Ricardo
Sigala
Vivimos en una sociedad de lo escrito, y este mundo
es casi imposible vivir sin la lectura; hay que firmar documentos, créditos,
nóminas, contratos, hay que leer las noticas en el periódico, los subtítulos en
las películas y la televisión, hay que
comunicamos por la redes sociales y los mensajes de texto en el celular, nos
informamos por internet, leemos manuales de instrucciones y publicidad en todo
momento. La habilidad para descifrar esos documentos la aprendemos en la
escuela, se trata éste de un primer nivel del desarrollo lector, es decir
hacerse de una gramaticalidad básica que nos ayuda satisfacer parte de nuestras
más inmediatas formas de comunicación. Pero eso no nos convierte en lectores.
Un lector, asegura Alberto Manguel, es aquel que explora más profunda y
extensamente el texto escrito, y en ese proceso se le revelan sus propias experiencias
esenciales y sus temores secretos para apropiarse de ellos, la lectura nos hace
ser más nosotros mismos. Si la primera fase de este proceso de escritura es tan
importante, pensemos lo que significa la segunda.
¿Por
qué entonces nuestros programas educativos se detienen en la primera etapa de
este aprendizaje? ¿Por qué las campañas en favor de la lectura dan tan ínfimos
resultados? ¿Por qué no somos capaces de crear más lectores verdaderos?
Somos un país con altos índices de alfabetización
pero no somos un pueblo lector. Alberto Manguel, quien es hoy la máxima
autoridad en el tema de la lectura en el mundo, asegura que “el problema de la
enseñanza de la lectura se inserta en el problema mayor de los valores de la sociedad
en la que vivimos.” Ese problema se
convierte en una paradoja, una contradicción porque “la llave que nos
permitiría crear lectores es la misma que protege los valores de la sociedad en
la que vivimos.” Nuestra sociedad tiene
como valores dominantes aquellos que alientan a lo fácil, lo rápido y lo
superficial, y esos valores se contraponen con lo que define el verdadero arte
de leer: lo difícil, lo lento, lo profundo.
Manguel
continúa diciendo que “somos una sociedad mercantil que necesita, para seguir
existiendo, consumidores y no lectores. La lectura inteligente y detenida puede
alentar la imaginación y fomentar la curiosidad y, por lo tanto, hacer que nos
neguemos a consumir ciegamente.” Es quizás por eso que nos gobiernan personajes
que se pueden definir por su carencia de educación y por su ignorancia olímpica
en los más variados ámbitos del conocimiento, cuya única aspiración es el
beneficio económico. Es por eso que se escuchan tantos despropósitos y
desatinos en las inauguraciones protocolarias del 23 de abril, que las lecturas
en voz alta de los funcionarios de gobierno, en muchos de los casos resultan
vergonzosas, y que incluso en la
universidades se celebre el Día
Internacional del Libro y de los Derechos de Autor leyendo fotocopias.
De
Vicente Fox a Peña Nieto hemos presenciado actos de desprecio por la cultura
del libro, las políticas educativas y los planes de desarrollo se fundamentan
en la demagogia o de plano ignoran el tema, y parecen decirnos a coro:
“Consuman más y piensen menos”. Saben
“muy bien que un pensador nunca sería un buen consumidor.”
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