martes, 28 de abril de 2015

Jesús Quezada, ganador del Segundo Certamen Literario del CUSur

El jueves pasado en el auditorio de la Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega, se realizó la premiación de Segundo Certamen Literario del CUSur que organiza y costea el Consejo de Letras Hispánicas y el Spleen-Dor Cultural. La actividad se llevó a cabo en el contexto de las actividades del Día Internacional del Libro, que dieron inicio desde las 9:00 horas con la lectura en voz alta del libro Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll  y terminaron con un coctel literario a las 19:30 horas.



El ganador del concurso fue Jesús Quezada, quien dio lectura a su cuento titulado “El mago”, ante el público asistente, y posteriormente recibió un premio económico y un reconocimiento de manos la representante estudiantil Jaqueline Sánchez. También recibieron menciones honoríficas Edgardo Aguilar Nuño, Luis Alberto de Loera Soto, Mónica Alejandra Hernández Flores y Juan Miguel Sandoval Zavala. Todos son estudiantes de la Licenciatura de Letras Hispánicas del Centro Universitario del Sur.

El jurado estuvo integrado por los escritores César Anguiano Silva, Ricardo Sigala e Hiram Ruvalcaba.




Cuento ganador del Segundo Certamen Literario del CUSur


El mago

Jesús Quezada


Siempre recordaré el día que Enrique llegó a mi casa. Al principio creí que era un muchacho sin atributos, pero cuando mi esposa dijo que era un mago no rebatí su decisión de hospedarlo.

Llevábamos cinco años de casados y nuestra vida había transcurrido con absoluta calma. No deseábamos modificar nuestra rutina. Vivíamos en un pueblo minúsculo y aislado y hasta la fecha no habíamos planeado tener hijos. Teníamos un perro que nos bastaba como compañero.

Enrique era un joven raquítico, pálido y pecoso. Emanaba un aire taciturno y en cierto modo hostil. No pude comprender —ni ahora comprendo— por qué mi esposa lo dejo vivir en casa. Pero ahora debo agradecerle lo que hizo por nosotros, aunque sólo fue por unos días. Aquella misma noche, mientras oíamos desde nuestra cama el incesante ajetreo de Enrique, mi esposa dijo que el mago iba a quedarse indefinidamente. No le contesté —desempleado no podía decirle que no— y me di la vuelta con la intención de dormir.

Gradualmente el mago fue adueñándose de la casa. Primero, instaló una mesa y puso sobre ella varios artilugios: sombreros, cartas, pañuelos, peluches y algunos más que no pude reconocer. Después fue expandiendo su sitio de pruebas hasta la entrada principal. Durante los días siguientes me acostumbré a verlo, día y noche, lanzar hechizos con su varita mágica. De improviso pasaban sobre nuestras cabezas objetos flotando. Otras veces nuestro perro en vez de ladrar maullaba. Otras, mi esposa desaparecía durante varias horas.

La tranquilidad de nuestra vida anterior se había esfumado y ya las cosas empezaban a ponerse mal para alguien como nosotros que habíamos llevado una vida completamente apacible. Mi esposa iba cada vez menos a su trabajo y yo intuía que algo la estaba desgastando. Pero cuando le preguntaba qué sucedía, ella sólo me respondía que se sentía agotada y prefería quedarse en casa. Yo creía que sus fatigas se debían a un hechizo de Enrique. Pero nunca lo comprobé.

Un día, al volver de su trabajo, mi esposa dijo que estaban a punto de despedirla a causa de sus inasistencias. Pero ¿yo podía exigir algo, siendo un desempleado? ¿Acaso podía decirle que no faltara? El día que ella vino con la noticia de su ya previsible despido no dormimos pensando la manera de subsistir hasta que yo consiguiese un trabajo. Cavilamos y entre tanto cavilar se nos ocurrió la fabulosa idea de montar un circo en el patio. Después de convencer a Enrique nos pusimos en acción y montamos la casa de campaña que ahora funcionaria como carpa de circo. Enrique comenzó a dar sus presentaciones y numerosos niños acudieron a verlo. Hubo días que Enrique desistió a causa del cansancio y tuvimos que reembolsar el dinero a los niños que esperaban en la fila. Al cabo de unos días el negocio iba en aumento. Ya no venían sólo niños, ahora los adultos ofrecían cuantiosas sumas por adelantar lugares. Ya no venían sólo en la mañana, ahora venían en la madrugada deseando tener un momento con Enrique.

Generalmente las más desesperadas por entrar eran las mujeres, sobre todo las casadas. Y también generalmente los más desesperados porque Enrique se largara eran los esposos. Yo no alcanzaba a comprender por qué los hombres odiaban tanto a Enrique. Le preguntaba a mi esposa y ella tampoco sabía, pero que quizá los hombres ya se habían enterado de que la magia de Enrique provenía de otro tipo de varita mágica y no de dotes fantásticas.

Desde entonces vivimos inmersos en una sensación de angustia, rodeados por la muchedumbre que clamaba, inclemente, su derecho a ver a Enrique. Los hombres, sentados en la acera opuesta, miraban aquel espectáculo con rabia. Desde la ventana veíamos que esto no iba a durar mucho tiempo y por eso la angustia nos acosaba. Yo creía conveniente decir a los hombres que Enrique sí era un mago, que no estábamos estafando a nadie y que en realidad tenía dotes prodigiosas. Mi esposa decía que sí, que Enrique sí era un mago. Pero que hechizar mujeres no iba a ser bien visto y menos por los esposos de estás.

Lo temido llegó y una tarde, entre empujones, varios hombres irrumpieron en casa y sacaron a Enrique a la calle. Lo subieron a una camioneta y a los pocos días supimos que fue encontrado muerto. Desde ese día, y hasta casi un mes después, las mujeres estuvieron muy tristes, incluyendo mi esposa. En todo el pueblo se las veía cabizbajas y con aire melancólico.


Un día, los hombres vinieron a decirme que se llevarían la carpa para quemarla en el cerro. Yo les dije que se la llevaran, que no había problema pues a fin de cuentas Enrique ya no estaba y ¿quién más de entre nosotros —que no teníamos varita mágica— le podía dar uso?

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