Ricardo Sigala
La escritora Lucrecia Zappi estudió Artes en
Ámsterdam y Literatura en Nueva york, es artista plástica (la edición brasileña
de su novela, Onça Preta, está
ilustrada por ella misma), ha sido además periodista y traductora. Zappi es una
figura itinerante, ha residido en media docena de ciudades de América y Europa,
lo que ha contribuido en ella a tener una amplia visión del quehacer artístico.
Jaguar negro es su primera novela y
ha sido publicada en México por la Editorial Pollo Blanco.
La génesis de esta novela se
remonta a los años finales de la década pasada, por los años 2007 a 2009.
Sabemos por declaraciones de la autora a la prensa de su país que fue escrita
inicialmente en inglés, y que es producto de sus estudios de un posgrado en
escritura creativa realizados en la Universidad de Nueva York, Jaguar negro fue escrita originalmente
en inglés y estuvo bajo la tutoría de E. L. Doctorow, el autor de la
reconocidísima novela Ragtime.
Algo en la necesidad estética y
de comunicación llevó a Zappi a tomar la decisión de reescribir su novela en la
lengua portuguesa, había comprendido que la versión original era en realidad el
esquema, la estructura de una novela en portugués, que, como ella ha declarado,
no se trató de una traducción sino de una búsqueda de recrear el ritmo en su
propio idioma. La novela fue publicada en 2013 por la editorial Benvirá bajo el
título de Onça preta.
Para
su versión castellana, Lucrecia Zappi continuó la experiencia de rescribir su
obra. Si bien antes la había hecho con su lengua materna, ahora la reescribía
en su lengua “paterna”. Ella nació en Buenos Aires, de madre brasileña y padre
argentino, y el idioma español ha formado parte importante de su vida. Vivió en
la capital argentina hasta los cuatro años, edad en la que se mudó a Brasil,
sus padres se lo plantearon como en un “viaje de vacaciones” para evitarle el
miedo que corroía a los ciudadanos por la dictadura. A lo anterior habrá que
sumar otra experiencia castellana, a los
dieciséis años se estableció en la Ciudad de México, donde recuperará el idioma
español. Así Pues Zappi, para la presente edición se dio a la tarea vivenciar
su novela con un ritmo y una música verbal propios de la obra original, pero de
ninguna manera ajenos al oído y la idiosincrasia de la lengua española. El
lector de Jaguar negro tiene el
privilegio de leer una novela brasileña escrita, o reescrita como hemos estado
diciendo, en español por su propia autora, sin la intromisión de una tercera
persona entre novelista y lector. La prosa de Jaguar negro, en este sentido, es particularísima, producto de un
oído atento y un gusto por contar desde los sentidos, los personajes no sólo
hacen y les suceden acciones sino que en todo momento asimilan, y nosotros con
ellos, el mundo de manera sensitiva, hay en la novela fraseos y silencios que
comunican más allá de significado inmediato de la palabra.
El
punto de partida de Jaguar negro es
el siguiente. Beatriz tiene diecinueve años, es alumna de botánica de la
Universidad de São Paulo, huérfana de madre, desconoce prácticamente todo de su
padre, salvo su nombre: José Guerra. Ha fraguado durante meses el viaje que la
llevará desde São Paulo hasta Chapada Diamantina en el altiplano del estado de
Bahía, en un mundo en el que se hunden sus raíces, un espacio tan desconocido
como fascinante, tan ajeno como propio y entrañable, tan salvaje como humano.
La
novela de Lucrecia Zappi es un viaje al origen, un rito de iniciación, una
novela de aprendizaje, una bildungsroman,
donde el periplo es externo e interno, físico y espiritual. Beatriz hace de
Telémaco o de Juan Preciado en busca del Ulises o el Pedro Páramo que podría ser su padre. A
medida que se va desarrollando la historia, incluso después del dar con el
padre, un padre que en realidad es poca cosa, y de la estadía en una finca de
parientes con los que no se siente hermanada, entendemos junto con ella, que el
viaje, la búsqueda no ha sido en vano. Pues se ha encontrado a sí misma, todo
esto sin ningún tono aleccionador ni mucho menos. Porque Beatriz es ahora ya no
un Telémaco, sino un Ulises que ha dado con si Ítaca, su particular Ítaca que
no es otra que su propia experiencia vital, el yo complejo que es, el contenido
y continente la constituye.
Desde las primeras páginas Jaguar negro nos sumerge en un mundo de
signos que invita a pensar en el viaje iniciático: el descenso de una montaña,
los terrenos consumidos por el fuego, el puente por cruzar, el ingreso a la caverna
y la inminente aparición del jaguar negro no son motivos para que Beatriz
pierda la esperanza, por el contrario se constituyen como el punto de partida
desde el que el lector se sumergirá en una historia entrañable.
La novela tiene una discreta condición
dantesca, una reelaboración por demás interesante y lejana del lugar común. Nos
encontramos con el personaje que lleva el nombre de Beatriz, que no es el
objeto de la búsqueda, por el contrario es la que realiza el periplo, hay un
descenso a un antro, una cueva, y una pareja virgiliana, la pantera en la
inminente presencia del jaguar negro, hay estadías asociadas a los traidores, a
los lujuriosos, a los violentos.
El
espacio en que se desarrolla es significativo, pues, al menos desde el punto de
vista de un lector mexicano, el hecho de que la historia suceda en el Sertón,
nos lleva a pensar en Grand Sertao,
veredas de João Guimarães Rosa, una de las obras fundamentales de Brasil.
Lo cuál también funciona como un viraje hacia las entrañas de la mejor tradición
literaria brasileña.
El jaguar negro nunca aparece en
el libro. En un momento importante de la narración sentimos su presencia, el
peligro inminente de su aparición, podemos oler su cercanía, su aliento
amenazante. Es probable que el jaguar negro haya pasado o estado junto a los
personajes en el fondo de la oscuridad plena de la caverna a la que han bajado,
sin embargo como no lo vemos, no lo vio la narradora, nos hacemos a la idea de
que no estaba ahí. Ahora lo pienso y creo que la bestia estaba ahí, la
percibimos con todos los sentidos, excepto con la vista. Y si bien no se vuelve a hablar del felino,
simbólicamente permanece en la novela, pues cada nuevo capítulo la
protagonista, y el lector con ella, se encuentra con una acechante inminencia. En
Jaguar negro sentimos que algo
terrible está por suceder, y en ocasiones sucede.
Quizás Zappi, en su condición de
extranjería, escribió una novela para acercase a su patria, a sus orígenes,
como lo hace Beatriz, pero también a esa otra patria que es la literatura, en
este caso la tan rica literatura brasileña.
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