este hecho en uno de los acontecimientos más
importantes de la vida científica en la historia de México. Esto debió ocurrir
en Guadalajara hacia el año de 1904. (Arreola, Orso… Op. Cit., pp. 81-82).
Sobre el asunto en particular, Severo Díaz dejó escrito:
Apenas nos llegó la fracción pequeñísima de radio, procedimos Arreola y
yo, á obtener impresiones fotográficas de cuerpos opacos, fenómenos sin duda el
más admirable de los que últimamente conoce la ciencia. En el cuarto oscuro que
sirve para sus trabajos fotográficos a mi ilustrado compañero el P. Arreola,
colocamos la tarde del día 1 de abril próximo pasado, una placa de 4 x 5
cubierta con una tarjeta de bordes perforados y en su centro opaco unas letras
de alambre. Un poco arriba como á un decímetro de la placa suspendimos la aguja
del espintariscopio con su partícula radiante, de un puente de alambre, dejando
todo en la más completa oscuridad. El día siguiente á las 8 a. m., reveló el P.
Arreola la placa y se obtuvo la huella e impresión perfectamente visible;
aquella insignificante radiación había atravesado una placa de cartón de medio
milímetros de espesor. (Severo Díaz: “Boletín eclesiástico y científico del
Arzobispado de Guadalajara”, tomo 1, Imprenta la Verdad, 1904, citado en
Arreola, Orso… Ibidem., pp. 82).
***
En 1912 dio principio la famosa temporada de terremotos en Guadalajara.
El señor Arreola publicó entonces un folleto en el que fueron expuestas sus
observaciones al respecto, ocasionando la natural sensación pública.
—Si vieras cómo se alagartan las vacas y los caballos cuando
tiembla...! ¡Y se les paran de punta los pelos del espinazo...! ¡Los perros
ladran desesperados y se humillan sobre el suelo...! ¡Los gatos enarcan su
espinazo y con su cola erizada huyen maullando enloquecidos...!
—El fin del mundo, compadre...! ¿Ya leíste las declaraciones del padre
Arreola...?
—Sé nomás lo que opina el padre Díaz... Y dizque hay por allá en
Puebla, un gallo que anuncia los temblores... ¿Cuál será la verdad...? Porque
todos dicen cosas distintas. Lo del gallo claro que son abusiones... Pero el
padre Díaz sostiene que se trata de acomodamientos subterráneos de las capas
terrestres y el padre Arreola, que es muy fuerte en cuestión de erupciones de
volcanes, dice que todo proviene de la actividad volcánica y que pueden
originarse grandes cataclismos. (Zuno, José Guadalupe (coordinador): Boletín de
la Universidad de Guadalajara dedicado a don José María Arreola, no. 5,
Guadalajara, Jalisco, 1956).
Estos comentarios se
oían en todas partes, durante la época revolucionaria. Los jardines y las
calles eran verdaderos campamentos, pues las familias habían abandonado sus
casas por temor de morir aplastadas y preferían los rigores de la intemperie.
El Gobernador Robles
Gil, tal vez impresionado por la gran alarma pública, ordenó la publicación de
un folleto contradiciendo las opiniones del padre Arreola y ello causó pésima
impresión, ya que la interferencia política de un gobernante en cuestiones de
orden técnico y científico, no tiene ninguna explicación plausible. El señor
Arreola, viendo estas actitudes, ajeno a cuestiones de orden político y deseoso
de no descender a terrenos que no le simpatizaban, decidió alejarse por algún
tiempo de Guadalajara y fue a Zacatecas y Aguascalientes, en cuyas ciudades
siguió su misma línea de conducta, dedicado por entero a las enseñanzas
científicas y a la investigación. Ahí también, en cada una de las dos capitales
de los Estados vecinos, fundó y dejó en servicio nuevos observatorios
astronómicos y meteorológicos. (Castolo, Fernando G. …, Op. Cit., pp. 284).
Por su parte el presbítero Severo Díaz, después de este episodio
continuó su fructífera labor científica, integrándose a varias instituciones y
asociaciones de estudio, acrecentando con ello su fama, por sus investigaciones
elocuentes y estructuradas. Su estadía en Guadalajara le permitió consolidar
raíces, convirtiéndose en el personaje más respetado de la ciencia jalisciense,
cosa que no pasó con José María Arreola, quien sometido a diversidad de
actividades a lo largo y ancho de la República, se fue relegando su huella de
sabio entre la sociedad tapatía. Aún así, ambos personajes nunca se perdieron
de vista y continuaron en contacto por el resto de sus vidas.
El padre Severo Díaz falleció el 14 de septiembre de 1956, hace
cincuenta y cuatro años; mientras que el padre José María Arreola deja de
existir el 28 de noviembre de 1961.
Sayula, Jalisco. Septiembre 14 de 2010.
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